17. Reconciliación

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Nicholas

Tiene toda la razón, soy un imbécil y no la merezco. Le he dicho lo contrario de lo que pienso sobre ella, pero tenía que hacerlo así porque sino Craig nunca me habría creído. No me ha dado tiempo a decirle la verdad a Nora porque se ha ido antes de que tuviera la oportunidad.

Ella se merece a alguien que no sea un drogadicto que se comporta fatal con sus padres adoptivos por rencor. Miro los polvos que aún descansan en el mueble y me lo repienso tanto que me duele la cabeza, pero acabo haciendo lo inevitable. Me los tomo rápidamente y salgo del baño. Veo a Craig comentando algo con sus amigos y se ríen.

–¡Walker! –me saluda– Has estado increíble, ya eres un auténtico playboy como nosotros.

Se ríen todos mientras me dan palmadas en el hombro, como si me estuvieran felicitando. Me siento la peor persona del mundo, solo quiero irme a casa y llorar hasta que no me queden más lágrimas por sacar.

Salgo por la puerta y me encuentro a Ethan y Mia dándose el lote en un banco del jardín delantero. Aprovecho que no me ven para irme corriendo hasta que mis piernas no aguantan más y me siento en una acera a llorar desconsoladamente.

Tengo el presentimiento de que ya ha pasado bastante rato porque he gastado todas mis lágrimas. Me levanto para dar fuertes puñetazos a un árbol y así desahogarme. La sangre de mis nudillos cae hasta derramarse en el suelo mientras lloro de dolor, aunque ya no distingo si es por las manos o por mi corazón quebrado.

De repente, unas luces de un coche se paran a pocos metros de mí y sale una mujer que reconozco enseguida a pesar de la oscuridad. Nos miramos y corro a abrazarla.

–Cielo, menos mal que estás bien.

Clarice me acaricia el pelo mientras no paro de llorar. No sé cómo me ha encontrado, pero se lo agradezco enormemente. Escondo mi rostro en su cabello, como cuando era pequeño, y me guía hasta el coche. Me sienta en el lugar del copiloto y me pone el cinturón de seguridad antes de colocarse delante del volante. Conduce hasta casa sin recriminarme nada, al contrario, no parece enfadada.

Llegamos a casa y vamos a la cocina donde me da un vaso de agua, el cual me bebo con ansias porque estoy sediento. Clarice coge del armario un botiquín de primeros auxilios y me indica que me siente en una silla del comedor.

Se pone delante mío y me cura los nudillos sin pronunciar palabra. No entiendo por qué está tan calmada, ¿o se contiene para más adelante?

–¿Dónde está Arthur? –pregunto para romper el silencio.

–Durmiendo.

–¿No le has avisado?

Ella niega con la cabeza y yo suspiro aliviado.

–¿Cómo me has encontrado?

–Ethan me llamó preocupado porque no te encontraba en la fiesta.

–¿Te has recorrido todas las calles hasta dar conmigo?

Ella asiente con la cabeza y vuelve su mirada a las heridas. Hace meses que no saben qué hacer conmigo y, cuando tienen la oportunidad perfecta para deshacerse de mí, Clarice me busca por toda la ciudad a las tantas de la madrugada en vez de rendirse.

–¿Por qué lo has hecho? –pregunto extrañado.

–¿El qué?

–Buscarme.

Ella alza su mirada y me acaricia la mejilla con una mano antes de responder:

–Porque eres mi hijo y te quiero, ninguna prueba de ADN va a cambiar eso.

Perfectamente ImperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora