Capítulo 30

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Capítulo 30: El silbido de los lobos

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Capítulo 30: El silbido de los lobos


18, Dic.

Caminaba por la acera, atrapado dentro de un abrigo rechoncho, más grande de lo que mi cuerpo pudiera llegar a ser. Dicho abrigo daba la impresión de ser inflable, hasta me imaginé que, con él puesto, bien podría amortiguar un golpe de un tráiler o hacer que rodara sin rasguño alguno por una calle inclinada si tropezaba e incluso flotar en medio del mar como un náufrago. Me hacía sentir como un robot y me obligaba a caminar al estilo Baymax, pero no tenía elección más que usarlo dado las bajas temperaturas que presentaba el clima. —¡Histórico, en esta parte del mundo!—. Era lo que exclamaban los meteorólogos en los noticieros matutinos.

Histórica también era lo que le acontecía a mi nariz ya roja, irritada por la gélida ventisca, contundente prueba del alérgico efecto que el pálido invierno provocaba en mi sistema respiratorio. Sin embargo, pese al frío, en las calles abarrotadas de personas se percibía un anticipado ambiente festivo.

Faltaba una semana para navidad.

Una semana.

Una nada más...

Y andando de tumbo en tumbo con pasos divagantes, mi mente siguió esforzándose en hacer lo que más le causaba tranquilidad últimamente: echarse a volar, distraerse en banalidades mundanas, como el hecho de contemplar los picudos adornos navideños que se exponen en la vitrina de aquel pequeño negocio o del suéter deshilachado que lleva ese cachorro que muerde la correa con la que es halado.

—Uff... —Solté el aire desinteresado y contemplé con mirada apagada todo aquello que se cruzaba en mi camino, sin el más mínimo gesto de admiración o efecto.

¿Cómo es posible que una persona sea capaz de robarse la luz de una mirada?

¿Qué hechizo evoca el Lobo para hacer que los colores brillantes del mundo desaparezcan junto con él?

Vivir el minuto a minuto, sin detenerme en los ayeres o en los quizás, fue una tarea que me esforcé por cumplir. Después de la crisis, de tal evento traumático, mi cerebro desechó experiencias significativas y evitaba con renuencia el acudir a las memorias de eventos pasados en donde el Lobo estuviera involucrado.

Pero había un recuerdo que resistía a esta demencia forzada, e intruso se colaba por la rendija de mi mente...

¿Por qué nuestras cabezas suelen aferrarse en reproducir, como un cassette, lo que más nos hace daño? Y nos mantienen atrapados en ese evento, que inminentemente se convierte en un interminable bucle hasta transformarlo en un trauma.

Es así que, con demasiada insistencia y como una respuesta masoquista y de naturaleza contradictoria, mi mente solía aterrizar y refugiarse en el momento que más le hacía daño: a aquella noche de luna llena, en donde la serotonina se desbordó como miel entre mis muslos:

Boy Love BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora