Thor I

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Caminaba a paso rápido por los bosques de coníferas propios de la tundra asgardiana. Cada pisada que daba dejaba una enorme huella sumergida en la nieve blanquecina. Llevaba un hacha al hombro y una capa de piel de borrego larga que le cubría los brazos y la cabeza. También portaba una bufanda que había recibido como obsequio por parte de la señorita Freya. Ella era tan dulce, sabía que no había bufandas tan grandes y se dio a la tarea de tejer una especial para él.

Después de la larga caminata llegó a lo que era normalmente su hogar. Ahí estaba su madre que era ya mayor. Diariamente iba a visitarla para ayudar con las labores del hogar, pero desde tiempo atrás decidió emanciparse, por así decirlo, para no representar más una carga para ella. Sabía perfectamente valerse por sí mismo. Fue así que tomar la habitación en el palacio que Hilda le había ofrecido le representó un despegue muy oportuno. Este nuevo lugar sería un territorio exclusivo para él y donde no afectaría a su madre, a la par que le permitiría estar cerca de Hilda y de sus compañeros.

Siempre le había gustado la compañía, se regodeaba cuando iba al centro de la aldea para repartir las presas de su cacería. Eso le hacía sentirse aceptado, que encajaba en algún lugar. Ahora, en el palacio, él buscaría la forma de poder sentirse parte de una comunidad, de formar un grupo con el resto de sus compañeros y con su amada princesa. Cuando acudía a su cabaña continuaba lo que ya era costumbre en su familia aldeana, que era dedicarse a la crianza de aves de corral, así como la recolección de sus huevos y la caza, ésta última la actividad a la que más empeño le ponía. Siempre consideró que un buen ciervo podía alimentar a más miembros en una familia que lo que hacían esas pequeñas aves que criaba en su casa.

Durante su infancia era común que recibiera burlas o que se alejaran de él por considerarlo enorme, y no era para más. Su altura era digna de uno de los habitantes mitológicos de las tierras de Jotunheim. ¿Cómo una mujer tan pequeña había podido engendrar a alguien tan grande y corpulento como él?

Incluso actualmente, entre sus compañeros de armas, el más alto a parte de él era Siegfried que medía poco menos de dos metros. Pero él fácilmente podía doblar esa altura. De todas formas, entre ellos su gran corpulencia nunca fue motivo de críticas, todo lo contrario. Se le veía como una gran ventaja ya que contar con alguien de su tamaño entre las huestes reales era sinónimo de que el ejército en general era fuerte.

A pesar de ello, con el resto de los dioses guerreros no era fácil el trato. Todos tenían motivaciones distintas para estar con Hilda por no decir más. Sin contar las abismales discrepancias entre ellos que los distanciaban. Para él era evidente que uno de los motivos que incrementaba la brecha entre él y sus compañeros era claramente una cuestión de estatus social. Mientras que él era un aldeano que había dedicado su vida entera a las actividades agropecuarias, el resto de sus compañeros era de buena cuna. Salvo casos muy específicos como el de Fenrir, a quien le tenía una apreciación especial, y que, de todos modos, había gozado en su más tierna infancia de los beneficios del dinero y el linaje, hasta que aquel oso le arrebató todo. O el caso de Bud, que siempre fue un aldeano como él, pero que, según su perspectiva, éste podía contar con el prestigio de un apellido acomodado y sin embargo lo rechazaba.

Pensaba en eso mientras realizaba sus trabajos. Cuando terminó la limpieza de sus aves, y las actividades en su casa colocó una cobija de lana sobre las rodillas de su madre y le dedicó una sonrisita en señal de "hasta luego". La mujer le respondió también con un gesto, revolviendo los cabellos grises de la cabeza de su hijo. Entonces, Thor emprendió nuevamente su partida hacia Valhalla. Se reacomodó la larga bufanda y se cubrió con la capa de pieles.

-Hijo, es un milagro que hayas vuelto, no desperdicies esta nueva vida que tienes. -Su madre cerró su despedida con esta frase. Thor asintió y salió de la cabaña.

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