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El nudo que atenaza mi estómago se hace cada vez más grande a medida que va pasando el día

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El nudo que atenaza mi estómago se hace cada vez más grande a medida que va pasando el día. Tras la discusión y mis intentos infructuosos para hablar con Román, volví con los acampados y no he tratado con ninguno de mis compañeros desde entonces. En estos momentos, estoy segura de que soy la persona más odiada de todo el campamento.

Me encuentro junto a mi grupo, que están fingiendo que prestan atención a la explicación del juego entre risas y cuchicheos. Seguro que se han enterado de lo que pasó anoche y las ojeras que me han acompañado desde que volvimos del pueblo ayudan a alimentar los rumores. Durante todo el camino he sido la comidilla de todos los niños, llegando incluso a venir alguno a preguntarme por qué he engañado a mi novio "con lo que me quiere". Mi silencio ha sido de lo más elocuente y doy las gracias a Mariela, que ha estado pendiente y ha sabido sacármelos de encima cuando más pesados se ponían.

Cuando Martín ha terminado la explicación y los acampados se disponen a realizar la pequeña gymkana de ingenio que han preparado, dejo a mi grupo solo, pues sé que pueden apañárselas sin mí, y comienzo a caminar sin rumbo por las inmediaciones del lugar. Sin quererlo, evito el claro que tantos dolores de cabeza me ha traído este verano, y comienzo a adentrarme en la zona más boscosa, siguiendo el curso del lago para no perderme. Aunque, puede que eso fuese lo mejor. Tengo tantas ganas de volver a casa que estoy a punto de abandonarlo todo. Solo quiero estar con mis padres y meterme en la cama hasta que llegue septiembre, comience la universidad y las cosas se comiencen a calmar.

Las hojas de los árboles se mueven al compás del viento y consigo llegar a un lugar donde los sonidos del bosque son lo único que puedo escuchar. Cuando creo que ya estoy lo suficientemente lejos de los demás, me siento en el suelo. La humedad de la vegetación traspasa mis pantalones, pero no me importa.

Mientras voy cogiendo pequeñas ramas del suelo y las parto, pienso en lo mucho que las cosas han cambiado. El año pasado estábamos los seis felices, como acampados, disfrutando de unas vacaciones en el campo lejos de nuestras familias, jugando y riendo. Y ahora, todo se ha torcido. No sé cómo he podido llegar a esta situación. Lo único que he hecho ha sido mentir, tomar malas decisiones y callarme cosas que no debería. Antes, conseguíamos solucionar todas las discusiones con abrazos y disculpas, pero ahora eso no es suficiente. ¿Esto es hacerse mayor? Porque, si es así, no quiero hacerlo.

—Julieta...

La voz de Martín me sobresalta, pero menos de lo que podría llegar a parecer. Creo que mi cuerpo ha subido el umbral de tensión. Lo que no sé es cómo ha conseguido encontrarme. Ni yo misma sé exactamente dónde estoy.

—No me apetece hablar con nadie. Por favor, déjame a solas. —Consigo que mi voz no suene entrecortada.

—Perfecto. A mí tampoco.

Se sienta a mi lado con las piernas cruzadas, imitándome. Su mera presencia me pone muy nerviosa y eso hace que esté peor. Estoy en este lío por mi incapacidad de contenerme cuando estoy a su lado. Nos quedamos así, en silencio, durante lo que parecen ser horas, y mi cerebro se debate entre salir corriendo o besarle. No hago ninguna de las dos cosas, me limito a mirar al horizonte esperando que tome él la decisión por mí. No puedo creerme que, después de todo lo que ha pasado, siga empeñada en fantasear con un final feliz. No me merezco ni siquiera pensarlo.

Como el primer veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora