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Tu presencia en mi vida fue un regalo inesperado; una melodía que embriagó todos mis sentidos. La lectura de mi piel se convirtió en el deseo de cada una de tus letras, de la canción en tu mente, de la rima en mi aliento, del sabor y sudor de tu piel. La lectura de mi cuerpo es cada rima salada y dulce, de cada parte de nuestro amor, desde los versos de mi espalda desnuda, de cada lunar en tu rostro, hasta las líneas de tu pelo.

Para mí fuiste algo mágico, casi divino. Te amé mucho, como solo a un alma se puede amar, con el calor del espíritu y la certeza de la eternidad. Gocé tanto de amarte, de sentirte y de imaginarte que yo también escribí y escribí creyendo que algún día me hartaría de ti, pero no fue así.

Solías abrazarme por las noches y llenarme de besos el rostro, diciéndome una y otra vez lo feliz que te hacía. Yo solo podía reír, sonrojarme y buscar tus labios con la misma desesperación y amor que tú me transmitías a través de palabras.

Te amo, Mon.

Cada que Sam decía la máxima confesión de amor, sentía que el mundo se me iluminaba. ¿Cómo esas palabras podían ocasionar tanto en mí? Y es que claro, cuando ella me veía a los ojos, me llamaba por mi nombre y decía esas mágicas palabras algo en mí hacía sentido; como si toda mi vida hubiese estado esperando a que Sam llegara para amarme.

Y yo también la amé. Lo hice sin condiciones ni pretensiones, simplemente porque en ella encontré la razón más hermosa de amar.

Después de haberle contado a mis padres acerca de mi relación con Sam, mi novia no tardó en decir lo mucho que deseaba que me mudara con ella y yo acepté sin siquiera dudarlo. Acepté porque ya no tenía razones para negarme y porque era algo que yo quería también.

Vivir contigo fue completamente diferente a cualquier otra cosa que hubiese experimentado antes. La casa estaba constantemente impregnada del aroma del humo de tabaco y marihuana; hacer que se fuera era complicado, tanto, que en algún punto dejamos de intentarlo. Era nuestro lugar, uno en el que la música nunca cesaba. Las paredes eran de un viciado color blanco que quedamos en cambiar, pero nunca lo hicimos; primero por falta de tiempo, después por falta de ganas. No digo que fuese malo, porque no lo era, se volvió otra memoria en la que nado cada vez que trato de hallar un sitio nuevo al que nombrar hogar.

Seguimos con nuestro plan al pie de la letra. Luego de regresar a Bangkok, nos tomamos una semana para descansar del tour. Me sorprendió darme cuenta de que, contrario a lo que todos pensaban, Sam en serio fue sincero cuando dijo que era capaz de controlar sus nuevas adicciones. Una semana antes de regresar a Tailandia empezó a reducir su consumo de marihuana a tal punto que, cuando estuvimos en casa, no la vi fumar ni una sola vez. Yo sabía que lo hacía de vez en cuando, era fácil darse cuenta por los síntomas físicos imposibles de ocultar, sin embargo, era lo suficientemente discreta como para que no pareciera un problema.

De hecho, Sam parecía llevarla mucho mejor que yo. Incluso después de regresar, mis problemas de sueño continuaron. Ya no necesitaba mantenerme despierta para un concierto, pero igualmente necesitaba tener un vaso de café o una lata de bebida energética siempre a la mano. Si ninguna de esas dos opciones estaba disponible, requería al menos un cigarro entre mis labios.

En alguna ocasión traté de seguir su ejemplo y dejarlo poco a poco para que no se hiciese tan duro el proceso, pero los mareos tremendos que me daban cuando pasaba un día sin cafeína me hacían querer vomitar. A pesar de todo, no creí que fuese tan malo porque, después de todo, solo se trataba de café y tabaco.

Hubo una noche en la que yo me mantuve con los ojos abiertos durante horas. Estuve todo el tiempo abrazada a Sam, escuchando sus profundas respiraciones, los latidos tranquilos de su corazón y admirando la expresión de paz en su rostro mientras descansaba tan plenamente.

Extended Play - GAP The SeriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora