25

883 100 14
                                    

Los días siguientes las cosas estuvieron más tensas que nunca. El silencio era desolador, casi nadie hablaba, y era imposible pasar por alto las miradas que todos le dábamos a Sam, únicamente para asegurarnos de que estuviese bien. Fue una temporada complicada porque, a pesar de que mi novia hacía lo posible para comportarse igual que siempre, todos estábamos ansiosos para que dejara de lado esa faceta que tenía de aparentar que no le afectaba en absoluto lo que pasó.

A veces, cuando mis ojos se encontraban con los suyos antes de salir al escenario, era incapaz de descifrar por completo lo que ella quería decirme, pues en algunos momentos encontraba en aquellos orbes marrones un brillo contrariado; algunas otra veces desesperado y, en cierto momento, puedo decir que incluso despectivo, demostrando que odiaba que la viéramos de esa manera. Recuerdo su expresión: nariz arrugada y ceño fruncido.

Las cosas entre nosotras no cambiaron mucho. Puedo decir con seguridad que nuestra relación aún marchaba bien, pero que Sam se comportara igual de encantadora que siempre no quería decir que yo no estuviera preocupada por ella. Yo mejor que nadie sabía que algo le sucedía, que lo de su abuela le había afectado y estaba esperando el momento en que ella viniera a mí para hablar, pero aún no lo hacía y no quería presionarla tampoco.

Lo he dicho antes y lo sostengo ahora; lo más cercano a leerle la mente era curiosear a través de las letras de sus canciones. Lo confirmé por enésima vez una noche antes de viajar a los Estados Unidos, cuando nos mostró que estaba preparando una nueva composición para el siguiente álbum.

Intruder era una gran metáfora a la situación actual que Sam estaba pasando. Fue, sin lugar a dudas, una de las canciones más sutiles que escribió y aún así deduje todo desde la primera vez que la escuché. Hablaba sobre el peso de la expectativa, las apariencias y las restricciones que uno mismo se pone para complacer a los demás, todo para explicar a través de los últimos versos que, sin importar lo mucho que lastimes a los demás, no vale la pena reprimirse para complacer a alguien más que no sea uno mismo.

Fue una letra que en el futuro alborotaría a todos los expertos que analizaron nuestras canciones, pero en la actualidad era únicamente el primer paso para nuestro siguiente álbum. Era gracioso porque recién empezamos con la fiebre de Sweet Chaos y ella ya estaba pensando en lo que vendría después.

Entonces, luego de una larga temporada de promoción, emprendimos nuestra segunda gira. No estuvo para nada mal, incluso me resultó emocionante lo grande que era a comparación de la anterior, no solo en números porque sí, pasar de cincuenta shows a noventa fue importante, pero la emoción era por la magnitud de cada concierto en sí. Además, el hecho de no tener que viajar más en autobús hizo que mi espalda me lo agradeciera, pues había pasado bastante desde el primer tour y yo seguía sin recuperarme de mis problemas de postura.

Obviamente los teatros o recintos pequeños tenían su magia porque era todo más personal, creaba una interacción mucho más íntima con los pocos fans que iban a vernos, además de que la desorganización estaba más acorde a la imagen que yo siempre tuve respecto a mi idealización de la vida de estrella de rock, incluso antes de querer convertirme en una. Los escenarios en los que empezamos no se comparan en lo absoluto a los de ahora; antes todo estaba muy cerca. Si daba dos pasos y estiraba el brazo era capaz de tocar a Sam, dos pasos más y estaba a un lado de Kade, uno hacia atrás y ya estaba sobre la batería de Kirk. Si me agachaba encontraba un vaso de cerveza a la mitad del show para refrescarme y si gritaba fuerte alguien del otro lado me escucharía. Todo había cambiado.

Las arenas eran distintas. En todo el mundo estarían de acuerdo conmigo si yo dijese que no era lo mismo tocar para cinco mil personas que para treinta mil; había sitios más grandes incluso, pero esa cantidad de público ya me resultaba exorbitante. Mirar hacia el público en el escenario era como presenciar una gran estampida y el sentimiento que nos dejaba era imponente. Por supuesto que eran escenarios más grandes, sumados a las pantallas gigantes y a los gritos de una multitud eufórica por escucharnos tocar, coreando nuestros nombres con tal potencia que podrían destrozarme los tímpanos; de forma inevitable llevaba mis niveles de adrenalina hasta la estratósfera. Todo aquel que haya alcanzado este tipo de fama alguna vez hablará siempre de las cosas buenas, de la emoción, pero casi nadie habla sobre el miedo que se eleva y que te recorre el cuerpo antes de salir a dar un show.

Extended Play - GAP The SeriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora