2. ¡Hola vecina!

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Estaba oscuro, aquí, en Galicia, anochece más tarde por lo tanto ya debía de ser muy entrada la noche.

Miro el reloj.

-¿Será posible? ¡Las once!

Llevaba corriendo una hora y media. Pare a descansar, y me dispongo a volver. Pero estoy perdida. Desdoblo el mapa y me doy cuenta de que no me he fijado ni por donde he pasado. Genial... me pongo a pensar el camino que he hecho pero acabo diciendo un montón de palabrotas. De repente oigo un ruido.

Un chico, rubio y de ojos verdes pasa a mi lado corriendo. Me mira con el rabillo del ojo y sigue. No me inmuto. Ni me muevo. Hasta que me doy cuenta de que me puede decir donde estoy.

Corro lo más rápido que puedo y logro ponerme a su altura. Menos mal que tengo buen fondo.

-Hola- aspiro aire como si fuese una aspiradora. No es el cansancio, odio hablar con desconocidos.- A ver... ¿me puedes decir donde estamos?

El chico, que no había dicho palabra, se para en seco y me mira. Hago lo mismo ya que me siento incomoda pensar que esta pasando de mi por completo. Le pongo una mirada dura.
Se empieza a reír... ¿Qué le parece tan divertido?

-Alto tigresa... ¡Solo estaba respirando!

Me río sin querer.

-Vale, no te vayas a ahogar.

Se ríe.

Nos reímos.

No se ve nada por lo que solo puedo imaginarle. Recuerdo sus ojos verdes y su pelo rubio. Suspiro largamente hasta que quedo deslumbrada por una linterna.

Ambos nos quedamos de piedra. Creo que nunca había visto a un chico más guapo. Creía que el chaval más guapo de la tierra se hallaba en Pamplona. De un curso más. Pero no, aquí estaba un ser humano aun más guapo. Rubio y ojos verdes. Vale, veía bien. Sonrisa perfecta, cuerpo musculoso... Era simplemente genial.

No se que estaría pensando él, pero se había puesto rojisimo. Es muy blanco y por eso se le nota. Yo soy morena y por eso no se me nota.

Mejor, porque de ser lo contrario estaría aun más atomatada que el.

Se hace un silencio bastante largo e incomodo. Yo no estoy muy decidida a cortarlo ya que me da vergüenza; pero él está más que dispuesto a hablar ya que me sonríe y abre la boca.

-¿Qué pasa tigresa? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

Se rie con su propio chiste y me contagia su risa.

-Perdona, pero creo que fui yo la que me acerqué.

-Es verdad. ¿Qué querías?

Suspiro.

-¿Donde estamos?

Me mira sorprendido. No debe de ser muy listo ya que me pregunta si soy de aquí.

Suspiro otra vez.

-No, no soy de aquí. Por lo que no conozco el pueblo. Y por lo tanto me he perdido. Pero se judo y karate.

Lo último lo añadí por si era alguien con malas intenciones.

-Vale, a ver... Más o menos, ¿donde estas alojada?

-Tu llévame hacia el pueblo. Por favor.

Y hacia nos estamos dirigiendo. Sin decir palabra. Mudos como si fuésemos momias recién empapeladas. Aunque creo que si no estuviesen recién empapeladas tampoco hablarían. Bueno, ¿quién sabe?

Estaba ensimismada en mis pensamientos sobre los antiguos cuando al rubio se le ocurrió abrir la boca.

- ¿Y bien?

Para decir algo así mejor haberse callado ya que no estábamos diciendo nada. Pero mi educación y mis ganas de hacer amigos en este pueblo me obligaron a hablar.

-¿Y bien qué?

-No se, ¿no piensas decir nada?

-¿Sobre qué?

¿Por qué no iba al grano? ¡Esto era una conversación de besugos! Seguro que las momias tienen charlas más divertidas.

-Pues a ver, sobre tu nombre por ejemplo.

-No me lo has preguntado.

El chico suspira desesperadamente.

-Vale tigresa, ¿cual es tu nombre?

-María. Pero no me gusta así que me llaman meri.

-Vale. Encantado.

Ahora me tocaba a mi preguntar.

-¿Y tu?

El rubio, que ya se había distraído con dios sabe que del camino, me mira extrañado.

-Tu nombre- Le recuerdo.

-¡Ah si! Javier

-Bonito.

-Javi para los amigos.

Asiento y hago un ruido de aprobación. Algo entre un si y un vale.

-Ahí

Javier señala algo. Me alegro de ver lo que me señala ya que es el pueblo. Que sea de mala muerte no significa que no tenga sueño y quiera irme a la cama. O por lo menos darme una ducha.

-Genial gracias.

-De nada... oye ahora que lo pienso, ¿Tú eres de la nueva familia?

-¿Qué nueva familia?

-La que se acaba de mudar.

Asiento sorprendida. Esto de saber quien viene y quien va en una ciudad no pasaría.

-Sí. Soy de la nueva familia. O como llames a mi familia.

-Ah... pues... ¡Hola vecina!

Me quedo sin decir palabra ya que me cuesta acordarme de que había visto a un chico exactamente igual entrar en la casa de enfrente.

-Hola... vecino.

Ambos nos dirigimos a la misma parte del pueblo, a la misma calle pero a diferentes casas, claro.

Empezamos una conversación sobre la edad, el instituto y poco más. No es una charla muy interesante pero terminamos riendo por tonterías.

Ya estoy en casa. Saludo a mi familia y después de contarles lo que había pasado, omitiendo lo guapo que es el vecino, me voy a la ducha. Y una vez duchada a la cama. En cierto modo me lo merezco.

No me puedo dormir. Estoy pensando en que igual este pueblo no está tan mal. Aunque sólo si toda la gente es así de agradable.

Mañana iré a ver el instituto y me daré una vuelta por el resto del pueblo. Aunque ya no se por donde hemos pasado. Tengo fatal el sentido de la orientación.

Y pensando en mil cosas me duermo. Aunque pronto despierto porque algo pesado cae sobre mi.

la fórmula de la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora