XVI ☾

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—Señores, por favor, esperad un poco más —decía un atribulado chico de cabeza rapada vestido con el uniforme del personal de seguridad. Su corto cabello era del color de las cenizas, y como no tenía mucha altura se perdía entre los agitados invitados—. Enseguida recibiréis una explicación. Mientras tanto podéis disfrutar del desayuno que os hemos servido.

—¿Cómo puede pedirnos que nos quedemos aquí tranquilos? —vociferó una mujer de cabello ondulado, teñido de castaño. Llevaba un vestido verde atado en la cintura—. Es la boda de mi hija, debería poder moverme por donde me dé la gana.

Un hombre de pantalones blancos y camisa roja de rayas que estaba a su lado coreó sus quejas:

—Díganos por qué no podemos subir a ver a Greta.

—La familia del novio tampoco se encuentra aquí —comentó Ymir, la joven de pecas en las mejillas, aunque ella, en lugar de unirse a la avalancha de quejas, se había sentado en la mesa del comedor y destapaba con calma la bandeja que habían puesto frente a ella.

Aparte de ella, solo había una invitada que ya había empezado a comer. Sasha, indiferente a cualquier discusión, devoraba como si le hubieran dado límite de tiempo para terminarse todo lo que tenía en el plato.

El comentario de Ymir desató una nueva ola de preguntas y comentarios: que si había un ladrón entre el personal, que si alguien se había metido en el castillo durante la noche, que si ya habían llamado a la policía, y otras tantas reclamaciones para las que nadie tenía respuesta.

—Disculpe, disculpe —interrumpió un hombre moreno que iba con camiseta y bermudas. Se abrió paso entre los padres de Greta para quedar frente al pobre guardia rapado—. A mí me tienen que responder por lo que ha pasado. Exijo hablar con el jefe de seguridad.

—Señor, ya nos estamos encargando de su caso. El resto, por favor...

—¡Diana! —interrumpió la madre de Greta. La señora Grice había aparecido por el umbral acompañada de su hija menor y de su cuñado—. ¿Qué está pasando? Nadie nos da ninguna explicación.

Diana puso una expresión compungida y tomó las manos de la mujer entre las suyas.

—Eleonor, yo... Acompañadme Roger y tú. ¿Armin no ha bajado?

—Ni tu sobrino ni los novios. ¿Qué ha pasado, Diana? No me asustes.

—Acompañadme. El resto sentaos, por favor.

—No debería estar aquí —espetó Erwin. Caminaba de un lado a otro de la habitación, al ritmo de alguien que se hubiera bebido un litro de café. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido parecía mayor, más severo—. Como si estuviera escondiéndome. ¿Por qué? No he hecho nada.

Levi, que permanecía de pie y con los brazos cruzados junto a la puerta, lo veía ir y venir, absorto en sus propios pensamientos. Los dejó ir en un suspiro y habló despacio:

—Erwin, ¿de verdad tienes fuerzas para bajar ahí y hacer de anfitrión? Tú también estás de duelo. Es normal que no quieras salir de la habitación.

—Tendría que dar la cara. De esta forma parece que estuviera ocultando algo.

Levi se apartó de la pared. Se dirigió al rubio y lo atrapó en una de sus idas y vueltas. Lo tomó por los brazos y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Erwin, está bien. Cuando llegue el momento de dar la cara, la darás. Ahora todos estamos demasiado nerviosos. Mira a tu madre, ni siquiera le ha importado que me quede aquí contigo con tal de que tú no salgas todavía, y por una vez estoy de acuerdo con ella.

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora