20. Corazón hecho pedazos

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Nicholas

Me despierto con un dolor de cabeza inaguantable y voy directo al baño a buscar una aspirina porque siento que en cualquier momento me voy a desmayar. Veo borroso y no leo bien los medicamentos. Suelto una maldición y oigo unos pasos apresurados que vienen hacia mí.

–Cielo, ¿qué te ocurre?

Mi madre me toca la frente con la mano para comprobar que no tenga fiebre, seguidamente, me sienta en la tapa del váter y me pregunta preocupada:

–¿Qué te duele?

–La cabeza me da vueltas.

Cierro los ojos e intento pensar en otra cosa. Automáticamente me viene a la cabeza la imagen de Nora con su cabello rubio y esos preciosos ojos verdes, los cuales me dan esperanzas para recuperarme porque sé que estos síntomas son por causa de las drogas. Pero enseguida me acuerdo que ella está muy enfadada conmigo; no quería hacer el trabajo de literatura conmigo ni tampoco cocinar la comida italiana que tanto nos gusta.

Empiezo a tener náuseas y me suda todo el cuerpo, solo parará si pruebo unos gramos de cocaína. Me levanto y me dirijo a la puerta, pero mi madre me frena bloqueándome el paso.

–¿Dónde vas? Estás sudando y tu cara se ha puesto pálida.

–Es por no tomar drogas durante días, necesito probar.

–No, ni se te ocurra.

–Déjame, necesito salir –digo enfadado–. ¡Suéltame!

Veo que se le ponen los ojos llorosos, pero necesito esa droga como el aire que respiro. Es la peor adicción que existe, tanto que cuando empieza ya no puedes parar a no ser que te obliguen a la fuerza. Viene mi padre a toda velocidad y me agarra por los hombros diciéndome:

–Tómate una pastilla para el dolor y te vas directo a la cama.

–¡No! –contradigo– Necesito salir de aquí, me estoy ahogando.

–Cariño –llora mi madre.

No quiero que sufra, pero la droga está inhabilitando todos mis sentidos y voy a decir algo de lo que me voy a arrepentir.

–Clarice, dile que me deje salir.

–No puedo, cielo...

–Nick –me ordena mi padre–, tómate la pastilla.

Me fuerza para que me siente de nuevo en la tapa del váter, pero me levanto y le empujo por el pecho.

–¡Viejo de mierda! Déjame salir.

Mi madre se gira para no tener que mirarme mientras intenta dejar de llorar. Mi padre me sienta en contra de mi voluntad y me obliga a tragarme la pastilla.

–Me cago en...

–Cágate todo lo que quieras –me responde malhumorado–, ahora vete a dormir.

Me sujeta por el brazo y me guía hasta mi cama. Me tumbo y él me advierte:

–Ni se te ocurra moverte, ¿te queda claro?

Yo me rindo y me tapo con la manta porque noto escalofríos recorriéndome toda la espalda. Intento dormirme, pero no lo consigo. Uno de los síntomas de dejar las drogas es que tu cuerpo te produce insomnio, así que lo único que puedo hacer para no pensar más en eso es centrarme en algo que me haga feliz.

Me imagino escenarios con Nora dentro de mi cabeza; estamos en el cine y nos reímos, paseamos por la ciudad cogidos de la mano, me cuelo en su ventana para darle un beso de buenas noches... Todas estas cosas que sé que no pasarán en un futuro próximo, pero aún así las pienso aunque sufra sabiendo que, si no me recupero, nunca podré tener nada con ella.

Perfectamente ImperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora