32. Graduación

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El semblante de Cedric se torna serio y aprieta la mandíbula, seguidamente contesta:

–Yo no tengo hijos.

Intento calmarme porque no quiero explotar ahora.

–Nuestro ADN dice lo contrario.

–Será mejor que te vayas.

Vale, me estoy empezando a enfadar.

–¿Cómo? He conducido hasta aquí sólo para verte, así que ahora me vas a escuchar te guste o no.

Él alza una ceja y entra dentro dejando la puerta abierta. Le sigo y veo una casa llena de suciedad y latas de cerveza por todo el pequeño salón. Me tapo la nariz con disimulo de lo mal que huele mientras él se sienta en un sofá medio roto.

–Te ofrecería una cerveza, pero no la has pagado tú –me dice.

Encima es egoísta, ¿algo más?

–Te puedes sentar, si quieres –me ofrece.

–No hace falta, solo he venido a preguntarte por qué me abandonaste.

Claro y directo, como debe ser.

–Joder –se ríe–, veo que vas al grano.

–Sí, quiero saber toda la verdad.

–No sé qué esperas que te cuente, ya debes saber que te dejé en un orfanato.

Me está dando mucho asco este hombre.

–¿Por qué me abandonaste?

–Porque tu madre me mintió.

–¿Cómo? –frunzo el ceño confuso.

–Me dijo que abortaría, pero no fue así.

–¿Estás de coña? –replico enfadado– ¿Cómo te atreves a decir una cosa así?

–Querías sinceridad, ¿no?

Contengo las lágrimas, pues no se merece que las malgaste por él.

–¿Dónde está mi madre?

–Espero que esté muerta.

Le cojo de la camiseta y quiero pegarle un buen puñetazo, pero me contengo.

–Calma, chico –me dice impasible–. No sé dónde está, lo nuestro solo fue un lío de una noche.

Le suelto con toda mi rabia acumulada y él se ríe descaradamente.

–¿Qué te parece tan gracioso? –pregunto molesto.

–Que eres igual que ella.

–¿A qué te refieres?

–Que era una cobarde y una zorra.

Ahora sí que mi puño se clava en su barbilla y él se queja del dolor mientras abandono esa casa tan necesitada de afecto y amor.

Entro en el coche y cierro la puerta bruscamente. Nora pega un bote del susto y me pregunta preocupada:

–¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Arranco el coche sin decir nada y dejamos atrás a ese hombre que nunca ha sido mi padre.

–Amor, para el coche –me advierte ella.

Me doy cuenta que voy muy rápido y me estoy pasando de la velocidad permitida, aunque necesito olvidarme de todo porque no puedo soportarlo.

–¡Nicholas Walker! –me grita.

Cuando escucho mi nombre completo paro el coche en un descampado de tierra, pues se ha enfadado conmigo y es lo último que quiero. Pego al volante unas cuantas veces mientras salen lágrimas de mis ojos sin parar. Enseguida noto unas manos suaves sosteniéndome por las mejillas y me dejo abrazar por Nora.

Perfectamente ImperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora