Noche de bodas 3

211 16 7
                                    

Ha vuelto a venir.
—Bert... — De pie, caminó frente a mi vestido como siempre lo recordaba, con su cazadora marrón, su camisa negra, jean y botas a la rodilla. —Bert, te encontré — dije y sus ojos se posaron en los míos completamente. No ha cambiado, —Estás más hermoso —he dicho.
Ha vuelto y, en esta ocasión, estaba esperándolo ante la ventana abierta.
  En esta ocasión, yo misma me solté la cinta del camisón, aunque dejé que él deslizara la fina tela delicadamente a lo largo de mi piel. Temblé ante su suavidad y volví a temblar al sentir el frío del aire de la noche contra mi piel expuesta, seguido del frío de sus manos y del calor de su aliento.
En esta ocasión fue igual de delicado y el doble de atrevido. Tiró del camisón hasta que lo tuve por los tobillos y en ningún momento sus labios dejaron de rozar mi piel mientras los deslizaba junto con la tela, sobre la curva de mis hombros, por mi pecho, mis costillas; mientras los separaba para saborear mi piel con su lengua. Me sonrojo al escribir que no se detuvo ahí, sino que se arrodilló y continuó besándome sobre mi abdomen, mí ombligo y más abajo...
Noté una ráfaga de calor y un cosquilleo que comenzó en la base de mi espalda y fue ascendiendo hacia mi cabeza y más allá. Me sentí como si todos los años que llevaba en la tierra hubiera estado muerta y, por primera vez, un beso me hubiera devuelto a la vida. Bajé la mirada hacia mi salvador, arrodillado, y hundí los dedos en su tupida mata de pelo dorado. Fue cuando al fin lo escuché decir:

—Candice. Me siento atado por el pacto que mis antepasados hicieron y que yo acepté antes de volverte a encontrar en el bosque de manzanos. Del mismo modo, prometí no presentarme ante ti de este modo. Pero estás demasiado enferma para viajar a África, donde debo estar... Esta es la única forma de que puedas acompañarme. ¿Lo entiendes?
—Sí —susurré, aunque en realidad no sabía nada, no entendía nada, excepto que deseaba permanecer en su abrazo para siempre.
Sonrió ligeramente y dijo:
—De toda la familia, durante los muchos años que he pasado en esta tierra, únicamente tú me has amado de verdad.
—No —susurré—. Yo te venero, me salvaste la vida y ningún hombre me ha tratado nunca con tanta bondad, ninguno me ha prestado tanta atención como lo has hecho tú. Soy invisible y tú eres el único que me ve.
Una mirada de majestuosa y completa satisfacción le surcó la cara y entonces supe que mis palabras lo habían complacido.
—Por esa devoción —dijo—, he roto el pacto con la familia y debo pagar un precio; y ahora, en su lugar, hago uno nuevo. Jamás te dejaré, sino que te haré mía y estaremos unidos para siempre. —Y cuando le supliqué que lo hiciera de inmediato, sacudió la cabeza con tristeza—. Había esperado que fuera esta noche, pero no puede ser. Aún estoy demasiado hambriento. Pronto será posible... Muy pronto.
Y con un movimiento veloz como el de una serpiente, pegó sus labios a mi y sufrí un desvanecimiento. En ese instante, el dulce placer de la noche anterior me embriagó otra vez y cuanto más me entregaba a él, más intenso se hacía ese placer, hasta que ya no pude reprimir mis gemidos. No era consciente de nada más que de una aterciopelada oscuridad, del tacto de su lengua y de sus labios, de su piel y la mía, de mi sangre fluyendo hacia él al lento y sincronizado ritmo de nuestros corazones.
—Albert...
El éxtasis fue acumulándose hasta que no pude soportarlo más y grité. En ese momento, él se apartó y me dejó caer, prácticamente inconsciente, en sus brazos.
Me llevó a la cama y con delicadeza me cubrió con las mantas. Lo oi irse, aunque no pude moverme, no pude abrir los ojos para verlo marchar. Durante un tiempo me quedé allí tumbada, sintiendo, cada vez que respiraba, que no tendría fuerza para tomar aliento una vez más, sintiendo una ligera oleada de placer con cada latido de mi corazón y pensando que sería el último.

  Ayer estaba segura de que moriría; hoy me siento un poco más fuerte y puedo sentarme y comer la sopa que me trae Doroty. Escribir ya no me supone un esfuerzo terrible. Por extraño que parezca, esto me decepciona.
  Ahora dos mujeres habitan en mi cuerpo. Una es la Candy que siempre he conocido: débil, amiga, la buena y obediente chica. Ésa le está muy agradecida a todos por su amabilidad y a Doroty por sus cuidados en mi enfermedad. Sé que me quieren y que quieren que me recupere y yo quiero complacerlas haciéndolo. Esa mujer ama a la dulce Poupett por su leal presencia junto a mi cama y se conmueve cuando ella preocupada, me roza la mano con su frío y húmedo hocico y me mira con esos adorables ojos color ámbar. Esa mujer sabe que ha estado a punto de morir y le aterroriza pensarlo.
  Pero la otra...
  ¡Ah! La otra.
La otra sabe que está cambiando y se aferra a ese cambio. La otra es fuerte, apasionada y lo espera únicamente a él, espera que vuelva para unirnos para siempre.
  Sé que está intentando llegar hasta mí. No me ha olvidado. No ha olvidado el pacto. Lo intenta cada noche; tengo el ligero y etéreo recuerdo de Poupett sobre el asiento de la ventana, chillando ferozmente. Recuerdo haber emergido de mi pesado estupor lo suficiente como para sentir sus incorpóreos ojos mirándome al otro lado de las profundas sombras aterciopeladas de mis párpados cerrados. Intenté hablar y no pude, así que pensé en él y creo que me oyó.
—Te estoy esperando Bert...
  Dios, ¡cómo odia a Candy la otra Candice! ¡Cómo odia a todos! ¡Cómo odia a la maldita mofeta por apartarlo de mi ventana! Si no estuviera tan débil y fuera incapaz de levantarme, ¡los estrangularía hasta matarlos por atreverse a separarnos! Fingen inocencia; no hablan de él, pero saben lo que están haciendo.
Lo saben, ¡esas mentirosas lloronas!  Las muy estúpidas creen que pueden detenerlo.
  A pesar de mi debilidad, siento que una fuerza que nunca había conocido se está acercando, tengo la ligera sensación de un cuerpo liberado de la dolencia que me ha plagado durante todo mi embarazo. Siento mi espalda moverse, desenroscarse, alargarse; cada día que pasa, estoy más grande, me siento más derecha. Noto un dolor punzante y cuando Annie y Doroty salen de la habitación, me miro la barriga por debajo de las sábanas y veo que también está creciendo. Sonrío a pesar del dolor. ¡Por fin seré libre! ¡Seré fuerte! Recibo con los brazos abiertos a esta nueva Candice; estoy convirtiéndome en algo nuevo, en algo maravilloso. No estoy segura de lo que puede ser; lo único que sé es que es mucho mejor que cualquier otra vida que haya conocido. En ocasiones, mi debilidad se desprende de mí y flota y, eufórica, alcanzo a verla. Estar fuerte, libre y unida a él... es el paraíso.
Crichton y la tía abuela Elroy se equivocaban: hay vida después de la muerte. Pero no esa tonta eternidad entre las nubes anunciada por el sonido de las arpas y ángeles alados que contemplan los difuntos, sino algo oscuro, intenso y feroz, ¡tan atrevido y puro en su vehemente autodevoción como el mismo Lucifer!

BertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora