En lo más profundo de una oscura masmorra, rodeado de monstruos cuyos ojos resplandecían en la penumbra, Luard Takahashi se encontraba hincado sobre el suelo de piedra fría. La sangre manaba de su mano mientras la ofrecía a los monstruos en un acto de renuncia a su humanidad. El aire estaba impregnado con un olor metálico y una tensión palpable.En ese sombrío escenario, Luard comenzó su reflexión con voz entrecortada. "Tal vez este mundo no necesita un héroe, sino un monstruo", susurró, sintiendo cómo la oscuridad se arremolinaba a su alrededor. Las sombras danzaban en las paredes de la masmorra, como si susurran en complicidad.
Cerró los ojos y revivió en su mente las imágenes de la crueldad y la traición que había presenciado a lo largo de su vida. La decepción y el dolor inundaron su ser mientras recordaba las atrocidades cometidas por aquellos que se decían humanos.
"¿Acaso no son ellos los verdaderos monstruos?", susurró con un rastro de amargura en su voz. "Yo solo estoy dispuesto a empuñar las tinieblas que ya residen en sus corazones". Sus palabras resonaron en la oscuridad, alimentando su determinación.
Sintiendo cómo la sangre ofrecida era absorbida por los monstruos a su alrededor, Luard se dio cuenta de que su transformación estaba completa. Ya no era el héroe que buscaba justicia y paz. Ahora era el monstruo dispuesto a sembrar el terror y el caos.
La masmorra tembló levemente, como si estuviera satisfecha con la elección de Luard. Sus ojos, ahora llenos de una luz maligna, se abrieron lentamente. "A partir de este momento, seré el monstruo que este mundo necesita", proclamó con voz profunda y decidida.
La noche envolvía el despacho del protagonista, iluminado solo por el fulgor de las velas que parpadeaban en el escritorio. Mirando fijamente por la ventana, su rostro reflejaba una mezcla de ira, decepción y determinación.
"Odio a los humanos", murmuró en voz baja, su voz cargada de desprecio. "A pesar de que otras especies también lo hacen, los humanos lo hacen por placer. Disfrutan con el sufrimiento ajeno". Cerró los puños con fuerza, sintiendo el fuego de la indignación arder en su interior.
"Pero las otras especies matan por necesidad y supervivencia", continuó reflexionando en voz alta. "Los humanos... ellos son diferentes. Su crueldad no tiene límites, su maldad no conoce barreras". Su mirada se endureció, mientras los recuerdos de las injusticias y la inhumanidad que había presenciado se agolpaban en su mente.
"Odienme si quieren", susurró con amargura. "He renunciado a la humanidad para convertirme en el ser más infame. ¿El rey demonio? No suena tan mal". Una sonrisa siniestra se dibujó en sus labios, revelando su sed de venganza y su anhelo de poder.
"Instauraré un orden", declaró con vehemencia. "Haré que todos los humanos me teman y sientan pavor tan solo al oír mi nombre". Sus ojos brillaron con una intensidad maligna mientras visualizaba su dominio absoluto sobre aquellos que habían despreciado su existencia.
La sala quedó sumida en un silencio denso, solo interrumpido por la suave crepitación de las llamas. "Si la vida te da desgracia, te conviertes en un desgraciado", susurró, con un toque de amargura en su voz. "Y si la vida te da el poder de cambiar el mundo, sería un pecado no hacerlo".
Se puso de pie, erguido y decidido. "Así que usaré mi poder y mi influencia para crear un nuevo mundo", afirmó con convicción. "Un mundo donde la maldad humana sea aplacada, donde la justicia prevalezca sobre la crueldad".
La habitación quedó sumida en un silencio cargado de promesas oscuras. El protagonista había cruzado una línea y se adentraba en un camino de sombras. A partir de ese momento, sus acciones definirían su destino y el destino de aquellos a quienes había jurado vengar.
La escena culminó con una risa siniestra que resonó en las profundidades de la masmorra. Luard Takahashi había cruzado una línea, abrazando la oscuridad que lo rodeaba. A partir de ese momento, su nombre sería temido por todos, mientras él avanzaba para desatar su reinado de terror y venganza.