— ¿A dónde vamos? —preguntó el taxista, habiendo subido mis maletas azules a su cajuela. — Al centro —dije, subiendo a la parte trasera del auto verde con blanco.
El taxi arrancó bajó la lluvia torrencial y me encogí de frío en el asiento. En este diciembre la temperatura estaba mucho más baja que en cualquier otro diciembre que yo haya recordado. El aliento salió de mi boca convirtiéndose en un vapor instantáneo. Mis labios fríos anhelaron algunos otros cálidos, su recuerdo vino a mi mente y ni siquiera me esforcé en bloquearlo, ya no tenía caso, ya no importaba, no tenía sentido. Luego de media hora y ya pasada de la medianoche, por fin divisé mi calle y la casa en donde la segunda planta me pertenecía. Por fin, allí estaba mi hogar.
— Aquí es —le avisé al señor para que aparcara. Se estacionó cerca de la vereda y me ayudó con las maletas, de nuevo. Subí rápidamente para tomar algo de dinero para pagarle y cuando me quedé sola por fin en mi casa, comprendí que así estaba, sola.
No tenía sueño, pero sí estaba cansada. Me cambié de ropa y deseché la mojada en una canasta para lavarla al día siguiente, luego me arrimé a la ventana, con mi cabello aun mojado y una taza de chocolate caliente que me había preparado. Miraba cómo las gotas resbalaban por el vidrio y cómo la lluvia se hacía visible al atravesar la luz de la lámpara de la calle. Me sentí vacía y entonces comprendí, aquí no era donde pertenecía; porque mi corazón se había quedado en Pachuca, y el hogar está, donde está el corazón. Pero, ya no importaba; estaba dispuesta a vivir sin corazón lo que me quedara de vida. El dolor era bastante y eso ayudaba a que no tuviera descanso. Decidí desempacar, así gastaría tiempo hasta que fueran las diez de la mañana; aunque seguro me tardaría más de dos horas en acomodar mis cosas. Saqué primero toda mi ropa y la colgué de nuevo en el armario, eso me llevó un poco menos de una hora. Opté por llamar a Jesse. Era mi amigo desde que empecé a trabajar en fotografía, lo había conocido y desde entonces, cuando alguna oportunidad se nos presentaba a alguno de los dos allí estaba el otro apoyando. Tecleé su número en mi móvil y esperé que sonara.
— ¿Regina? —preguntó, meramente sorprendido.
— Hola, Jesse —dije.
— ¿Qué? ¿Ya extrañas los antojitos veracruzanos?
— Ya no tendré que extrañarlos porque ya podré comerlos —dije.
— ¿Podrás comerlos? —inquirió, confundido sin duda.
— Estoy aquí, Jess —musité.
— ¿Estás aquí? ¿Tan pronto? ¿En serio? —Me reí por cómo sonaron todas sus preguntas juntas.
— Ven y te cuento —dije.
— ¿Estás en tu casa? —preguntó y yo suspiré.
— Sí.
— Está bien, ya voy, espérame.
— No tengo a dónde ir —me reí.
— Cierto, ya voy —truncó la llamada y yo me dejé caer en la cama.
Jesse era el único con quien podía contar para algo, teniendo en cuenta ahora que ya no me quedaba nadie más. A los pocos minutos, Jesse llamó a mi puerta y cuando lo vi, no pude evitar abrazarle. Seguía igual de delgado y tan alto que me dejaba a la altura de su hombro. Tenía ese tono de piel morena que se asemejaba al oscuro de la Siena pero era mucho más claro.
— ¡Regina, qué gusto me da verte! —me dijo, correspondiendo el abrazo— Pensé que te ibas a quedar a pasar Navidad y Año Nuevo con Nailea —musitó, confundido.
— Sí, yo también lo pensé —bajé la mirada.
— ¿Pasó algo? ¿Tuvieron problemas?
— Pasa, te cuento —lo tomé de la mano y lo introduje hasta mi casa. Estando a la mesa, mientras tomábamos un poco de chocolate caliente comencé por algo simple.
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𝐌𝐀𝐍𝐔𝐀𝐋 𝐃𝐄 𝐋𝐎 𝐏𝐑𝐎𝐇𝐈𝐁𝐈𝐃𝐎 - kevin álvarez
Fiksi PenggemarLas cosas son más interesantes cuando son prohibidas y Kevin Álvarez es una de ellas.