Capítulo 21 (Primera parte)

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Y después de evadir a Adrián, de huirle durante mucho tiempo, anoche, de manera contradictoria, me aferré a él con fuerza. Y mis dedos se encajaron en su espalda, derretidos de dolor y placer, queriendo permanecer así, para siempre.

Maldita vocación la mía...

***

—Mamá, ¿puedo llamarle a Lolo por teléfono? Necesito pedirle que llegue más temprano a la escuela hoy. Necesito aclararle algunas cosas antes de que inicien las clases. ¡Es muy importante!

Iba a confesarle, a admitir, que estaba enamorado de quien fuera mi antiguo rival...

Ella me miró durante unos segundos antes de ceder. Al final, suspiró:

—Pero no te demores tanto en la llamada. Yo subiré al cuarto de costura mientras tanto.

— ¡Será breve! —Presuroso, me levanté y corrí a coger el teléfono. Ya en mi mano, tecleé el número de manera rápida y me llevé el auricular al oído mientras sonaba—: ¿Aló? ¡Señora, buenos días, soy Ángel! Sí, cof, cof, otra vez yo... ¿Está Lolo? ¿Me haría el favor de comunicármelo? Gracias, espero en línea...

Y me mordí los labios mientras aguardaba a que Lolo cogiera la llamada. El querer citar más temprano a mi mejor amigo para confesarle que me gustaba el Lobo, de alguna inexplicable manera comenzaba a ser más difícil de lo que esperaba. Y pese a que una fuerza interior me empujaba a retractarme, respiré profundo y aguardé en la línea, puesto que no podría vivir en paz por mucho tiempo con ese gigante secreto para mí solo. Explotaría si no lo compartía, y Lolo, era el único ser humano en quien podía confiarle algo tan delicado y personal, y que sé, que nunca de los nunca me juzgaría.

Fue así, que mi mejor amigo y yo hablamos durante un buen rato por vía telefónica. Y después de ponernos de acuerdo para llegar más temprano a clases, me apresuré en concluir la llamada:

— ¡Entonces nos vemos a esa hora! —Colgué y abandoné el aparato telefónico sobre la mesita redonda. Mis manos aún temblaban. Seguía sin saber porqué se me estaba siendo tan difícil.

—Por fin dejaste de parlotear con Lolo, ¡no podía escuchar con claridad lo que las conductoras del programa decían! —Refunfuñó Eli, quien sentada en el sofá, veía en la televisión un programa de espectáculos.

—Lo lamento —Me estiré las mangas de mi sudadera hasta ocultar mis dedos—. ¿Puedo ver el programa contigo? —. Pregunté con un puchero.

— ¿Acaso tengo opción? —Se quejó sin dejar de mirar la destellante pantalla—. Aunque... debo confesar que esta mañana te tolero más, debido a que de alguna manera ayudaste a que pudiera ver a tu amigo Adrián en calzoncillos. ¡Y yo que planeaba esperar para cumplir mis dieciocho años para por fin poder acudir a uno de sus shows nocturnos donde se quita la ropa! ¿Viste cómo se le marcaba el trasero?

— ¡Eli, no te expreses así! —Me acerqué al sofá, tomé asiento junto a ella y refunfuñé, quizá un poco celoso de sus menciones.

Pero más allá de preocuparme que una niña de su edad estuviera locamente enamorada del Lobo, había algo más fuerte que me inquietaba en esos momentos...

— Elizabeth... —La miré y escondí mis manos entre mis delgadas piernas—, anoche, cuando mamá y tú volvieron de con la tía... ¿no escuchaste o notaste algo mientras dormías?

Y sentí la saliva marcar mi nuez.

—No. ¿Debí haber escuchado algo, hermanito? ¿Tus horrendos ronquidos acaso? Lo lamento por Adrián, ¡quien realmente sí durmió en la misma habitación que tú y tuvo que soportar tal martirio!

Boy Love BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora