Epílogo

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Un año después

No era fácil movilizar el cochecito de la bebé mientras caminaba por el pasto con Alen corriendo a mi lado. Kael estaba detrás de él viendo que no vaya más allá. Mientras miraba el camino de piedras me pregunté cómo rayos iba a pasar. Preferí ser más inteligente y coger a la bebé en brazos para luego empujar el coche y pasar al pasto donde varias gravas se veían con los nombres de los fallecidos. Un año después del entierro de Ela, estábamos aquí. Kael y yo rara vez veníamos a Ruther Glen, debido a nuestro deseo por mudarnos cuando volvió de su último servicio, decidimos vender la casa y con ese dinero, más el mío, comprar una cosa donde realmente ansiábamos vivir. Así fue como terminamos en una casa muy bonita en la bahía de Chesapeake. Oliver, quien vivía allí, nos ayudó a buscar casa y meses después antes que la bebé naciera, conseguimos nuestra casa. Era perfecta para los cuatro. Tenía varias habitaciones y el lugar era grande y cercano a la playa. Cada día de verano, los cuatro íbamos a pasar unas cortas vacaciones y de paso, alquilábamos un yate.

En Chesapeake estábamos más lejos de mis padres, y Kael igual de los suyos, pero pusimos todo nuestro empeño para visitarlos a menudo. Ellos se morían por conocer a la bebé así que no tuvimos más remedio que ir con ella a cada pueblo y que nuestro padres la conocieran.

Su nombre completo era Ela Holden Owens, debido a nuestros dos apellidos, y en conmemoración a Ela, que sin ella tal vez nuestra bebé no hubiera vivido. Y Holden era por Isaiah, que por insistencia de Kael lo reconoció para que su apellido cambiara. Fue un trámite largo pero se pudo cumplir. Alen también tenía el apellido Holden una vez que se comprobó por medio de un examen de ADN que Kael era su padre.

Ahora Kael era Holden, y yo seguía con mi apellido de soltera, Owens. Lo cual era perfecto para nuestra pequeña y su doble apellido.

Kael llevaba en su mano izquierda una docena de rosas rojas, como le gustaban a Ela, mientras que en la otra tenía sujetado a Alen guiándolo por el lugar hasta llegar a la tumba de su mamá. El pequeño era un niño fuerte. Cogió una rosa que Kael le tendió y la besó, antes de ponerla sobre la tumba. Luego me dio a mí otra y como pude, con una mano, puse la rosa sobre la tumba. Kael puso las restantes y por un momento nos quedamos en silencio, con el viento azotando nuestros cabellos. En ese instante todos mis pensamiento iban a Ela.

Luego de varios minutos la bebé Ela empezó a llorar. Tenía ya ocho meses y era pesada para cargarla. Tenerla entre mis brazos ya estaba agotándome, así que se la pasé a Kael porque ella era su consentida. Ni bien estuvo en sus brazos dejó de llorar para empezar a reírse cuando su papá le hizo mueca graciosas.

Yo cogí a Alen de la mano para llevarlo al auto, para ir de vuelta a nuestra casa. Sólo habíamos venido porque días atrás se cumplió un año del fallecimiento de Ela, y como no pudimos venir ese día, estábamos aquí hoy.

Nos tomamos nuestro tiempo para volver, pero en el camino Alen fue un buen hermano mayor distrayendo a Ela en su silla de bebé.

-¿Podemos parar por un helado? -preguntó casi llegando a casa. Mientras pasábamos los autos y calles de jardines bonitos, se veía el mar de lejos, de un azul intenso.

Kael ya no manejaba su camioneta. No era segura para una bebé recién nacida, así que con lo que quedó luego de comprar la casa, compramos un auto seguro para niños que parecía una camioneta moderna y bien espaciosa. Era adecuado para los cuatro así que de inmediato la compramos. Como era moderna, no tenía caja de cambios, así que en cada oportunidad, en cada viaje, Kael ponía una mano en mi rodilla, o en mi muslo. Justo ahora lo hacía, y debido a mis piernas desnudas, su mano estaba por encima de la cicatriz de quemadura que ya no se veía, porque ahora un tatuaje la cubría. Un tatuaje de rosa negra, igual a la de Kael en su brazo.

Corazones fracturados | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora