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Esta vez la habitación no le resultaba familiar al azabache. El lugar parecía ser la misma mazmorra o área subterránea en la que había entrado antes y estaba iluminado solo por una bombilla tenue.
El cuerpo de Samuel estaba sobre el piso de concreto sin nada más que una jarra de agua a su lado. Sus piernas estaban completamente fracturadas, no podía moverlas ni un poco aunque lo intentara. Pero también tenía puesto un yeso en cada una, por lo que seguramente se le había permitido a un médico atenderlo. Eso significaba que había algunas personas trabajando para los Doblas, que optaban por permanecer en silencio. Tal vez tenían un médico de la familia que se encargaba de todo el trabajo sucio a cambio de un pago considerable.

Samuel paso una mano por su cabello. Su estómago gruñó cuando se dió cuenta de que debía haber pasado hambre durante mucho tiempo. Desafortunadamente, la habitación ni siquiera tenía ventanas, por lo que no le fue posible adivinar si era de día o de noche. Podrían haber pasado días mientras yacía allí, en esta prisión. Tal vez había caído en coma, no podría decirlo.
El dolor en sus piernas era peor que antes y aunque no había visto a Cristina golpearle, estaba seguro de haber escuchado su voz. Ella fue quien golpeó sua piernas repetidamente con el bate.
Esas personas eran monstruos.

En ese momento escucho el sonido de una cerradura girando, así que retrocedío contra la pared todo lo que pudo.
Era Guillermo quien entró por la puerta, seguido por una sirvienta que sostenía una bandeja de comida en la mano. El albino siquiera parpadeó cuando vio al azabache en el suelo, como si eso fuera algo cotidiano, algo en lo que no valiera la pena pensar siquiera.

El aroma de la comida llego hasta Samuel, empeorando su hambre. Podría matar por un bocado de la comida en esa bandeja y eso era exactamente lo que Guillermo quería para el. Al estar hambriento y desesperado por comida, estaría de acuerdo en hacer cualquier cosa.

El albino se acerco a unos metros del azabache, con una expresión estoica en su rostro. Sus ojos verdes le estudiaron con recelo.
A diferencia de las otras veces que Samuel lo había visto antes, Guillermo vestía ropa informal, como un hombre atractivo que verías caminando por la calle y no como el hombre poderoso que controlaba un conglomerado de mil millones de dólares.

-Puedes irte ahora-dijo dulcemente Guillermo haciendo un gesto de despedida a la sirvienta.

Esta hizo una reverencia y salió de la habitación cerrando la puerta detrás de ella. Guillermo se quedó con la bandeja de comida en la mano. Dentro del plato y había pollo asado, con puré de patatas y un gran trozo de lasaña aun caliente.
Para Samuel esto era una tortura. El saber que no le dejaría comer. Guillermo perfectamente podía haber traído eso solo para molestarle.

-Tienes hambre, no Sam?-le preguntó el albino esa voz que parecía de miel.

Samuel apartó la mirada, no pudiendo soportar el mirarlo más y solo no le respondió.

-Dulce me dijo que te encantaba la lasaña-le mencionó como si nada el contrario.

-Me encantaría más verte muerto-le replicó el azabache.

Guillermo se rió como si aquello fuese una broma que soltara su mejor amigo.

-Eres divertido Sam y me gusta el hecho de que todavía eres fuerte, independientemente de la situación en la que estas. Aquí hemos tenido empleados llorando y suplicando por su vida, tan débiles. Así que me alegro de haberte contratado.

-Qué quieres, Guillermo?-pregunto ya arto el azabache.

La bandeja de comida se inclinó hacia el cuando el albino la empujó levemente.

-Come tu comida. Hablaremos después de eso.

Samuel se quedó mirando el plato de comida frente a el. Y si Guillermo quería envenenarlo con la comida?
Al parecer el albino leyó sus pensamientos, dándoleNesa sonrisa maliciosa de nuevo.

The Boy & The Bear ❈RubegettaAU❈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora