Extended Play - GAP The Series

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Para cuando empezamos nuestra primera gira nacional, Sam y yo ya llevábamos poco más de un mes después de haber formalizado nuestra relación. Nadie además de nosotras lo sabía y mantenerlo en secreto se estaba volviendo algo verdaderamente difícil.

Si soy completamente sincera, no entiendo por qué teníamos tanto miedo de que el resto se enterara. Ellos ya sabían de la orientación sexual de Sam y quizá empezaban a dudar un poco de la mía, pues siempre que algún chico se me acercaba, no tardaba mucho en rechazarlo. Quizá era el hecho de que, por formar parte de la misma banda, pondríamos el riesgo el proyecto en caso de que tuviéramos algún conflicto.

No era algo que le hubiésemos confesado a alguien directamente, aún así, nunca fuimos precisamente discretas o precavidas. Llegó un momento en el que Sam y yo no podíamos estar separadas. Durante los ensayos nos mirábamos de reojo, nos dedicábamos algunos versos de las canciones y, cuando terminábamos, nos escabullíamos para pasar algo de tiempo juntas. Era un secreto sagrado para mí, solo conocido entre nosotras dos, y estaba segura de que era lo mismo para mi novia.

Desde el reencuentro que tuvo con sus hermanas, Sam se sentía mucho más plena y feliz. Se aseguró de compartir esa nueva faceta conmigo, sorprendiéndome con lo romántica y espontánea que podía llegar a ser. A veces me cantaba canciones románticas al oído o tocaba la guitarra acústica solo para mí, haciéndome sentir la persona más afortunada del planeta por tenerla a mi lado.

También era mucho más atrevida. Le gustaba verse peligrosamente sensual porque sabía que no era sencillo para mí mantener la vista alejada de ella; de su cuerpo. Cuando empezamos con los preparativos de la gira, Sam se fumaba un porro mientras ensayabamos y yo no podía quitarle la mirada de encima. Sabía perfectamente que no estaba bien que consumiera drogas, pero se veía tan jodidamente sexy mientras lo hacía que no podía pensar con claridad.

Aunque, si me detengo a analizar la situación, las drogas se habían vuelto algo recurrente en Diversity. El hecho de que nuestra agenda estuviera tan apretada nos hizo darnos cuenta de que las 24 horas del día no eran suficientes. Nos acostumbramos a estar ocupados, tanto que nos resultó imposible mantenernos cuerdos sin algún tipo de ayuda.

Yo también fumé en un par de ocasiones. No era algo que disfrutara, en lo absoluto, pero era a veces la única manera de que mi cabeza no explotara por el estrés.

Había otra forma de mantenerme tranquila. La ansiedad y todos los pensamientos negativos desaparecían cada vez que los brazos de Sam abrazaban mi cintura, cuando sus cálidos besos recorrían mi piel y sus dulces palabras eran susurradas en mi oído. Desafortunadamente no siempre podía hacer eso, especialmente cuando estábamos junto al resto.

Y es que durante mucho tiempo imaginé que la vida de las estrellas de rock cuando estaban de gira era sí, salvaje, pero también glamurosa; o una que, cuando menos, dejaba a su alcance la oportunidad de conocer una vasta cantidad de sitios a lo largo del país, de sentirse como avecillas en temporada de migración; con las alas extendidas y el viento en el rostro. Estaba, como en la mayoría de mis suposiciones respecto a mi nueva vida, equivocada.

Las temporadas de tour estaban muy lejos de sentirse libres. Puedo resumirlas en estar sentados durante larguísimos periodos de tiempo en el autobús, hasta que la espalda baja rogaba por piedad y la idea de bajar para caminar comenzaba a volvernos locos. Dormir, comer; inclusive empezamos a trabajar en nuevo material estando en carretera.

Pero cuando la realidad me abofeteó, entendí que esta vida era moverse por el país conociendo salones, teatros, hoteles e incontables bares; no quedaba tiempo para museos, monumentos o caminatas por la calle. Los días de show eran, por mucho, los mejores, pues no eran solo de hacer lo que queríamos hacer, que era tocar nuestra música, sino del mismo modo eran noches de hotel y buena comida.