XIV ☾

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El cuerpo envuelto de Greta yacía ahora sobre una mesa metálica, en el interior de la cámara refrigeradora. Eren y Armin la habían despejado para que no tuviera que compartirla con viandas congeladas.

Miraron el bulto por última vez antes de abandonar la cámara. Cuando salieron tenían escarcha en las pestañas y las gargantas secas del frío. Con los dedos aún agarrotados, Eren cerró el portón metálico con una llave que a continuación le cedió a Armin.

—¿Puedes indicarme el camino a la torre de la capilla? —preguntó mientras se pasaba los dedos por las cejas húmedas—. Intentaré hacer la llamada.

Pero Eren empezó a caminar.

—Vamos, te llevaré.

Armin le sonrió a su espalda.

Habían subido varios tramos de escaleras cuando, intentando disimular su acelerada respiración, volvió a hablar:

—Conoces este laberinto. A mí me vendría bien un plano.

—No es el primer evento que asisto aquí. Vi los planos la primera vez que vine, pero no me sirvieron para nada. Este castillo está lleno de pasadizos y cuartos escondidos. Todo conecta con todo y hay puertas que no llevan a ninguna parte. Creo que los lugares como este solo llegan a conocerse cuando los recorres, ¿sabes?

Eren dirigió una mirada hacia el policía con rastros de una sonrisa ladeada en los labios.

—¿Te estás haciendo el interesante conmigo?

A Eren se le escapó una risa tosca, detrás de la que ocultó su repentina vergüenza. Miró hacia delante mientras se llevaba una mano a la nuca. ¿Eso era lo que estaba haciendo? Joder. Qué mal se le daba.

—Solo digo que no necesitas esos planos. Si consigues hacer esa llamada, los refuerzos vendrán antes del amanecer. Y mientras tanto me tienes a mí.

Era cierto. Armin lo tenía a él.

Por fin llegaron a una desvencijada puerta con antiguas bisagras de hierro a la que habían adherido varios carteles con la insignia «NO PASAR» en rojo. Eren la abrió con uno de los manojos de llaves que se había llevado de la sala de servicio y precedió el camino por un último tramo de escaleras de caracol mal iluminado, sin barandilla, con partes a medio reformar en las que había tablones de madera en lugar de escalones y hasta huecos que daban al vacío.

—Ten cuidado —dijo Eren cuando se toparon con uno, y sin pensar le tendió una mano para ayudarlo a pasar a suelo firme, donde se había parado él—. Aquí ya puedes pisar.

Armin aceptó su ayuda para llegar al otro lado del agujero y continuó subiendo pegado a la pared. Intentaba no mirar hacia abajo ni dejarse intimidar por el silbido del viento.

—No lo entiendo —dijo—. ¿Te contratan durante cinco días en un sitio sin cobertura ni conexión a internet y solo puedes comunicarte con los compañeros que también están aquí? ¿Y si ocurre algo? ¿No tenéis una forma de contactar con la central que no implique poner en riesgo vuestra vida?

—Para eso está la línea telefónica. Nuestra empresa no contempla ningún protocolo en caso de que un psicópata se cargue el teléfono. Perdón —se disculpó Eren al darse cuenta de que probablemente se estaba refiriendo a algún familiar o conocido de Armin—. Es que esto nunca había pasado, que yo sepa. Por la edad que tiene el castillo es complicado hacer instalaciones por cable más sofisticadas.

—¿Por eso tampoco hay cámaras? No he visto ninguna. Me hace pensar que quien mató a Greta lo tenía todo más planeado de lo que parece —comentó casi para sí mismo.

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora