Nora
Oigo el ruido del motor frenando en seco y mi hermana pequeña pega un grito antes de notar que ya no está sentada a mi lado. Me toco la frente y tengo sangre en la mano; delante puedo ver a mi madre, pero no se mueve. Empiezo a ver borroso hasta que mis ojos se cierran lentamente quedándome inconsciente.
¡Riiing! ¡Riiing!
Pego un bote por la alarma de mi móvil y noto que tengo el cuerpo sudoroso por la pesadilla de anoche. Siempre es la misma y, cada día que me despierto, me siento desgraciada porque aún sigo recordándolo todo a la perfección.
Me limpio las lágrimas secas y no tan secas de mis mejillas y me tomo la pastilla, como cada mañana. Me levanto de la cama perezosamente y voy directa al baño, me miro en el espejo y lo único que siento es rechazo hacia mí misma.
Me pongo una chaqueta por encima de mi pijama azul y veo a Molly mirándome con sus orejitas levantadas, esperando a que la llame para ir a desayunar. Le hago un gesto para que me acompañe y bajamos juntas las escaleras.
Cojo su comida del armario de la cocina y se la pongo en el cuenco, empieza a engullir todo su pienso hasta que no queda ni rastro. Molly es una Beagle de dos años, mi hermano mayor la adoptó para que me encontrara mejor. Tenía un poco de razón aunque me cueste admitirlo, ya que Molly es la única que me suele alegrar un poco la vida.
–¡Buenos días!
Aparece mi hermano con una sonrisa, al igual que cada mañana, deseándome los buenos días, aunque sabe que para mí todos son malos.
Se acerca y me da un beso en la mejilla, yo no digo nada como de costumbre y me limito a abrir unos cereales para que no me riña por no comer nada.
–Nora, no te has peinado –me dice–. Tu melena rubia necesita un poco de orden.
–No hace falta, ni siquiera salgo de casa –respondo malhumorada.
Me como unos cuantos cereales, pero enseguida me cansan y cierro la bolsa.
–¿Quieres que te cocine algo? –me pregunta.
–No tengo hambre y lo sabes.
–Tienes que comer algo o papá se enfadará.
–Le puedes ahorrar el disgusto si no se lo dices.
Frunce el ceño y saca jamón y queso de la nevera, coge pan de molde y hace un sándwich. Me lo tiende y yo le aparto la mano bruscamente.
–Nora... –me advierte.
–Derek... –contesto imitándole.
Él suspira cansado por la misma discusión que tenemos cada mañana y me deja el sándwich encima de la mesa mientras Molly lo mira desesperadamente.
–¿Te has tomado la pastilla al menos?
Yo asiento con la cabeza. Esto ya me empieza a cansar, ya que cada día me lo pregunta.
–Me tengo que ir a la uni, ¿quieres que te traiga algo?
Lo que quiero es desaparecer, pero eso no se lo digo porque sino me aumentará las sesiones con mi psiquiatra. Me limito a negar con la cabeza y camino hacia las escaleras.
Cuando mi hermano se va por la puerta principal, voy de nuevo a la cocina y le doy el sándwich a Molly, quien mueve la cola entusiasmada y lo devora en un santiamén. De mientras, subo a mi habitación y me pongo mis cascos rosas para escuchar mi primera playlist del día.
Tengo una para la mañana, otra para la tarde y una última para la noche; son recopilaciones de canciones tristes y depresivas, pero las escucho porque me siento identificada. Me pongo en el alféizar de mi ventana, como cada día, y observo a los vecinos pasar con sus sonrisas que no soporto y abrazos que me producen malestar.
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Perfectamente Imperfectos
RomanceNora Davis vive en Portland con su padre y su hermano. Es obligada a retomar las clases después de dos años encerrada en casa, ya que el pasado la atormenta y los remordimientos la carcomen por dentro; le han hecho entrar en un pozo sin salida y sin...