24. Besos al despertar

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–¡Nicholas!

Una voz muy dulce me zarandea la cabeza para que me despierte. Abro los ojos lentamente y siento que estoy en el cielo.

–Qué susto me has dado –me dice esa voz angelical–. Pensaba que estabas muerto.

Oh, no. Es Nora y está llorando desconsoladamente a mi lado. Me levanto lentamente aunque siento que me quema todo el cuerpo.

–Madre mía, menos mal... –susurra.

Le limpio las lágrimas con una mano y le digo:

–No llores, estoy bien.

–¡No! ¡No estás bien!

Ahora está enfadada y yo he provocado eso.

–Lo siento. No te enfades, por favor.

Ella suspira con paciencia y me pregunta:

–¿Puedes levantarte?

–Creo que sí.

Me ayuda a ponerme en pie y, en menos de un segundo, aparece Ethan.

–¿Qué ha pasado? –se me acerca preocupado– ¿Quién te ha hecho eso?

–¿Por qué la has llamado? –le recrimino.

–Yo he avisado a Ethan –me dice Nora.

–Pensaba que...

–Me llamaste a mí, Nicholas –me interrumpe ella–. Qué susto me pegué cuando no respondías, menos mal que estás cerca de mi calle.

–Vamos a mi casa –comenta Ethan–. Ya les he dicho a tus padres que hoy duermes ahí.

–De acuerdo...

Me cargan entre los dos hasta su casa y, por suerte, toda su familia está durmiendo porque sino sería traumático para ellos. Suficientes personas he defraudado ya como para entristecer también a los padres de Ethan, que son mi segunda familia.

Me sientan en la cama de mi amigo y él desaparece para ir a buscar el botiquín de primeros auxilios al baño. Miro a Nora, quien no me saca los ojos de encima y le digo:

–Estoy bien, de verdad.

Ella niega con la cabeza y se borra una lágrima que le baja por la mejilla. Le cojo el mentón con una mano y le voy a dar un beso en los labios, pero ella me esquiva y se levanta de la cama.

–Aquí está –señala Ethan el botiquín que trae en la mano.

Él nota la tensión que hay en el ambiente y le pregunta a Nora:

–¿Te encargas tú? Voy a por hielo y a prepararle algo de comer.

Ella asiente con la cabeza y se sienta a mi lado para curarme las heridas de la cara, que no son pocas.

–¡Au! –me quejo del dolor.

–Estate quieto.

–Me lo merezco, lo sé.

–No hables.

–Nora...

–Shh –me interrumpe.

Me cura las heridas con paciencia y en ningún momento me mira a los ojos, con lo cual me siento como una mierda.

–Se curará rápido porque tengo a la mejor enfermera –digo para romper el hielo.

Ella se limita a acabar las curas y, seguidamente, cierra el botiquín y se levanta de la cama. La cojo del brazo y le suplico:

–No te vayas, por favor.

Perfectamente ImperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora