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Las semanas que vinieron después de firmar el contrato con Firewalk Records fueron agotadoras; tanto física como emocionalmente. Firmamos para grabar tres álbumes bajo la advertencia de que, de no obtener las ganancias esperadas, ellos podían terminar con el acuerdo en cualquier momento. Nos ofrecieron un estudio de grabación profesional en la ciudad y un plazo de dos meses para entregarles un producto terminado.

El tiempo, sudor y lágrimas que invertimos en Revolution nadie puede imaginárselo, eran jornadas exhaustivas en las que pasábamos en la cabina al menos diez horas seguidas casi toda la semana. Nos aseguramos de que todo fuera perfecto, repasando las pistas una y otra vez hasta el cansancio.

Siempre he amado la música, pero el proceso de creación de ese primer disco todavía aparece en mis peores pesadillas y, probablemente, nunca me deje descansar. Si se lo preguntara a los demás, estoy segura de que responderían lo mismo.

Era tan agotador y exhaustivo que a mi garganta le costó acostumbrarse. Mi voz de vez en cuando sonaba mucho más rasposa de lo usual. Sam también se vio afectada; algunos días le sangraban las yemas de los dedos por las cuerdas de la guitarra.

Tuvimos muchos quiebres mentales durante el proceso. Discutimos por cosas absurdas en un par de ocasiones, pero siempre encontramos la manera de solucionar los conflictos. Recuerdo a todos marcharse después de terminar el ensayo, sin embargo, yo prefería quedarme un rato más contigo. La sensación de tus labios contra mi frente para intentar aliviar cualquier tipo de estrés hacía que todo el desgaste valiera la pena.

Aún recuerdo el fuerte agarre de tus brazos al rodear mi cuerpo, también tu barbilla recostada en mi hombro. A veces, cuando querías ser un poco traviesa, dejabas besos húmedos en mi cuello. Unos que me dejaban con ganas de más, pero éramos lo suficiente prudentes como para no arrancarnos la ropa en el estudio que Firewalk Records había conseguido para nosotros.

Prudentes para no tener sexo ahí mismo, pero no para mantenernos completamente quietas. Algunos días Sam me acorralaría en una de las sillas giratorias del estudio, besándome violentamente debido a la presión del momento. Eran besos desesperados, besos que buscaban hacernos pensar en cualquier otra cosa que no fuera la grabación del disco.

Y no solo era Sam; yo también tuve mis momentos de descontrol. Aún puedo recordar aquella vez en la que terminé sentada a horcajadas sobre ella en el gran sofá del estudio. Sus manos recorrieron la piel de mi espalda y terminarían entrando por debajo de mi falda, acariciándome el trasero por encima de la ropa interior mientras yo devoraba sus labios como si mi vida dependiera de ello.

Así era la dinámica de nuestra relación. Algunos días teníamos un comportamiento dulce y romántico, pero había otros en los que éramos puro deseo y desesperación. Probablemente porque ambas ansiabamos ir más allá, pero no se nos había presentado la oportunidad hasta el momento.

Y yo estaba esperando impacientemente que la oportunidad se presentara.

Necesito un porro. — Recuerdo la forma en que sobaba sus sienes, como si estuviera a punto de explotar. Kirk llevaba un rato fumándose uno, pues solo así era capaz de soportar todo el trabajo y el agotamiento.

Sam y yo no habíamos hablado directamente sobre su consumo de sustancias porque confié completamente en las palabras de Kirk el otro día; cuando me dijo que no tenía que preocuparme. Aún así, la marihuana se había vuelto algo bastante común entre nosotros desde que comenzamos a trabajar en Revolution.

Tan común que incluso había días en los que los demás me invitaban a fumar con ellos, pero siempre eran reprendidos por Sam, quien no tardaba en recordarles que yo era considerablemente menor que ellos y que no debían inducirme a ese tipo de consumo. Todo eso mientras ella fumaba también. Siempre me pareció contradictorio que Sam me mencionara todas las consecuencias que traía fumar, pero, al final del día, ella seguía haciéndolo.

Extended Play - GAP The SeriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora