Capítulo 22

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Esta mañana, después de haber pasado la noche juntos y de besarnos detrás del jardín junto al ventanal de la casa, Adrián se despidió de mí con la promesa de verme después de clases. Se montó en la moto, la prendió, y antes de arrancar, volteó a verme una última vez. Llevándose el rosario negro a la boca, besó su cruz plateada, la sostuvo un momento entre sus labios, mirándome...

Y se marchó.




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Capítulo 22: 

El departamento de Adrián


El mensaje en la nota era breve pero conciso. Tal como lo imaginé, Adrián era un hombre de pocas palabras. Su remitente me pareció de lo más frío e hiriente. No parecía dirigido al chico que le había entregado su primera vez, a ese mismo chico a quien le logró arrebatar un te quiero durante el acto sexual.

—Dime que es una broma y te prometo que me reiré, aunque tu chiste sea amargo —. Le pedí al chico pandillero, con las manos temblorosas.

Machete recargó su hombro en el quicio de la entrada.

—Ahora ya sabes lo que debes de hacer: olvídale y continúa con tu vida perfecta de niño bueno —. Dibujó una sonrisa torcida mientras su rostro era opacado por el humo del tabaco que soltó de pronto por las fosas nasales.

Hice un involuntario puchero y gimoteando me llevé el brazo a los ojos para secar cualquier vestigio de lágrima que se atreviera a derramarse.

—Él no sería capaz de hacerme algo así —. Logré hablar con un hilo de voz como si estuviera intentando convencerme a mí mismo de ello; con el afán de no dejarme caer en los brazos desolados de la desesperanza. Insistí en aferrarme que lo nuestro era real, lo mejor que me había pasado.

Me encogí de hombros bajo esa sudadera con estampado de Lucas Comegalletas que me quedaba grande y repetí en mis adentros la misma oración: Él no sería capaz.

-—¿Y qué te hace estar tan seguro de que el Alfa no te haría algo así? —. El chico de ojos rasgados se puso una mano en la cadera y elevó el mentón.

Recordé sus besos devoradores de anoche, la manera tan desesperada en que se aferró a mi cuerpo, a nuestras piernas entrelazadas bajo las sábanas, a sus espasmos involuntarios y sus raspados gemidos mientras me arrebataba la inocencia.

—Porque lo conozco —. Titubeé y pasé saliva.

Machete soltó una estruendosa carcajada ante mi respuesta, pero casi al instante borró de golpe su sonrisa.

Boy Love BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora