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El dolor que sentí al ver en sus ojos lo poco que le importé creo que jamás seré capaz de superarlo.

Nunca he llevado muy bien eso de decepcionar a los demás. Sé que es humano, sé que es inevitable, también que es parte de madurar y de cualquier relación idealizada, pero la capacidad de influir en los sentimientos de los demás con mis decisiones personales me provoca un malestar inmediato. Principalmente porque lo que hago siempre tiene inconformes a las personas que alguna vez me importaron.

Ha pasado un día, pero aún puedo recordar el temor que invadió mi cuerpo al ver el rostro de mi abuela a través de la pantalla del televisor; mi mente había hecho lo posible para bloquearla de mis recuerdos, pero el destino quiso que volviera a enfrentarla y de la peor manera posible. Un montón de recuerdos llegaron a mi cabeza desde el momento en que me puse de pie, tantos que sentí que era capaz de viajar en el tiempo.

Algunos años atrás, cuando terminé la universidad y regresé a Tailandia, me armé de valor para decirle de una vez por todas que no planeaba seguir sus órdenes. Tuve una realización tan grande que me hizo darme cuenta de que yo había nacido para expresarme a través de la música. Que el sonido de las cuerdas de mi guitarra y los versos de mis canciones eran lo único que me hacía sentir con vida. Estaba segura; feliz, un sentimiento completamente opuesto al que yo estaba acostumbrada viviendo bajo su techo.

La situación fue tan particular que ni siquiera me molesté en prestarle atención a los latidos acelerados de mi corazón, ni a las advertencias de mi cerebro, que parecían decirme desesperadamente que no lo hiciera. Todo apuntaba a que las cosas terminarían mal para mí, pero me dio igual porque lo único que me importaba en ese momento era ser libre al fin.

En esos casos, sorpresivos y determinantes, el lenguaje nos remite a una realidad que la mente no puede comprender. Antes de siquiera terminar de explicar, de rendirme ante la indignación, sus palabras negaban una y otra vez mis posibilidades en una rabieta sin sentido. Ella hizo lo posible por negar el hecho de que su nieta ejemplar no había regresado de Cambridge y, como no me deje manipular esa vez, se encargó de rechazarme de todas las maneras posibles. No mentiré diciendo que no me dolieron sus palabras, pues a final de cuentas la persona que me gritaba era la misma que se encargó de cuidarnos desde que tengo memoria, pero la fuerza de los hechos era incontestable; yo no estaba dispuesta a continuar con esta vida, y esa era una forma amable de llamar al infierno que se soportaba estando en esa casa.

El hecho de que me dijera directamente que era una decepción fue algo que se repitió una y otra vez en mi cabeza hasta que pude asimilarlo por completo. Fue una de las pocas veces en las que me sentí culpable por no ser la persona que por tanto tiempo idealizó. Pero que yo no fuera suficiente como para cumplir sus expectativas no quiere decir que me sienta avergonzada de la persona que soy ahora, porque no es así. No me arrepiento de mis decisiones; estoy convencida de que huir de esa casa fue la mejor decisión que pude haber tomado en la vida. También sé que si las cosas hubiesen sido de otra manera, probablemente yo no estaría aquí hoy.

La noche anterior, al verla a través de la pantalla del televisor, volví tercamente a lidiar con las palabras para tratar de bucear en el fondo de mi alma; escucharla me hizo recordar todos los malos momentos que tuve que sobrellevar en soledad porque, en aquel entonces, me encontraba completamente sola.

Esa mañana, al despertar de mis sueños intranquilos, me encontré a mí misma empapada en sudor encima del enorme y nuevo colchón que habíamos comprado días atrás. Estaba boca arriba sobre la rígida firmeza de mi espalda y, al levantar un poco la cabeza, pude observar el cuerpo que descansaba plácidamente entre mis brazos.

Mi corazón se tranquilizó al ver sus mejillas sonrojadas y sus labios entreabiertos mientras dormía. Usé una de mis manos para apartar los mechones de cabello que cubrían su frente y me incliné lo suficiente para dejar un beso en su cabeza. Me sorprendió que Mon hubiese podido conciliar el sueño la noche anterior teniendo en cuenta lo difícil que le resultaba dormir a la primera, pero me sentí agradecida por su descanso.

Extended Play - GAP The SeriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora