Capítulo 48

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Un mes después volví a ser Sophie Owens.

Mientras estaba con mis padres en su casa de Norfolk me llegó un sobre al correo con el divorcio firmado, donde se estipulaba que la casa frente al lago en Ruther Glen quedaba a mi nombre, sólo al mío. Y Patrick no tendría ningún derecho a ella, como tampoco al auto que habíamos comprado juntos. Aquellas dos cosas quedaron a mi nombre, y por mucho que eso me contentara, estaba mucho más feliz de volver a mi nombre real. Aquel que no había usado desde que me casé. Ahora estaba soltera, sola, y viviendo con mis padres en un pueblo que parecía más una gran ciudad.

Aquí pasé desapercibida. Nadie me conocía. Nadie me señaló o habló a mis espaldas creyendo que no los escucharía. Nadie cuchicheó de mí. Estaba en paz aquí.

Las cuatro semanas que pasé las usé para hacer mis cosas. Llamé a Kristen y le conté mi mudanza. También renuncié al trabajo, con mucha pena porque ella me ayudó mucho, pero Kris logró entenderme. Llamé a una inmobiliaria en Ruther Glen y pedí que se vendiera mi casa frente al lago. Fue un regalo de mis abuelos, y me dolía mucho ya no tenerla ahora que ellos no estaban en este mundo pero para mí era necesario deshacerme de todas aquellas cosas que aún me vinculaban con Patrick. O eso decía mi terapeuta. Iba a una psicóloga dos veces a la semana. Mamá había estado tan preocupada por mí cuando llegué que buscó a una psicóloga para que me tratara. No estaba loca, solo herida. Con cicatrices especialmente en el corazón y la mente, y según la doctora Abney, iba a sanar. Con el tiempo.

Elina Abney era una psicóloga con miles de frases para cada cosa que le decía. A veces me hartaba lo paciente que se le veía cuando le contaba todos los maltratos que sufrí a manos de mi esposo. Ella creía que mi autoestima estaba por el piso y por eso acepté quedarme con él cuando el indicio del maltrato empezó.

-Tiene un gracioso concepto de mí. Cree que tengo baja autoestima...

-Sé que tienes baja autoestima -dijo cortándome pero con suavidad. Empujó sus lentes sobre el puente de su nariz leyendo algo en su tablet. No sé por qué los psicólogos tenían aquello en cada sesión. Se veía en películas y era así en la vida real. ¿Acaso jugaban Candy Crush mientras nosotros desparramábamos nuestra vida por la boca? No contesten.

-No tengo baja autoestima. -Apreté mis manos en puños.

-Dejar que te traten mal es lo peor que podemos hacer. Tampoco es nada bueno que dejemos que los demás nos guíen y que decidan lo que tenemos que hacer en esta vida. El desarrollo personal comienza por definirse a uno mismo y luchar por lo que quieres. -Se acomodó en su silla-. Por lo que me contaste has dejado que Patrick construya tu vida alrededor suyo, al igual que Kael. Ambos han hecho sus cosas como han querido y te han dejado a ti de lado para que te acomodes y te acoples a ellos. Patrick era tu esposo, y supo manipularte aprovechando tus debilidades. Eres una persona muy sensible, Sophie. Y el amor propio es lo más importante. Quererse a uno mismo es el principio de un romance para toda la vida.

Aquella última frase me caló profundo.

-Oscar Wilde -susurré, reconociendo la frase.

La doctora Abney asintió. Su cabello castaño oscuro y amarrado en un moño en la parte superior de su cabeza la hacía ver como una persona estirada. Su ropa se veía cara y de marca, y aquellas joyas y pendientes en ella lograban verse elegantes. Lo único en ella que se veía auténtico era su especialidad para las palabras. Cuando la vi por primera vez creí que iba a juzgarme por mi historia. Me sorprendió ver que sólo me escuchaba y asentía cuando terminaba de hablar contándole absolutamente todo de mi vida.

En otra oportunidad habló de lo importante que eran mis amistades y familiares que me rodeaban. Le hablé por puesto de Cathy y Kristen quienes estuvieron para mí cuando el infierno empezó. La doctora Abney me dijo lo mucho que ellas podrían influir para bien en mi nueva vida. Ella creía que esta, la vida que llevaba recién un mes, era una nueva. Los mismos recuerdos perduraban en mi mente, y las mismas pesadillas cada noche. No lo sentía otra vida, simplemente estaba en otro lugar viviendo mi misma vida. Lo cual era triste dado que Kael ya no estaba conmigo. No estaba deprimida, simplemente triste. Sí, comía, por mi bien, y también hacía mis cosas. No entendía el afán de mis padres de enviarme a una psicóloga.

Corazones fracturados | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora