Hilda

50 6 3
                                    

Cada último domingo de mes, la soberana de las tierras heladas de Asgard debía destinar el día a realizar las oraciones correspondientes al dios Odín de manera pública. Los preparativos y todo lo que concernía a ese día eran labor del sacerdote Frey, quien era un hombre amable y servicial siempre, cosa que no había cambiado después de lo sucedido con su hermana. Esto no significaba que el resto de los días no dedicara un tiempo a llevar a cabo esa labor, sino que ese día en específico se organizaba y disponía todo lo posible para que los habitantes del pueblo se reunieran también al pie del altar para acompañarla en ese proceso. Igualmente, ella había tomado ese momento como un escaparate para poder dar comunicados y dirigirse directamente con sus gobernados, cosa que antes de su mandato no sucedía. También daba audiencias por uno o dos días durante la semana para atender demandas en específico de aquellos que le solicitaban reunión.

Era un trabajo muy demandante, y obviamente era difícil dar solución y cabida a todas las quejas que continuamente llegaban. Gobernar un país tan pobre y con tantos problemas no era tarea sencilla. A veces sentía que quería escapar de todas esas responsabilidades y poder crecer de forma sencilla como otras mujeres de su edad, pero siempre recordaba la responsabilidad enorme que tenía con su pueblo, con su familia, sus guerreros, su linaje y con su dios. Todo eso le daba las motivaciones y fuerzas para seguir.

Tener a su adorada hermana y a sus amigos cerca le permitía explayarse a veces y relajarse por momentos, aunque fueran breves. La jovialidad y carisma de Freya eran un motor indudable para continuar, también la compañía de Siegfried, quien siempre la cuidaba, la escuchaba en momentos de angustia o le aconsejaba en lo que podía cuando era necesario. Se encontraba también su buen amigo Syd, a quien apreciaba mucho, pues podían conversar desde las cosas más profundas hasta las más triviales de la vida asgardiana, sin contar que era muy simpático, agradable y noble. No obstante, seguía sintiéndose sola, había cosas que no podía contarle a Syd o a Siegfried. En quien más confiaba era en su pequeña hermana, pero ella había sufrido mucho últimamente y ahora que estaba contenta no iba a agobiarla. Sin contar que no quería preocupar a Freya con sus problemas, que no dejaban de ser pequeñeces contra todo lo que aquejaba a su pueblo y lo que tenía que resolver.

Fue por eso que, a sugerencia de la misma Freya, quien estaba muy ocupada últimamente, decidió llamar a Lyfia quien tomaría lugar como una doncella de su corte. Aunque la verdadera razón es que ella buscaba el oído de una amiga que la pudiera acompañar incluso en asuntos que pudieran parecer superficiales. Lyfia era una chica aldeana, hija de padre y madre comerciantes de pan que, si bien no eran acomodados, habían tenido una forma muy loable de vivir sin tantas privaciones. Ella conocía a Freya, quien continuamente iba a la aldea a comprar panecillos con sus padres y, justo fue quien encomendó al chef del palacio comprar insumos en ese establecimiento. De ese modo, Freya recomendó a la joven de cabello azul celeste solicitar un empleo en el palacio de Hilda, quien vio en ella a una mujer trabajadora y de buenos modales, y finalmente la llamó como su acompañante. Desde entonces Lyfia estaba a su lado y, de hecho, había sido una muy buena decisión. Era una muchacha risueña y buena confidente.

Un día como muchos otros, en los que no había nada fuera de lo habitual, Lyfia notó una cajita de madera que estaba sobre el escritorio de Hilda. Era un artículo que nunca había visto ahí, se veía que era hecha a mano y con esmero. Fue así que, en tanto Hilda volvió, no tuvo reparó en preguntarle en tanto la vio.

-Señorita Hilda, espero no ser inoportuna, pero he visto esa hermosa cajita en tu recepción. Me ha parecido muy bella y no era usual que estuviera ahí.

-Ha sido un obsequio, es muy bonita, además dentro tiene algunos caramelos que nunca había probado antes en Asgard. - Le dijo sonriéndole amablemente mientras le extendió la mano para compartir uno de los dulces con la chica. Lyfia abrió los ojos ampliamente.

- ¿Un obsequio?

-Sí, mira. – le dijo mientras le enseñaba una pluma que estaba también en su escritorio. -Esto también me lo han regalado, fue hace más de una semana. Ahora la uso para firmar y escribir continuamente. Los adornos son de oro y también parecen hechos a mano. Este libro, -dijo sacando un ejemplar de los estantes. - La encuadernación es muy linda también, sin contar que es uno de mis autores favoritos y tiene una hermosa dedicatoria escrita en la primera hoja. – Se la mostró a Lyfia mientras ella la leía, al tiempo que degustaba el caramelo que Hilda le dio. – Y lo último fueron estas flores.

-Las flores no son comunes en esta época del año señorita Hilda. -Apuntó sorprendida la joven.

-Así es. Lo más curioso es que han sido regalos que me han dejado aquí, de manera anónima. Eres la primera persona a quien le cuento sobre esto, Lyfia.

- ¿Anónimos? ¿Y qué opinas de eso Lady Hilda?

-No lo sé con seguridad. Pero es emocionante, por un lado. Sentirse querida es algo muy bueno de verdad. Sin contar que me ayuda a despejar mi mente de los problemas del gobierno por un momento. ¿Sabes? – Guardó silencio unos segundos. – A veces me siento muy impotente o que no estoy haciendo bien las cosas. Otras ocasiones, simplemente quisiera vivir lo que otras mujeres de mi edad tienen oportunidad de sentir, sin todas las responsabilidades que tengo. Pero al final esta vida es la que me corresponde. De todas formas, ver que a alguien le gusto me permite acercarme a eso que deseo, aunque sea brevemente.

Lyfia se acercó a Hilda para tomarla de las manos.

-Señorita Hilda, lo estás haciendo excelente. Nunca alguien le había dado voz al pueblo de Asgard como tú lo has hecho ahora. Debes tener en cuenta que Roma no se hizo en un día y, los cambios, aunque sean positivos, llevarán tiempo. – Señaló dulcemente.

-También me preocupa que mis dioses guerreros no consiguen llevarse bien. Aún encuentro muchas dificultades para integrarlos y, la verdad, me encantaría que pudieran llevar una vida más tranquila y con menos agitaciones. Ellos, en su momento, entregaron sus jóvenes vidas a mi servicio, sufrieron muchas penalidades previamente y durante su actividad desde que les nombré dioses guerreros. Ahora, siento que debo retribuirles de alguna manera, pero no consigo dar con la clave. Quisiera que ellos pudieran compartir tiempo como grupo y también conmigo. Para mí, son más que sólo mis guardias, son mis amigos y cómplices. ¿Entiendes?

-Claro que lo entiendo. Sobre eso, creo que sólo puedes darles tiempo, Lady Hilda. No es fácil, más porque cada uno tiene sus propias motivaciones para estar o no en Valhalla. Pero creo que todos, desde sus distintas posturas, tienen un objetivo común y ese eres tú. Eres el pegamento del grupo. – Terminó con una risita.

- ¿El pegamento? - La miró Hilda risueña.

-Claro que sí, ninguno de ellos estaría aquí, si no fuera por ti. Incluso Alberich, siempre quiso tu aprobación. Fenrir seguiría siendo un salvaje por ahí si no te hubieras acercado en aquel entonces. Ellos están aquí porque quieren estar alrededor tuyo. Sólo hay que darles los espacios adecuados y las cosas se irán dando de a poco.

Hilda suspiró. -Supongo que tienes razón.

-Ahora, sobre el asunto de tu pretendiente, no quiero ser entrometida. ¿Qué piensas al respecto? ¿Tienes idea de quién puede ser? – Se llevó una mano para taparse la boca y después dijo en tono pícaro. - ¿Y sí es Thor?

- ¿Eh?, No, no creo que sea Thor. No es su estilo, ya lo vimos en varias ocasiones. Sinceramente, aún siento algo de vergüenza por las situaciones públicas que me hizo pasar. No creo que se trate de él.

-Entonces, quizás sea Siegfried.

-Tal vez, eso creo... Si se trata de él, no me molestaría en absoluto, al contrario. Aunque sí tendría muchas cosas que pensar. – Cerró mirando por la ventana del despacho hacia la estatua de Odín. Lyfia la miró con los ojos muy abiertos – Pero por ahora, no cabe hacer especulaciones. Lyfia, por favor ve a buscar a Frey, necesitamos comenzar los preparativos de las oraciones para el próximo fin de semana.

-Claro que sí Lady Hilda. – Lyfia hizo una reverencia y salió de la habitación. Hilda por su parte, se sentó en la silla de su escritorio para abrir un libro de contabilidad y continuar con algunas de sus labores cotidianas.

Los Nuevos cantaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora