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—¡Tened cuidado con la carretera! ¡Quiero a todo el mundo en fila!

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—¡Tened cuidado con la carretera! ¡Quiero a todo el mundo en fila!

Escucho la voz de Martín y salgo de la pequeña ensoñación en la que me encontraba. La noche ha sido demasiado larga y no he conseguido dormir nada. Al principio, estaba esperando que Coral volviese a la cabaña para ver si se había tranquilizado y podía hablar de nuevo con ella, pero cuando llegaron de madrugada y vi su rostro comprendí que no era el mejor momento para hacerlo. Mariela la acompañaba y me lanzó, con disimulo, una mirada compuesta por una mezcla de comprensión y reproche que acepté con resignación. El resto de la noche transcurrió en un tenso silencio acompañado de los ronquidos de Virginia, aunque pude escuchar los pequeños sollozos de Coral que hacían que mi conciencia se removiese, intranquila.

Lo peor de todo esto es que, al no asistir a la reunión y descuidar mis deberes como monitora, no recordaba que hoy tocaba la excursión al pueblo y nos esperan diez kilómetros de caminata para acabar en una pequeña aldea en la que visitaremos un museo sobre la miel, iremos a la piscina y dormiremos al aire libre. Me pesan todos los músculos y mi falta de forma física no ayuda a que mis respiración sea acompasada. Estoy al final de una interminable hilera de chicos y chicas emocionados, cansados y revoltosos. Nos hemos colocado dos monitores por cada diez niños, para poder vigilarlos, y he tenido la suerte de ser la única que no tenía compañero. Mariela se ha puesto con Coral y no la culpo. En esta historia no soy yo la que necesita apoyo, merezco estar sola. Román se ha ofrecido, pero le he convencido de que se ponga con Pedro alegando que el chico es un poco zoquete y necesita alguien que le controle. No estoy preparada para otra conversación incómoda y menos en una carretera estrecha perdida en mitad de la montaña donde cualquier descuido puede suponer un atropello.

Pensando en esto, bebo un trago de agua de mi cantimplora y me concentro en el grupo de niños que va enfrente de mí. Están bastante emocionados, pero se comportan. Los más lentos siempre se colocan delante, para que marquen el ritmo de la excursión y nadie se vea forzado a ir al límite. Las gotas de sudor recorren mi rostro por el esfuerzo de la ligera cuesta por la que estamos subiendo. Al menos, el día es fresco y la sombra de los árboles nos cobija. Estoy deseando llegar para poder sentarme y no tener que estar tan pendiente de los niños que están a mi alrededor.

—¡Julieta! ¿Todo bien?

Daniel, con su sonrisa perfecta y sus ojos azules brillantes, levanta la mano acompañando sus palabras. No tengo fuerzas ni para responder a su absurda provocación, así que le miro con odio hasta que se da la vuelta y continúa su camino.

Estoy segura de que Román no se ha enterado aún de todo lo que ha pasado por la actitud que ha tenido conmigo esta mañana, pero no sé si alguien más lo sabe. Puede que Daniel solo me esté provocando debido a lo que pasó con María. Además, las fotos que me enseñó esta dejan bastante claro que su amenaza del otro día iba encaminada a contarle a Román lo que había pasado con Martín. Tiene que estar disfrutando como un niño, viendo que la persona que le reprochó una actitud moralmente cuestionable está a punto de caer en picado por haberla cagado. Pensar todo esto me hace sentirme peor aún de lo que estoy y que el nudo en mi estómago crezca cada vez más.

Como el primer veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora