Mime I

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El arpista era un hombre solitario, aunque su fachada indicara lo contrario. Buscaba constantemente la comunicación con los demás, pero cuando se trataba de hablar sobre él, pocas veces había un diálogo abierto. Solía presentarse en el palacio, con cierta aversión, pues aquellas frías paredes le recordaban a su padre. Rememoraba todas esas ocasiones en las que lo condecoraban por alguna hazaña y como todos le comentaban a Folker que él era un digno heredero de su casa, así como el que debía de seguir los firmes pasos y grandeza del héroe de Asgard. No obstante, siempre se sentía indigno, pues creía que no era capaz de pelear. A pesar de ello su lealtad a Hilda, así como sus intenciones de acercarse a sus compañeros lo incitaban a acudir. También tenía algunas pertenencias en la recámara que se le había designado. Aunque no pernoctaba ahí porque prefería hacerlo en su casa.

De hecho, andar de aquí y allá le ayudaba a conocer las necesidades de quienes le rodeaban. Para él siempre era un regocijo encontrar la forma de poder ayudar a otros. Al final las enseñanzas de Folker habían germinado en él favorablemente. Se había convertido en un hombre de altos valores, honorable, servicial, caritativo, muy instruido, educado, pero también sensible. Aún si él no se consideraba de esa manera, a los ojos de cualquiera era visible que tenía fuertes convicciones y que era un chico idealista que soñaba con un mundo mejor.

Mime, sentía que los trabajos que hacía tanto en el palacio como en la aldea eran una vía para servir al pueblo que su padre tanto había amado. Por eso se había hecho con empleos diversos, a pesar de no necesitar el dinero, dedicaba sus días enteros a trabajar, y asistir a quien así lo requiriera. Así era su vida diaria.

Tras la visita que hizo al dios guerrero de Alcor, Mime regresó al palacio Valhalla. Tenía varias cosas que preparar, la petición de Hagen no era sencilla. Según sabía la señorita Freya no tenía una relación abierta con él, por lo menos pública o lo que podría decirse oficial. Tal vez esa ocasión Merak buscaba dar ese importante paso. De todos modos, el caso era que él tenía que hacer su trabajo tan bien para poder crear el ambiente propicio, pero que su presencia no fuera molesta.

En su camino hacia su habitación se encontró con Fenrir en los pasillos.

-Hola Fenrir, que bueno verte por aquí. ¿Has terminado de estudiar por hoy? - preguntó risueño con tono amable. Nunca perdía la oportunidad de poder hablar con él.

El lobo emitió algo como un gruñido, casi inaudible, resopló y contestó.

-Sí, terminé antes de tiempo, llegó alguien a la biblioteca y preferí salir porque no me sentía bien.

-Que mal. Pero bueno, eso te ha dado algo de tiempo libre. ¿Qué te parece si me ayudas a hacer algunos preparativos para un pequeño evento?

-No me gustan esas cosas. Voy a buscar a Ging y al resto de mis lobos. Tengo algunas cosas que pensar...

Mime notó que Fenrir estaba incómodo, no porque Benetnasch no le simpatizara, era algo más. Pudiera ser por la interrupción que ya había mencionado. Aunque se le notaba pensativo, como si algo se hubiera removido en su pensamiento. -Está bien, no te preocupes, lo entiendo perfecto. Espero me puedas acompañar pronto, quiero que escuches algo que acabo de componer. – Le sonrió cálidamente y se despidió con la mano. Fenrir no le respondió verbalmente, sólo le hizo una seña para indicarle un "hasta luego".

Después en el mismo corredor vio a Siegfried, estaba platicando con su hermano Sigmund. A diferencia de Dubhe, Sigmund siempre se le veía menos formal, su carácter era muy diferente. Siegfried era la imagen viva de la rectitud, la honradez, la entrega y fidelidad. Sigmund no era que no fuese íntegro, sino que a veces era menos aprensivo con ese tipo de cosas o les ponía menos reparo. A veces se le veía hasta más atrevido, por no decir desfachatado en su forma de expresarse. Mime los conocía bien a ambos, de todas aquellas ocasiones en las que su padre lo llevaba al palacio. Sin embargo, nunca habían cruzado muchas palabras. Sabía que era el hermano mayor de Siegfried y que al igual que él era un diestro peleador. Habían compartido la misma mesa para comer hacía algunos días, pero no había hablado con él. Aunque hubiera querido acercarse y platicar, como era usual en él, no era el momento, debía encargarse del asunto de Hagen primero, pues al siguiente día tenía que estar todo. Sólo les saludó con un gesto, caminó más deprisa y entró a su habitación.

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