double date

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Era sábado por la mañana, y yo buscaba de todo para matar el tiempo libre sin Nailea; así que le acepté el café a Fernando, supuse que era un buen pretexto para burlar las horas. Fernando me llevó a un café cerca del departamento en donde me acordé inmediatamente del día en que pasé con Kevin, sin embargo, la emoción no era la misma.

— ¿Puedo preguntar por qué viniste a Pachuca? —me dijo, cuando la chica nos estaba acomodando nuestras tazas sobre la mesa.

— Bueno, vine primeramente para visitar a Nailea. Y para tomar un descanso de mi vida cotidiana —expliqué, dándole un sorbo a mi café. El sabor a capuccino vagó por mi boca hasta mi garganta.

— Oh, ¿entonces vives con tus padres? —inquirió.

— No —dije, y salió mucho más seco de lo que esperaba—. Mis padres murieron en un accidente.

— Oh, perdóname, no debí preguntar —su bello rostro de ángel se tornó comprensivo.

— No, no te preocupes —musité.

— ¿Sabes? Mis padres también murieron —comenzó a jugar con la taza mientras su mirada se fue profundizando en el líquido oscuro que contenía. Esperé hasta que él decidiera continuar, pendiente de la siguiente palabra que dijera.

— Bueno, en realidad, sólo mi madre murió cuando me dio a luz. Mi padre, bueno, el hombre que embarazó a mamá; se fue —explicó, su voz tomó un tono agrio.

— Oh —musité. No sabía qué más decir, pero lo entendía muy bien, al menos ambos teníamos algo en común ahora. No teníamos padres.

— ¿Desde entonces has vivido con tu tía? —pregunté.

— Sí. Mi tía me ha cuidado bastante bien, ha hecho un excelente trabajo por veintitrés años y no podía estarle más agradecido.

— Qué linda tu tía —dije, y recordé cuando dije, o más bien pensé, que era todo una vieja amargada. Él me sonrió y me recordó a la sonrisa de Kevin. Si tuviera que comparar, sería bastante difícil darle el puesto número uno a alguien. Pero había una vocecilla en mi cabeza que susurró fugaz el nombre de Kevin. La tarde con Fernando fue excelente, su forma de ser tan maduro y natural fue lo que resulté admirando, además de su bello rostro delicado, por supuesto. Cuando me di cuenta de la hora, fue cuando llegamos al departamento de nuevo. Eran las siete pasadas con quince minutos.

—La pasé muy bien, Fernando, muchísimas gracias —dije apenas puse un pie fuera del ascensor, cuando me di cuenta entonces de que la puerta del departamento de Nailea estaba adornada por un bello ángel de oro. Que mantuvo su mirada sobre nosotros y sus brazos cruzados con indiferencia; siempre tan elegante. Me sorprendí de ver allí al dueño de la mayor parte de mis pensamientos. Aunque enseguida me retracté de esa idea; Kevin no tenía por qué convertirse en dueño de mi materia gris.

— Cuando quieras repetirlo, estoy más que dispuesto —me dijo, con esa sonrisa bonita sobre su rostro, haciendo que mi mirada se posara de nuevo en Fernando. Dirigió luego la mirada a Kevin y con un movimiento de cabeza lo saludó. Éste respondió de la misma manera.

— Hasta pronto —Fernando se acercó y me besó la mejilla. Pude sentir el cálido y suave contacto de sus labios contra ella, pero mi cabeza seguía funcionando tan perfectamente como antes. Ningún pensamiento interrumpido, ningún atontamiento interno, simplemente nada. Sin embargo, sí la mirada de Kevin sobre el acto.

— Hasta pronto, Fernando —dije. Cuando lo vi introducirse a su departamento, me giré a mirar a Kevin, quien seguía parado allí, de brazos cruzados y mirándome.

— ¿Decidiste hacerle caso a Nailea? —bromeó.

— ¿Qué? —inquirí, confundida. Se separó de la puerta cuando yo me dirigí para abrirla.

— Sí, eso de buscarte pareja —musitó, pero la broma ya no le salió como tal. Exploté en estruendosas carcajadas.

— Sólo salí a tomar un café con mi vecino para conocerlo mejor —expliqué—. Eso no tiene nada que ver con los planes macabros de Nailea.

Él río.

— ¿Con que son macabros? Se lo voy a decir, te acusaré —bromeó, divertido.

— No hace falta, ella lo sabe —abrí la puerta y Kevin se introdujo detrás de mí—. ¿Si sabes que Sharon llega hasta las ocho verdad? —dije, sarcástica.

— Lo sé, pero es que no tengo mucho que hacer y es mejor pasar el rato aquí mientras que la espero.

— Bueno, es agradable tenerte aquí mientras que llega —pensé... esperen, esperen, no lo pensé, ¿lo dije?

— Gracias, qué linda —musitó y en ese momento di gracias de encontrarme de espaldas puesto que todo el color se me subió al rostro—. Mañana saldremos todos, así podrás conocer a mi hermano, Óscar, ¿lo recuerdas? —dijo, totalmente ajeno al caos que estaba habitando en mi interior debido a sus palabras.

— Emm... sí, estoy emocionada —farfullé.

— Óscar también.

Así, planeamos lo que sería el día de mañana y estar a su lado lo encontraba cada vez más cómodo y magnífico. Él tenía ese raro poder para maravillarme, dejarme sin el habla o adivinarme los pensamientos a veces; era simplemente sensacional y la fierecilla se regocijaba llena de felicidad; pero sólo hasta que llegaba Nailea, porque luego, al verlos reírse el uno con el otro y llamarse "amor" la fierecilla empezaba a incomodarse y me hacía salir de la escena cursi que no queríamos ver ni ella ni yo. Porque empezaba a resultar drásticamente incómoda.

(...)

— ¡Bestia, arriba! —Nailea tenía la costumbre de despertarme con golpes en la puerta, por eso era lindo que se fuera a trabajar. Balbuceé entre la almohada y luego comprendí que los molestos golpes en la puerta no pararían hasta que Nailea me viera con los ojos abiertos. Me llevé los puños a los ojos y comencé a tallarlos para desemperezarme, luego abrí paso a un bostezo grande. Me paré con pereza y abrí la puerta, Nailea estaba en la cocina buscando algo en el refrigerador. Me miró.

— Ponte algo lindo, algo verde, a Óscar le gusta el verde —dijo.

— Estás loca —musité y me di la me di vuelta para vestirme.

— Si quieres gustarle a Óscar, escucha mis consejos —gritó desde la cocina.

— No quiero gustarle a Óscar, ¡ni siquiera lo conozco! —me quejé, saliendo de nuevo de mi habitación; increíblemente asombrada del esfuerzo de Nailea por emparejarme.

— Sólo vístete, ¿quieres? Ellos llegarán en cualquier momento.

— Eres perversa —la fulminé con la mirada.

— Pero así me quieres —me sacó la lengua y me vi obligada a reír.

—Tonta —dije. Me vestí con una blusa azul turquesa y con unos jeans entubados, sólo por llevarle la contraria a Nailea. A los pocos minutos, oí el timbre sonar, y la fierecilla empezó a saltar de un lado a otro cantando el nombre de Kevin. Salí de mi habitación al oír el murmullo de las voces, y allí junto al ángel de oro, reposaba otro. Era muy parecido a Kevin, sin embargo, su cabello era rizado, casi como el de Kevin; pero estos rizos se encontraban un poco más despeinados; su piel, casi del color de la de su hermano, hacía lucir sus ojos negros, y cuando me sonrió, los pómulos se le elevaron notablemente.

— Hola —musité.

— Regina, mira, él es Óscar —me dijo Nailea, empujándome por el codo hacía el par de ángeles. Extendí la mano para saludarle y él respondió mi saludo.

— Hola —me dijo. No estaba muy segura, pero sentía dentro de mí como dos partes; una, atenta a Óscar; pero la otra, atenta a Kevin. Seguro la fierecilla estaba dentro de la segunda.

— Bueno, ya que se conocieron, ¿a dónde vamos a ir? —preguntó Nailea.

— ¿Quieren desayunar en...? —la voz de Kevin habló por fin, y yo, completa, me perdí en ella. Dejé de oír entonces la conversación que tenían los tres, de hecho, mis ojos estaban tercos y habían dejado a mis otros sentidos inactivos, ya que ellos se aferraban a mantener la vista en Kevin.

𝐌𝐀𝐍𝐔𝐀𝐋 𝐃𝐄 𝐋𝐎 𝐏𝐑𝐎𝐇𝐈𝐁𝐈𝐃𝐎 - kevin álvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora