La mansión siempre había lucido demasiado grande para él. Siempre había gente en ella, los sirvientes limpiando y moviéndose de aquí para allá. Gente en las reuniones, en donde los ojos nunca se le quitaban de encima. Constantemente había un aire de juicio sobre su persona. Igualmente, muchos se cuestionaron si ya tendría alguna prometida o si sus padres aún estarían en búsqueda de alguna, porque al final, todos querían entablar una relación de conveniencia monetaria con la familia del dios guerrero de Mizar Zeta.
Realmente los únicos momentos en los que Syd podía sentirse en paz y en calma eran cuando conseguía huir de su casa e ir al palacio Valhalla, donde podía conversar con su amigo Siegfried sobre cosas menos abrumadoras y superficiales que lo que vivía continuamente en su mansión. También consideraba a Hilda una buena amiga que lo conocía bien, pues desde que era niño su familia estuvo muy cercana a las actividades de la corte en Valhalla. Por eso no era nada extraño para él la cercanía con ellos, incluso con el joven Hagen, a quien tanto él como Siegfried lo veían como un hermano pequeño que a veces necesitaba guía.
Sin embargo, la aflicción no dejaba de nublar sus días, la culpa había sido una constante desde que supo que lo habían separado de su hermano al nacer. No dejaba de pensar qué clase de suerte había sido aquella que lo había hecho a él el elegido. Incluso cuando notó que su hermano formaba parte del ejército de Hilda, cuando supo que él estaba ahí, en las sombras. Su corazón brincaba en su pecho, pero no pudo hacer nada, la culpa, siempre la culpa. Deseó con muchas fuerzas desaparecer, que la tierra se lo tragara para poder intercambiar su lugar con Bud, que estaba ahí sin poder ser visto ni reconocido, otra vez, en segundo lugar.
¿Hablaría con él? ¿Qué le diría? ¿Su hermano lo aceptaría o lo rechazaría?
Después de que fue vencido por Andrómeda, qué le quedaba a él más qué el honor de haber peleado por su país, por su pueblo.
Y ahora nuevamente estaban ahí, las mismas preguntas que se planteaba antes, sabía que Bud había abierto su corazón. Pero qué le diría ahora, nada tenía sentido, la culpa no se iba y eso le impedía acercarse.
Una ocasión en la que se sentía harto de la vida, de las responsabilidades de su vida aristocrática, de la falsedad de la gente que normalmente le rodeaba, decidió que lo mejor era terminar con su vida. Caminó sin rumbo hasta llegar a una zona en la que se sabía abundaban los osos, si lo atacaban, aunque él podría defenderse bien con su cosmo y su poder, no haría nada. Sólo quería que todo terminara.
Ahí fue donde la vio, una chica poco común en Asgard, sus ropas y su semblante poco tenían que ver con lo usual en la moda femenina de ese lugar. Llevaba una chaqueta de piel color café, y un traje ajustado en tonos verdes y amarillos. Su cabello rizado en color marrón caía con gracia sobre sus hombros, junto con unos mechones claros que enmarcaban su cara. Esa visión le deslumbró y lo distrajo hasta que un oso le dio un fuerte zarpazo y ahí quedó.
La mujer que estaba cerca vio lo que sucedió y corrió de inmediato a su auxilio, Syd estaba inconsciente. Bastó que ella se retirara el guante que cubría una de sus manos, tocó ligeramente al animal, y éste cayó sin más reparo. El oso no había muerto, ella había logrado neutralizarlo sin lastimarlo.
Cuando Syd despertó, estaba en su casa, una de sus sirvientes estaba en su habitación junto con una enfermera. La mucama le contó que aquella mujer lo había llevado a la aldea para que lo revisara algún médico. La gente de la aldea reconoció que pertenecía a una de las familias más prestigiosas de Asgard y fue así como lo trasladaron a su mansión. La intriga le consumía.
¿Quién era ella? ¿qué hacía en una zona tan peligrosa? ¿por qué le había ayudado? Y lo más importante ¿Dónde podría volver a verla?
Ese encuentro le había dado por lo menos una nueva motivación, los sentimientos de culpa no se habían ido, por supuesto, pero ese hecho le parecía una buena señal de que tenía que seguir. También le hizo pensar nuevamente en su hermano, qué habría pensado Bud si él así sin más moría. ¿Sucedería lo mismo que aquella ocasión en la que cayó en batalla?
Sobre el asunto de los niños, a esos pequeños los adoptó algunos meses después de conocerla a ella. En esos días de vacilación, en donde se sentía lo peor del mundo, los vio, jugando en el patio de un orfanato. De los pocos que podría haber en Asgard, porque era cierto que, en tierras tan pobres como esas, los niños eran una carga, sobre todo para quienes no tenían recursos. La imagen enternecedora del niño más grande al cuidado de su hermanito, que a penas aprendía a caminar le hizo pensar en lo que podía haber sido y no era. También pensó en el cruel destino que había llevado a estos dos pequeños a estar ahí sin sus padres, y qué pasaría si pasaban más años y nadie quería adoptarlos. Entonces lo decidió, se los llevó a su casa, para que fueran miembros de la honorable casa de Mizar.
El mayor se llamaba Ulrik y el menor Sindri.
Los pequeños eran muy bien atendidos, tenían todos los privilegios de la aristocracia, no les faltaba nada, sólo en ocasiones la presencia permanente de Syd, quien era un hombre con muchas ocupaciones, aquí y allá. Su compañía constante era lo que más falta les había hecho, y su ausencia algunos dirían que fue lo que les quitó la vida, aunque en realidad habían perecido a manos de algunos enemigos que consiguieron adentrarse en Asgard.
El destino era cruel y la desgracia marcó su estirpe desde hacía muchos años.
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Los Nuevos cantares
FanfictionEste texto busca enlazar los hechos ocurridos en la saga de Asgard (clásica), con lo sucedido en Soul of Gold. El tema principal no son las guerras de cada uno de los dos arcos, sino desarrollar las relaciones entre los dioses guerreros. Se añaden a...