Londres 2

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En abril, el Royal Saint-Paul empezó a teñirse de mil colores diferentes, igual que un cuadro recién pintado, gracias a las flores, la hierba y los brotes que asomaban en las ramas de los árboles. El edificio dejó de tener aquel aspecto tétrico para adoptar una atmósfera más agradable y menos agresiva, como cuando en los cuentos infantiles la bruja vieja y mala se convierte en una joven bella y esbelta. Con la llegada de la primavera, hasta el interior del colegio pareció revivir, con las risas como banda sonora principal.

Annie, a la que seguían tratando como si fuera una criada, continuaba siguiendo a Eliza a todas partes.
Candy había decidido dejar de preocuparse por eso. Intentó poner una distancia notable entre ellas y no dirigirle nunca la palabra, aunque seguía convencida de que su amiga de la infancia comprendía sus sentimientos.

Con la llegada del buen tiempo, las muchachas ya no volvían directamente a sus dormitorios después de las clases, sino que se quedaban conversando en el patio de las flores. Los capullos de las rosas, de mil colores diferentes, estaban a punto de abrirse.

A Candy no le gustaba ese sitio, pues siempre terminaba pensando en Anthony y recordando el perfume de sus flores, las Dulce Candy aquel día, después de despedirse de Patty, que se dirigía a la biblioteca, Candy se dirigió al bosque.

—Siempre va sola al bosque, ¿no?—comentó Eliza, haciendo una mueca de desagrado. La joven se encontraba sentada en el borde de la fuente del patio, rodeada de sus amigas, y seguía con la mirada los movimientos de Candy

—Pero va aprendiendo, ¿verdad? Ya no comete tantos errores—dijo Louise, dubitativa, ladeando la cabeza. Eliza la fulminó con la mirada.

—Es buena actriz, nada más. No olvidéis que viene de un orfanato... Esa gente no es de fiar—dijo.

—Tienes razón interrumpió otra muchacha- Va por ahí creyéndose superior a los demás, como si llevara toda la vida aquí, y parece que ha puesto a Patty de su parte. Las he visto hablando juntas.

—¡Patty es estúpida! No me esperaba algo así de ella—exclamó Eliza, girándose de nuevo hacia Louise. —Tenemos que dejar de hablar con Patty. ¿A quién se le ocurre hablarle a una huérfana? Es absurdo, ¿verdad, Annie? —Bueno... Yo...—balbuceó Annic, con la mirada de Eliza fija en ella. Sacudió la cabeza, sintiendo las mejillas rojas. —Tienes toda la razón, Eliza. Nadie querría ser amiga de alguien con esos orígenes.

Louise y el resto de muchachas asintieron a la vez. Annie imitó el gesto, forzada cada vez que Eliza pronunciaba la palabra «orfanato», Annie sentía asco. Tenía miedo de que sus amigas notasen algo que pudiera delatarla y siempre acababa perdiendo el control de sus acciones. En aquel momento, sentía la cabeza completamente hueca.

De repente, Eliza se levantó de un salto.—¡La seguiré en secreto!—informó—Estoy segura de que trama algo.

—Iremos contigo—dijo Louise, y el resto del grupo también se levantó. —No —espetó Eliza, cortante—Si vamos todas, se dará cuenta enseguida. Además, vosotras no sabéis pasar inadvertidas. —La joven les dedicó otra de sus miradas fulminantes y después echó a correr, haciendo mucho ruido.

Estaba convencida de que llevaba la razón.

"No creo que vaya al bosque para estar sola. Tiene que haber algún motivo. ¡Pienso atraparla con las manos en la masa. Voy a conseguir que la echen de este colegio. Y voy a conseguirlo ya"—pensó, sin dejar de correr.
Esa huérfana había conseguido que los Ardlay la adoptaran, que la enviaran a aquel colegio y que le reservaran el dormitorio especial. Aquello era mucho más de lo que Eliza podía soportar.

¿Dónde estaba Terry?

Exhausta, Candy se apoyó en el tronco de un árbol. Lo había buscado en la falsa colina de Pony, en la escuela de equitación del colegio y también en el interior del bosque, pero no había conseguido dar con él. Desde lo sucedido aquella fatídica noche, Candy lo había visto alguna vez en los alrededores del colegio, pero, por culpa de las normas, no habían podido hablar.

BertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora