Capítulo 23

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Capítulo 23: 

Veneno para Mariposas


El amor nos hace estúpidos, nos convierte en seres incapaces de pensar y de reaccionar con cordura.

—¡Ahora márchate! —me gritó Machete—. ¡Largo de aquí! ¡Ya has visto suficiente!

Y cerró de golpe el cajón en donde se hallaba la temida arma. Titubeante me paré del suelo y caminé presuroso hacia la salida del apartamento. Y justo cuando crucé el arco de la puerta, con el afán de hacerme retroceder, el chico de ojos rasgados me jaló de nuevo, pero esta vez me sostuvo de la capucha de mi sudadera que colgaba en mi espalda, a la altura de mis omoplatos.

—Más vale que no le busques más y que vayas directo a casa. Lo digo en serio —. Me advirtió con una actitud que parecía ser la de un adulto. Quizá su vida de pandillero había endurecido su forma de ser a una edad tan temprana. Aunque esa madurez se viniera abajo ante la presencia de Adrián.

Me solté de su agarre al estirar mi hombro hacia adelante, y antes de marcharme de ese lugar en donde al parecer no era bienvenido, me volví hacia Machete, levanté la nota a la altura de mis ojos color miel y añadí:

—¡Adrián tendrá que decírmelo a la cara! —. Demandé. Ojalá lo hubiera dicho con carácter y voz determinada que me otorgaran empoderamiento, pero realmente la dije moqueando y sorbiendo la nariz, como quien hace un berrinche.

Me di la vuelta y me dirigí a las escaleras del edificio, inseguro de si en un futuro volvería de nuevo a ese lugar, a la guarida del lobo.

Estuve a punto de tropezar cuando pisé mal un peldaño por estar releyendo la nota mientras bajaba a trompicones:


Olvídate de mí...


Como si fuera una orden, eso era lo que citaba la nota. Pero, ¿cómo hacerlo después de lo que pasó anoche...? ¿Qué reto macabro era este?

Cuando por fin llegué a la planta baja del edificio, esta vez no me detuve en la recepción para anunciar mi salida, sólo pasé de largo al cuidador que roncaba en su silla, con los pies sobre el escritorio.

Al salir a la calle, ya sin techo en la cabeza y expuesto a la intemperie, el aire invernal me pegó en la cara y casi convierte a mis lágrimas en copitos de nieve. Me detuve a mitad de la banqueta y releí la nota con desquiciante fanatismo. Y de pronto, al igual que Lolo durante la práctica de baloncesto de esta mañana, a mí también me comenzó a dar un repentino dolor de estómago que me hizo torcerme por la cintura y que me arrancó un inusitado quejido. Un dolor agudo estremecía mis entrañas. Sabía lo que era: Veneno para mariposas. Como si de cianuro se tratara, las palabras plasmadas en la nota de Adrián estaban haciendo padecer a dichas mariposas de manera lenta dentro de mi vientre.

Boy Love BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora