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Algo raro está pasando

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Algo raro está pasando.

He conseguido dejar la enfermería, después de estar ayer el día entero portándome como una paciente ejemplar y sin quejarme, a pesar de que tenía constantemente un repiqueteo en la cabeza y me escocían todos los arañazos del cuerpo. Mi dulce cuidadora estuvo reticente, pero esta mañana me ha dejado marcharme con la promesa de que si me encuentro mal volveré a sus brazos.

En este momento, no me importaría acercarme a que me dé más medicinas y pasar la tarde tumbada en la cama, pues el ruido de los acampados está siendo insoportable. Han regresado de la visita de sus padres, excepto algunos que, como pasa todos los años, abandonan el campamento entre sollozos y temblores. Suelen estar exagerando, pero para los padres es muy difícil resistirse a salvar a sus pequeños niños del infierno en el que creen que están metidos.

Sentada en una de las mesas de la zona de talleres pongo la cabeza entre mis manos e intento concentrarme en eliminar el ruido exterior, aunque es imposible. Mariela se ha ofrecido a quedarse con mis chicas, que tampoco han hecho una fiesta al verme regresar, y están haciendo unos atrapasueños. Levanto la cabeza y veo cómo María me está observando. Puede que sea mi imaginación, pero me parece notar en su rostro menos hostilidad de la que acostumbra.

Esa es una de las cosas por las que creo que algo raro está pasando.

Desde que he salido de mi corto reposo todo el mundo está demasiado simpático conmigo, si tenemos en cuenta la cantidad de discusiones abiertas y pendientes con las que había terminado la noche del accidente.

Bueno, "accidente". Porque aún no estoy del todo segura, pero pondría la mano en el fuego por ello. Alguien me empujó, lo sé. Aunque no tengo muy claro cuáles eran sus intenciones, si solo quería darme un susto o si buscaba hacerme daño de verdad. Tampoco sé si contarlo sería lo correcto, pues en caso de que fuese cierto me sería muy difícil demostrarlo. Además, no sé ni a quién empezar a acusar. Todo el mundo me parece sospechoso, pero en el momento en el que me pongo a pensarlo detenidamente llego a la conclusión de que es imposible que cualquiera de estas personas quisiera hacerme daño intencionadamente. Son mis amigos, compañeros y niños. Esto no es una novela de misterio, es la vida real y cualquier acusación infundada podría desencadenar una situación que no estoy preparada para enfrentar.

En mis cavilaciones, no me doy cuenta de que alguien se ha sentado a mi lado en el banco y me sobresalto al notar cómo me cogen de la mano.

—¡Román, por Dios! —Suelto su cariñoso agarre por el susto—. ¿Por qué eres tan silencioso?

Veo en su rostro una expresión de incredulidad. Creo que no ha pensado que podría asustarme de esa manera. Tiene razón, he sido muy dramática. Dándome cuenta de esto, una risa nerviosa comienza a brotar de mis labios mientras vuelvo a tomar su mano, rezando por que su agarre me tranquilice.

—Julieta, ¿estás bien? —pregunta, preocupado.

—Claro —respondo, intentando aparentar calma—, es que no has hecho ni un ruido al acercarte. Se me ha encogido un poco el cuerpo.

Como el primer veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora