Búscame 2

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El señor William le agradece de todo corazón la invitación al festival de mayo, pero le ruega que le excuse porque, debido a sus obligaciones, no podrá asistir. También quiere que le haga saber que se está usted convirtiendo en una auténtica dama.

Georges

—Así que es un regalo de parte del tío abuelo William...
Candy sacó el espléndido vestido de Julieta y lo abrazo contra su pecho. —No me lo puedo creer... ¡También hay dos pelucas y dos máscaras! —Supuso entonces que el tio abuelo William debía de haber confundido el festival con un baile de disfraces. Con energías renovadas, la muchacha sacó de la caja también las pelucas y
sonrió con satisfacción: se le acababa de ocurrir una idea.

«Ya lo tengo! Gracias a esto...». —Querido tío abuelo William... Espero que sepa perdonarme, pero no podré ser nunca la dama que usted espera que sea. La joven se disculpó en voz alta, haciendo una reverencia con la cabeza ante su tío abuelo ausente.

El festival de mayo...

Solo en aquella ocasión, solo durante un día, los pasillos normalmente tristes y grises del Saint-Paul se tiñeron de color. Habían adornado todos los rincones del edificio principal con flores y los alumnos, vestidos de gala, disfrutaban del festival junto a sus invitados.

Aquella era la razón de la felicidad que sentían todos: el poder reunirse de nuevo con sus familias. Una de las normas más estrictas del colegio era que no se podían recibir visitas, ni siquiera la de los propios padres. En mayo, el amor florecía y los corazones de todo el mundo se llenaban de grandes expectativas. Al fin y al cabo, aquel era el único día del curso en que la dirección del Saint-Paul permitía a las muchachas hablar y bailar con los muchachos con total libertad. Además, durante la fiesta, las hermanas dejaban a un lado la armadura de hierro que se construían a base de reglas y la sustituían por expresiones relajadas y serenas.

Todas menos las hermanas Gray y Kreis, por supuesto. Después del maravilloso desfile de las hadas de mayo, todos los alumnos e invitados se desplazaron al salón de ceremonias, que el colegio había convertido en un salón de baile. La orquesta había comenzado a tocar un vals delicado y lento. Había tanta gente abarrotando la estancia que el ambiente resultaba hasta sofocante. Las carcajadas y los murmullos resonaban por todas partes, y los ojos de las muchachas brillaban por la ansiedad y la emoción de no saber aún quién las invitaría a bailar esa noche.

—Mirad, ¡es Terry! Nunca había venido al baile... Está guapísimo-suspiraron casi todas a la vez cuando el joven hizo acto de presencia, vestido con su traje de etiqueta.

Los ojos de Eliza se iluminaron al instante

—¡Seguro que está buscándome a mi! ¡Aparta! exclamó, empujando a Louise para acercarse al muchacho —Terry, te concedo el honor de bailar conmigo.

Terence se detuvo de súbito, atónito al escuchar aquellas palabras, y se quedó mirando fijamente a Eliza, que le devolvía la mirada con orgullo y con una sonrisa confiada. El, de forma amable, le devolvió la sonrisa antes de hablar.

—Se lo agradezco, señorita, pero el baile no es mi fuerte y detestaría pisarle los pies —dijo —Espero que sepa perdonarme

Tras hacer una perfecta reverencia, se alejó de ella a grandes zancadas. Eliza se quedó encandilada con su figura. Cuando Terry se movía, atraía las miradas de todos cuantos lo rodeaban, y, en esos momentos, quedaba bastante claro que aquella conversación no había pasado desapercibida entre los presentes.

«Terry me acaba de llamar señorita... ¡Y le preocupa poder pisarme los pies al bailar, es la prueba definitiva de que le gusto», pensó Eliza, con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro.
Sin embargo, Terry tardó dos segundos en olvidarse de su encuentro. Se movió entre la multitud buscando a Candy. Minutos antes se había dirigido al balcón de su habitación con intención de llevarla del brazo al baile, pero al llegar lo había encontrado vacío.

BertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora