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En muchas ocasiones, mientras veía una película o serie, pensaba en lo exageradas que eran las reacciones de algunos personajes cuando estaban al límite

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En muchas ocasiones, mientras veía una película o serie, pensaba en lo exageradas que eran las reacciones de algunos personajes cuando estaban al límite. Como el que corre hasta el aeropuerto para declararle su amor a la chica a la que dejó tras un estupido malentendido. O cuando el héroe, con su último aliento y después de recibir una soberana paliza, pateaba al villano con sus últimas fuerzas logrando salvar al universo. Mi mente racional pensaba que, en la vida real, ninguna de estas cosas podían suceder.

Pero toda mi teoría se ha venido abajo, pues estoy corriendo tras una de mis mejores amigas para intentar coser los retales de lo que queda de nuestra relación. Me ha visto con Martín a solas en el baño y tomados de la mano, seguro que está pensando en que su idea de que todas las excusas que le dí eran mentira es la correcta y no puedo dejar que esto termine así.

Me falta el aliento, pero no puedo dejar de correr por inercia. La maldita iglesia es enorme y está llena de pasillos que no parecen llegar a ninguna parte. Siento a Martín corriendo tras de mí y, sorprendentemente, no consigue alcanzarme. Puede que la adrenalina me esté dando el impulso que necesito. Aunque parece que a Coral también, porque siento que está a la misma distancia que cuando comenzó esta competición.

De repente, la veo cruzar un gran portón. Llego a la puerta, pero me detengo durante un par de segundos que son suficientes para que Martín llegue hasta mí. Se coloca a mi lado y pone una mano en mi espalda, pero tras un gesto consigo que la aparte. Estoy apoyada en mis rodillas, recuperando la respiración y sintiendo como si el oxígeno no consiguiese entrar a mis pulmones con normalidad.

—¿Estás bien?

—¿Cuántas... veces me has hecho esta pregunta en... los últimos días, Martín? —pregunto, enfadada y con la voz entrecortada.

Puedo ver cómo levanta las manos en señal de rendición y se queda con los brazos cruzados, esperándome. Le agradezco su silencio, así puedo recomponerme tranquila antes de entrar a la habitación, pues es mala idea intentar conversar con Coral cuando las palabras no pueden salir de mis labios y estoy al borde del desmayo. Unos segundos después, cuando ya puedo respirar con normalidad, abro la puerta con fuerza.

—¡Coral! No es lo que estás...

Las palabras mueren en mis labios al contemplar la escena. Parece que hemos llegado a la habitación dónde íbamos a celebrar la reunión de monitores y el tiempo que he estado recuperando el aliento ha sido suficiente para que Coral pusiese al tanto a todos de la situación. Puedo ver la mirada de sorpresa de Virginia, la compasión de Mariela, la satisfacción de Adrián y Dani, pero, sobre todo, la decepción en los ojos de Román.

—Julieta.

Martín entra en la habitación y se coloca a mi lado. Antes de que ninguno de los presentes podamos reaccionar, Román corre hacia él y, cogiéndolo de la camiseta, lo aprisiona contra la pared de al lado. Un grito escapa de mis labios e intento acercarme a ellos, pero alguien me coge del brazo, reteniéndome. Veo que es Adrián, que niega con la cabeza sin soltar su agarre.

Como el primer veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora