Capítulo 4

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Recuerdos que se van impregnando


Amanecí contemplando los rayos de sol que se colaron por mi ventana. No tenía que ser testigo de ello, pues debí de suicidarme anoche, cuando le conocí a él.

Me levanté de la cama y sacudí mi cabeza para no recordar lo sucedido, pero graciosamente inmortalizaba cada detalle. Al rustico Blue Rose, las luces coloreando mis prendas, la música obscena aturdiendo mis tímpanos, el humo superficial asfixiándome, el molesto olor a cigarrillo impregnado en el aire, y sobre todo, a él...

Él y su cuerpo, su danza, su erotismo, su atractivo faz, su aliento, su mirada que traspasa... que hechiza.

Aun si cierro levemente mis párpados, el recuerdo está ahí, persiguiéndome, alucinante e incoherente. No obstante, la escena de cuando nuestros labios se hicieron uno solo bajo la lluvia, esa es la más repetitiva y delirante en mí cabeza.

¿Por qué? ¿Me ha poseído la locura? ¿No es él, un chico?

En mis sueños, volví a experimentarlo y fue tan vívido y delirante que aún soy capaz concebir esa extraña sensación, la suavidad de sus labios rozarme, reposando en los míos y las gotas humedecer mi rostro bajo esa noche de luna.

--¿Esto te prueba que lo que sucedió ayer fue real? --inquirió mamá mientras me quitaba el termómetro de la boca.

--Desafortunadamente sí --deliré ante la enfermedad.

Me encontraba momificado en el edredón y sudaba bastante dentro de él. No podía respirar.

--Lo de anoche... --hizo una pausa mientras me colocaba un pañuelo húmedo sobre la frente--... no quiero que se repita, ¿te quedó claro, Ángel?-- Y molesta me metió la pastilla a la boca, casi a la fuerza.

La medicina me dejó un sabor amargo, me asqueé e hice un mal gesto.

--No volverá a suceder --prometí, con una mueca graciosa en mi rostro.

Anoche, mamá estaba esperándome furiosa en la puerta de la casa. Iba a darme una dura reprenda, pero se quedó estupefacta al ver mi lamentable estado, y callando abruptamente los reclamos, se apresuró en llevarme dentro, y atender mis heridas. Mientras me restregaba la mejilla con hielos envueltos en un trapo, le conté -maquillando los hechos para que no se preocupara de más-, que un par de vagos me habían asaltado cuando volvía a casa, e íbamos a llamar a la policía, pero desistimos puesto que no había rastro alguno que seguir de los rateros. Molesta y preocupada, mamá me pidió explicaciones y una justificación a mi imprudente comportamiento, pero al mencionarle que Carla tenía que ver con todo esto, se negó a escuchar cualquier detalle que pudiera proporcionarle, y levantándose del sofá, exclamó: "¿De nuevo tiene que ver con ella?" Y se fue a su habitación, dejando por zanjado el tema.

Pero algo era seguro, aunque mi madre me hubiera exigido datos de lo sucedido, por nada del mundo se los hubiera dado. Bueno, quizá hubiera echado alguna mentirilla que ocultara debajo los verdaderos y devastadores hechos.

Ahora, estoy castigado por una semana. Nada de futbol, nada de videojuegos. Todavía no terminaba mi otro castigo y ya iniciaba con una sentencia nueva. Pero, ¿por qué siempre me cuida tanto? ¡No puedo escabullirme una sola vez y llegar después de las diez de la noche! Ya tengo dieciocho años. Soy mayor de edad. Debería ser más considerada. Además nunca le había dado problemas. Sería la primera y última vez...

Y sí, he dicho, la última vez. Después de lo sucedido, me he prometido a mi mismo que no andaría nuevamente de noche, fuera de casa y sobre todo, no volvería a ese lugar, a Blue Rose, santuario del bastardo de Adrián. Evitaría rotundamente volver a tener otro desagradable encuentro con él. Planeaba no volver a verlo jamás...

Boy Love BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora