Capítulo 29

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Érase una vez una fresa pecosa que se enamoró de un malhumorado arándano azul.

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Capítulo 29: La posada

Capítulo 29: La posada

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Último día de clases:

Debido a que no logré destacar con la guitarra en la clase de música por más que lo intenté, el maestro decidió encomendarme la fútil tarea de ser el chico de la pandereta de media luna y el de las notas agudas en el coro para la posada escolar de este año. Y esto, de alguna manera, acentuó más mi lado afeminado que comenzaba a aceptar como parte positiva de mi identidad.

En el salón de música comenzó a escucharse el ensayo incesante en el que entonábamos una y otra vez la canción de Carol of the bells como si fuéramos monaguillos de alguna parroquia:

Mira las cam-

-panas tocar

Cuando al sonar

Han de anunciar

Ya está aquí

La Navidad

Es disfrutar

Es celebrar

Ding dong ding dong

Es su canción

Qué alegres son

Qué emoción

Creo escuchar

Al caminar

Y respirar

La navidad

Llena de amor

Felicidad

A compartir

Tiempos de paz

[...]

Lolo tocaba una flauta plateada desde el extremo contrario a mi posición en la tarima. Y lo hacía de manera tan mágica que no dudé en que podría encantar ratones —y a algunos niños—, como el flautista de Hamelin si se lo propusiera. En cambio yo, lo único que hacía era cumplir la enmienda de agitar la pandereta sobre mi ya rosada palma de cuando en cuando.

Me concentré en mirar el techo en las notas más altas y evité intercambiar palabra alguna con el chico punk durante todo el ensayo. Ni siquiera crucé una mirada.

Bufé y algo dentro de mí se comprimió. Me pareció de lo más extraño estar distanciado de mi mejor amigo. Fue como si al no hablarle dejara de ser yo mismo.

Boy Love BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora