XII ☾

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Diana le abrió la puerta a Armin.

—Erwin es inocente —dijo, y le puso una mano en el hombro a su sobrino—. No seas duro con él.

Christa salió detrás de su madre, silenciosa y cabizbaja, y ambas se alejaron por el pasillo.

Armin cerró al entrar. Su primo se encontraba sentado en uno de los butacones acolchados que rodeaban la pequeña mesa de roble que había en la estancia. Se había puesto un grueso albornoz blanco, pero seguía descalzo. Seguramente, como él, todavía llevaba el bañador debajo.

Armin tomó asiento frente a él y puso las manos en la mesa.

—¿Cómo estás? —preguntó.

Su primo mayor lo miró a los ojos. Con su pelo rubio y esa expresión parecía un labrador apaleado, majestuoso y noble a la vez. A Armin le dolió contemplar la posibilidad de que un hombre que parecía tan bueno hubiera cometido semejante error, pero intentó olvidarse de todo lo que creía saber de él. No podía permitirse justificar tales actos en su cabeza con argumentos como «fue un momento de rabia», «estoy seguro de que se arrepiente», «sin duda perdió los papeles porque tenía un motivo de peso», «quizá fue culpa del alcohol». Armin tenía que ser justo. O, como mínimo, neutral. Al menos hasta que llegaran los refuerzos y le quitaran ese nefasto caso de las manos.

—Normal —murmuró Erwin, aun a riesgo de parecer un psicópata—. Aún no lo he procesado.

—¿Tu madre te ha contado algo?

Erwin asintió con la cabeza.

—Me lo imaginaba —continuó Armin—. Erwin, la situación es grave, pero, si colaboras conmigo, podemos intentar solucionarlo.

—No importa lo que ella diga —murmuró Erwin, mirándose las rodillas—. No quiere que te dé motivos para creer que he sido yo, pero, aunque guarde silencio, tú ya lo sabes. Cualquiera lo sabría. Es culpa mía. Yo dejé a Greta sola. ¿Qué marido hace eso? Si hubiera...

—Erwin, mírame —interrumpió Armin—. No tenemos mucho tiempo. Lo que ha sucedido es una tragedia, pero ahora debemos centrarnos en demostrar que eres inocente. ¿Puedes hacerlo?

Erwin no respondió.

—¿Podrías decirme dónde está el cinturón que llevabas hoy?

Erwin miró a los ojos de su primo y espetó:

—Yo no maté a Greta. Jamás se me ocurriría nada parecido.

—Nadie te está acusando —lo calmó Armin—. Solo vamos a hablar. Si hay alguien intentando incriminarte, haré lo que sea por exculparte. Tenemos un poco de ventaja antes de que lleguen las autoridades. Dime, ¿qué pasó cuando Greta y tú os fuisteis de la fiesta?

—La dejé en la habitación. Estaba muy borracha.

—¿Esa fue la última vez que la viste con vida?

Erwin negó con la cabeza.

—Cuando volví a subir para ponerme el bañador, Greta seguía durmiendo.

—¿Te acercaste a ella?

—Sí. Me preocupaba que no hubiera cambiado de posición, así que comprobé que estuviera respirando bien. Estaba viva —aseguró Erwin—. No sé por qué no llamé a nadie, tendría que haber avisado de que no se movía... Yo quería que Christa la viera, pero...

Se quedó en silencio.

—Entonces, ¿Greta estuvo dormida todo el tiempo? —preguntó Armin después de una pausa. Erwin volvió a asentir con la cabeza—. ¿Eso quiere decir que no mantuviste relaciones con ella?

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora