the other regina

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— ¡Chicos ya vine!

Ambos pegamos un brinco al oír la voz de Nailea y ver el rayo de luz que la puerta abierta introducía a la habitación. Nos separamos tan rápido que no pude ni procesar la información del todo bien.

¿Nailea? ¿Ella qué hacía aquí? ¿Eran ya las ocho de la noche?

— ¿Por qué está tan oscuro? —preguntó y luego las luces me cegaron. Parpadeé repetidas veces, atolondrada y desconcertada.

— Estábamos viendo una película —explicó Kevin, quien de repente se encontraba muy lejos, a diferencia de cómo lo había tenido antes. ¿Cuándo se alejó tan rápido?

— ¿En serio? ¿Cuál? —preguntó Nailea, tratando de ver hacía el televisor y de descifrar a qué filme pertenecían esas escenas.

— Infectados —dijo, Kevin.

— Regina, yo no sabía que eras masoquista —bromeó Nailea y sólo entonces, cuando oí mi nombre, aterricé—. Esa película es aterradora —musitó haciendo un mohín—. ¿Por qué la pusiste?

— Porque siempre hay que aventurarse, ¿te parece una buena excusa? —musité, medio atontada. Aún no sabía qué había ocurrido y por qué Nailea estaba allí siendo las siete con treinta. Ella soltó una risotada.

— Nai, amor. ¿Por qué llegaste temprano hoy? —preguntó Kevin.

— Ah, hoy salí temprano —se encogió de hombros.

Se puso en puntitas para besar los labios de su novio y me giré instantáneamente, de pronto más aterrorizada por esa escena que por el filme. Oí el chasquido de sus labios al unirse y quise taparme los oídos o subirle todo el volumen a la TV con tal de que me fuera imposible captar ese tipo de sonidos. La fierecilla apareció de pronto, atenta, molesta y enfurruñada. Se movía inquieta dentro de mí estómago y me rogaba que me levantara del sofá y me largara. Miré por la colilla del ojo y pude verlos aún besándose. La fierecilla se removió y comenzó a rasguñar lastimosamente. Ahora era un sentimiento casi palpable, podía sentirlo con claridad dentro de mí, alguna especie de punzada cerca del corazón que hacía los latidos pesados, moribundos. Esto no debía de hacerme daño... pero me lo hacía. Me levanté del sofá y quité la película del televisor. Hice ruido cuando el control de la televisión se me cayó de la mano al presionar su botón con fuerza excesiva. Pero al menos sirvió para que Kevin y Nailea se dejaran de pasar microbios y me mirarán.

— Perdón —farfullé.

— ¿No vas a terminar de verla? —preguntó Nailea.

— No, recordé que tengo que arreglar mis cosas —dije, mientras ponía con movimientos torpes el control de nuevo en su lugar.

— Ay, Regina, pero tú habitación siempre esta ordenada —me acusó.

— No me refiero a eso Nailea —la miré—; lo que quiero decir es que mañana saldré con Fernando y me llevaré la cámara —no sabía de dónde había salido la mentira, por que eso era, una mentira; Fernando y yo no teníamos planes de nada—.

— ¿Saldrás con Fernando de nuevo? Vaya, ¿cuántas veces ya son? —se emocionó y comenzó a especular.

— No las cuento, Nai —dije y me reí.

— ¿Y a dónde irán? ¿De nuevo a tomar café?

Miré el rostro de Kevin, aún lado del de su novia conjeturante y pude ver en él ese tipo de gesto que le producía cada vez que yo hablaba de Fernando. Aquello me alentó a seguir con la mentira.

— No, al cuartel del Arte —dije—. Así que si me disculpas, tengo que ir a ver que me pondré —sonreí, pero de esa manera en la que sonríen las brujas malvadas de las películas.

𝐌𝐀𝐍𝐔𝐀𝐋 𝐃𝐄 𝐋𝐎 𝐏𝐑𝐎𝐇𝐈𝐁𝐈𝐃𝐎 - kevin álvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora