Capítulo 17

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*~Capítulo 17: Una nueva promesa~*


¿Cómo pude haberle permitido besarme?

¡Yo definitivamente no soy gay, yo definitivamente no lo quiero!

Reprendiéndome con esas introspectivas, corrí con desesperación a casa bastante alterado y me llevé las manos a la cara y me la froté: aún sentía mi rostro caliente, y mis labios continuaban húmedos de su esencia, de su saliva impregnada de nicotina que había envenenado ya toda mi cavidad y el largo de mi garganta.

Con las piernas y las manos temblándome escandalosamente, giré las llaves en la ranura de la puerta, y entré por fin a casa, que seguía con las luces encendidas.

—Siento llegar tarde —me anuncié, de pie en la entrada.

Mamá, que me esperaba sentada en el sofá leyendo su libro de oraciones religiosas, volteó a verme sobre su hombro, y no parecía molesta pese a que debería de estarlo.

—Ya hablaremos después sobre tu hora de llegada... —sonriéndome se puso de pie y abandonó su libro sobre la mesilla de la sala. Vino hacia mí, y me tomó de las mejillas—: ¡A qué no adivinas! El entrenador del club me llamó por teléfono y me pidió encarecidamente que te avisara que... ¡serás capitán de prueba por un mes! ¡Muchas felicidades cariño! ¡Lo has logrado después de tanto esfuerzo! ¡Tú padre hubiera estado muy orgulloso de ti!—Y emocionada, me arrojó a sus brazos, apretujándome con fuerza.

Apenas si reaccioné. Inmóvil en los brazos de mi madre, comencé a lagrimear, sin que me lo propusiera y sin ser capaz de detenerlo, pero no a causa de esa noticia. Sí, había deseado mucho el puesto de capitán, pero aquello, extrañamente no tuvo el efecto positivo esperado en mí. Mucho menos en ese momento, en donde no dejaba de pensar en los besos de Adrián, y en lo incorrecto y peligroso que eso significaba. Aquello era lo único que albergaba y alteraba mi mente mientras mi madre me felicitaba.

— ¿Qué pasa cariño? —Mamá me besó la frente apartándome mis mechones castaños de la cara—. ¡Creí que esa noticia te iba hacer brincar de la felicidad! ¡Es lo que siempre has soñado!

Sollozante, desvié la mirada sin responderle nada.

Mamá me palpó el pecho, bastante alterada, analizándome a cuerpo completo con la mirada.

— ¿Te ha pasado algo? —preguntó—. ¿Te hicieron daño?

—No —me restregué los húmedos ojos con el antebrazo y sorbí la nariz.

Comprendiendo que no quería hablar, mamá decidió no hacerme más preguntas. Llegaba a ser bastante comprensiva cuando se lo proponía.

—A ver, ven y acuéstate —me tomó de la mano y me llevó hasta el sofá, acomodándome el cojín en la bracera de este.

Me recosté boca arriba y miré el techo mientras que pensativo, me paseaba la yema por los labios todavía entumecidos. Aquella sensación de Adrián devorando y sorbiendo mis labios todavía permanecía en ellos, y aceleraba mi corazón, y me hacía sentir dichoso e impuro al mismo tiempo.

También me reprochaba haber huido de esa manera. No era mi intención lastimarle. Pero mi obligación era inclinarme a lo que era correcto, lo mejor para ambos. Debía... conservar la cordura.

«No estuvo bien haberle besado, haber caído rendido ante él de esa manera». Intenté convencerme de ello, de que fue un error.

Sin embargo, al recordar la destreza de su lengua que supo pervertirme, me abracé el estómago, aún sintiendo estremecidas mis entrañas, o como lo diría una chica enamorada en una novela de amor juvenil: sintiendo mil mariposas revoloteándome. Sí, eran mariposas. ¡Unas jodidas mariposas mordisqueando mis intestinos!

Boy Love BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora