No llego muy lejos porque Derek es más rápido que yo y me frena a medio camino cogiéndome del brazo.
–¡Suéltame! –grito.
–Nora, todo irá bien.
–No digas eso, es mentira –replico–. Tú no tienes que enfrentarte a un nuevo lugar completamente desconocido con todos mis problemas.
–Te curarás.
–Aquí no.
–¿Y en casa sí? ¿Me puedes asegurar que encerrada te recuperarás antes que saliendo al exterior?
Quiero decirle que sí, pero me mentiría a mí misma.
–No me hagas esto, Derek –digo con lágrimas en los ojos–. Tengo mucho miedo.
Observo que sus ojos también se ponen llorosos.
–Cariño, no estás sola –me coge el rostro con ambas manos–. Cualquier cosa que necesites, me llamas y vendré enseguida.
Asiento nerviosa mordiéndome las uñas y mi hermano me ofrece la mano, yo opto por no cogérsela y nos encaminamos al edificio. En la puerta principal hay un señor de mediana edad saludando a unos padres y, no sé porqué, me inspira confianza.
Derek me guía hacia él y nos ve. Siento que mi corazón va a toda velocidad porque hay demasiada gente.
–Tú debes de ser Nora Davis, bienvenida al instituto Franklin –me tiende la mano y se la doy con nerviosismo–. Aquí estarás estupendamente, te he puesto en la mejor clase.
–Gracias, director Rendall –dice mi hermano.
Yo me limito a mirar a los lados con la esperanza de que venga alguien a rescatarme, pero sé que nadie lo hará.
–No te preocupes por nada, los alumnos aquí acogen muy bien a los nuevos –me comenta el director–. Te enseñaré tu clase y luego te acompañaré hasta el gimnasio donde daré el discurso de cada año.
–Vale –pronuncio casi en un susurro.
–Suerte, Nora. Cualquier cosa me llamas –me dice Derek.
Yo, sin poder contenerme, le doy un abrazo. Él, aunque al principio se queda sorprendido por mi gesto, me sostiene con fuerza y me deposita un beso en la sien.
–Adiós, Derek –se despide el director dándole la mano–. Nos vemos pronto.
–Sí, gracias por todo.
Dicho esto, mi hermano me guiña un ojo y se va dejándome sola ante el peligro.
El director majo me guía hacia dentro del edificio; hay un pasillo enorme donde están todas las taquillas y, al otro lado, se ven las aulas. Caminamos un poco más y nos paramos enfrente de una puerta que pone: 2B.
–Esta es tu nueva clase –me informa–, ahora no hay nadie porque están todos en el gimnasio y llegaremos tarde si no vamos ya.
Me sonríe y yo se la devuelvo porque me inspira confianza, pero me resulta extraño porque suelo desconfiar de todo el mundo.
Entramos por la puerta del gimnasio, el cual es bastante amplio con algunas canchas de baloncesto. Todos los alumnos ya están sentados en las gradas y noto que algunos me miran o cuchichean con sus amigos. Odio estar aquí.
–Siéntate –me indica el director–. Luego si quieres te enseño el colegio.
–Gracias –consigo pronunciar.
–A ti, bienvenida.
Camina al centro del gimnasio, donde están todos los profesores de pie, y se pone delante de un micrófono. Yo, con la cabeza enfocada en el suelo, me siento en el extremo de una grada. Nadie me habla y ahora ya no me miran, si soy invisible mucho mejor para mí.
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Perfectamente Imperfectos
RomansaNora Davis vive en Portland con su padre y su hermano. Es obligada a retomar las clases después de dos años encerrada en casa, ya que el pasado la atormenta y los remordimientos la carcomen por dentro; le han hecho entrar en un pozo sin salida y sin...