4. Mi adicción

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Nicholas

Es ella, estoy seguro. He visto su rostro por esa ventana durante meses como para no reconocerla, siempre con esos cascos rosas mirando a las personas pasar. Lo que no sabe es que yo la llevo observando mucho más tiempo de lo que me gustaría admitir.

Encima ahora va a mi instituto y sé que ella va a ser mi perdición, pero no dejaré que me desconcentre. No puede involucrarse conmigo porque es peligroso, aunque cuando entró por la puerta del gimnasio con el director Rendall, el corazón me dio un vuelco y sentí que volvía a respirar.

–¡Walker!

Un grito me saca de mi ensoñación y me intento concentrar en lo que estoy haciendo. El parking está iluminado con una luz tenue y se mueven ratas cerca. Saco el fajo de billetes y se lo doy al señor barbudo, quien tiene pintas de mafioso. Cuenta los billetes junto con sus guardaespaldas, o al menos lo parecen por lo grandes que son.

–Muy bien, ya me dijeron que eras de fiar –dice éste.

Yo extiendo la mano para que me de lo que me corresponde, pero solo me entrega una bolsita pequeña.

–Esto no era lo acordado –me quejo.

–Qué lástima –dice irónicamente–. Eres un cliente nuevo, así que esta es la parte que te toca.

–Pues devuélveme el dinero que me corresponde.

–Lo que se da no se quita, chaval.

Se despide con la mano y me dejan solo en ese parking abandonado. Me coge furia por dentro por lo poco que me durará lo que me han dado. Aún así, voy al lavabo público que veo enfrente y, aunque el grifo está sucio, pongo la bolsa de pastillas encima y las chafo con mi navaja.


Pico ruidosamente a una puerta, que no me acuerdo por qué lo estoy haciendo, y me abre un chico alto con el pelo negro. Ahora recuerdo que es Ethan, mi mejor amigo.

–Mierda, Nick.

Me coge la sudadera en un puño y me arrastra dentro de su casa. Me conduce hasta lo que recuerdo que es su habitación y me sienta en la cama.

–Estaba preocupado –me dice–, no contestabas a mis mensajes.

Yo me río, pero enseguida me viene un dolor de cabeza como si me estuvieran golpeando con un martillo.

–¿Te parece gracioso? Madre mía, vas más drogado...

Yo resoplo cansado y él añade:

–¿Cuántas te has metido esta vez?

De repente, me toca la nariz como si estuviera inspeccionándola y yo le quito la mano.

–No me sobes –pronuncio.

–Eres increíble, Nick –se queja–. Tus padres llegarán a casa de un momento a otro y tú con estas pintas.

–Pues diles que me quedo a dormir aquí, como siempre hacemos.

Él bufa cargado de paciencia y sé que se ha enfadado.

–Lo siento –digo frotándome los ojos–, solo quiero descansar...

–Anda, duerme. Mañana hablamos.

Al día siguiente, me despierto con mucho dolor de cabeza y solo tengo ganas de quedarme en la cama. Aunque ya tendría que estar acostumbrado porque es lo que pasa cada vez que me meto droga en el cuerpo. Veo que estoy en casa de Ethan y no sé cómo he llegado aquí.

–Al fin te has despertado.

Mi amigo aparece en la habitación y me mira con rostro cansado, como si no soportara tenerme un minuto más aquí.

Perfectamente ImperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora