comeback home

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¿Ella creía acaso que Nailea no hacía del todo feliz a Kevin? Era su madre, y una madre —queramos o no— siempre tiene la razón. Ella me estaba dando una esperanza, debajo de sus palabras, había una. Pero justo ahora todo mi cielo se había vuelto gris, casi negro, y toda esperanza parecía carecer de sentido y significado. Caminé por un buen rato, indecisa de ir o no por algunas calles, pero al final, divisé el edificio y por primera vez en todo el día, sentí alivio. Cuando me hube adentrado hasta llegar al departamento, lo primero que hice fue ver la hora, faltaban quince minutos para las diez de la mañana. Tenía el tiempo suficiente para hacer una última cosa.

Arranqué una hoja del cuadernillo que Nailea tenía sobre la mesa de centro y me senté a la mesa a escribir. A lo mejor era estúpido dejarle una nota, pero tampoco podía irme así nada más. Comencé a arrastrar la pluma por el papel con ansiedad y cada línea en la hoja, era un latido cada vez más doloroso de mi corazón. Cuando terminé de escribir, leí la carta que había pintado en aquella hoja.

"Lamento mucho todo esto. Me merecía más que una buena bofetada y todas esas palabras que me dijiste. Pero el que las mereciera, no significa que no me hayan dolido. Pedirte perdón a lo mejor es estúpido. Tomando en cuenta de que no me lo perdonaré ni yo misma. Jamás quise hacerte daño, intenté protegerte siempre y... ahora te resulté fallando. Siempre fuiste como mi hermana, Nailea y siempre quise lo mejor para ti. Sé lo que sientes ahora, pude verlo en tus ojos, te conozco mejor que nadie. No tienes idea de cómo me dolió verte así por mi culpa. Pero no te mentiré. Me enamoré de Kevin, te juro que lo amo y por eso tenía que irme. Quería dejarlos ser felices, en serio. Vivir todos los días viendo sus demostraciones de amor era algo que me dolía más que los golpes en la mejilla. Pero yo quería que tú fueras feliz e irme resultaba la mejor idea para olvidar todo, y aunque no pudiera olvidarlo, ya no importaría; yo estaría a miles de millas lejos de él, lejos... para evitar hacerte daño. Todo me ha salido al revés. No quería que esto pasara, pero regresar el tiempo es imposible. A lo mejor, irme ahorita, después de esto, no va a servir de mucho. Sé que soy una cobarde por irme y dejarte este dolor, ¡te juro que desearía poder quitártelo! Pero, no deja de ser lo mejor para todos... No quiero perderte, Nailea. Mi elección siempre fuiste tú.

Pero ayer, en un desorden estúpido en mi cabeza, cometí el error más grande de mi vida. Traicioné a la única familia que me quedaba... ahora estoy sola. Me lo merezco. Kevin no tuvo la culpa, fui yo quien lo besó. No eches por la borda algo tan hermoso como lo es tu relación sólo por un error mío. Ódiame a mí si quieres, pero no culpes a Kevin. Fue mi culpa, por completo.

Lamento haberte causado este daño, no sabes cómo me arrepiento. Por supuesto que te lo iba a decir, pero no de la forma en la que te enteraste. Discúlpame. Hay algo de esto que jamás voy a olvidar, de los errores, hay lecciones que se aprenden. La comunicación es importante y a veces, aquello que vemos a simple vista, no es lo que parece. Tenlo en mente, Nailea. Seguro habrá más de una persona tratando de apoyarte. De nuevo, discúlpame. Todo lo que me diste te lo devolveré, el dinero, los vestidos... te pagaré todo. Gracias. Cuando leas esto, seguro estaré arriba de un autobús rumbo a Xalapa, sintiéndome la persona más pérdida en todo el mundo. Extrañándote. Espero algún día me perdones. Te quiero mucho."

Era la carta más sincera que jamás en la vida había escrito, sin embargo, la sentía insuficiente. Pero ya no me quedaba tiempo. Doblé el papel por la mitad y garabateé rápidamente el nombre de Nailea al frente, luego la coloqué sobre la mesa. Fui por mis maletas y guardé el dinero que aún me quedaba. Di una última mirada nostálgica al departamento y una lágrima se estrelló contra la alfombra del suelo. Dejé las llaves en la misma mesa en donde estaba la carta y luego salí por la puerta, arrastrando mis maletas junto conmigo. Utilicé el ascensor y salí del edificio. Paré un taxi y le pedí que me llevara a la terminal. Aun en la agonía misma de estarme yendo, sabiendo que la única familia que me quedaba tenía el corazón roto por culpa mía, no podía evitar pensar en él. Miré a través de la ventana del taxi y vi pasar las casas y calles, jamás volvería a verlas de nuevo, ni a él. Me iba a otro estado, uno al cual jamás iría, pero dejaría mi corazón cerca de él. Seguro. Mientras más lo pensaba, más me dolía. Dejaría al amor de mi vida y renunciaría a él totalmente, porque era lo mejor. Nunca pude dejar de quererlo, sencillamente porque lo amaba más de lo que me convenía.

Era como redactar mi carta de despedida; como si al hacerlo, cada palabra que plasmaba me doliera cada vez más al acercarme al punto final. No quería irme, partir de su lado era como tirarme de un precipicio o interponerme en el camino de un autobús en movimiento, ó con menos dramatismo, era como quitarle el sentido al paso del tiempo. Me dolía partir, por supuesto; pero era lo mejor que podía hacer después de todo.

Me llevé la mano a mi mejilla izquierda, y me ardió con el recuerdo. La cara desencajada de dolor de Nailea se plasmó en mis pensamientos, sus lágrimas volvieron a verse en mi mente. Mi corazón ya no palpitaba, podría hasta jurar que ya no estaba allí; pero podía sentir el dolor indescriptible y sabía que, aunque hecho pedazos, mi bombeador de sangre seguía allí. Pude ver la terminal a través del vidrio empañado por mis suspiros y supe que el tiempo se me iba acabando más rápido. Pagué el taxi y le pedí que se quedara con el cambio, a fin de cuentas, a mi ya no me serviría. Me ayudó a bajar mis maletas de la cajuela del auto y luego las hice rodar sobre el pavimento hasta adentrarme a la central. Había llegado a la hora justa. Me senté en una de las bancas a esperar que los diez minutos que faltaban se pasaran rápido.

Mientras veía a la gente ir y venir, Kevin volvió a mi pensamiento. ¿Vendría a buscarme y me pediría que no me fuera? ¿Me diría que me amaba con la misma intensidad con la que yo lo hacía? Me reí, burlándome de mí misma. Esto no era una película con final feliz, Kevin no vendría; porque su lugar era a lado de Nailea. La voz femenina anunció mi salida, la hora había llegado. Me paré y caminé para dejar las maletas, luego guardé el boletito en mi bolso. Caminé hasta la fila de personas que aguardaban para subir al autobús y me formé detrás de la última.

Miré hacía atrás, hacía todos lados mientras mordía mi labio inferior; vi a toda la gente, todos los rostros... ¿qué estaba pensando? Él no vendría. Me volví a girar y caminé lentamente hasta que llegó mi turno, la azafata me revisó el boleto.

— Buenos días, su boleto —me sonrió, devolviéndome el boleto. Di una última mirada alrededor y suspiré. Cerré los ojos y deseé fervientemente que él apareciera, tan sólo para decirme adiós. La gente seguía pasando a mi lado cuando los abrí.

Me faltaba magia, porque los rostros que veía, seguían siendo desconocidos. Resultaba inútil desearlo, esperar que él... por supuesto que no, ¿en qué cabeza cabe? Volví a reírme de mí misma, sin atisbo alguno de alegría y subí por aquellas angostas escaleras.. Me senté en el asiento correspondiente, forrado de azul rey y luego miré por la gran ventana. Ningún movimiento fuera del ADO me pareció inusual. Decidí relajarme, ya era demasiado tarde para cualquier cosa, para todo. Ya nada tenía sentido.

Las tripas me rugieron dentro de mi abdomen y hasta ese momento caí en la cuenta de que no había desayunado nada. Esperaría a que alguien subiera vendiendo comida y me esforzaría en dormir, eran seis horas las que me esperaban de camino. La voz del chófer se anunció diciendo el tiempo estimado y deseando un buen viaje. Las ruedas comenzaron a moverse y a rodar por el pavimento, el rugido del motor era claramente perceptible. El tiempo se había acabado.

Cerré los ojos, no quería ver cómo mi corazón se quedaba en ese lugar; pero detrás de mis párpados su rostro apareció y gemí de dolor. Los recuerdos se proyectaron como una película en mi mente mientras el autobús tomaba camino a mi destino. El primer día que llegué, su sonrisa, esos jeans ajustados que usaba esa noche... una lágrima corrió por mi mejilla. Me removí en el asiento y abrí los ojos para estirarme, había dormido por un buen rato y un relámpago me había despertado. Miré por la ventanilla del autobús, surcada por gotas de lluvia, las nubes pasaban escuetas en un cielo completamente nublado; observé cada edificio. Sentí alivio y a la vez dolor. Por fin había llegado a Xalapa, estaba en casa de nuevo; y al comprenderlo, me sentí bastante lejos de mi corazón.

Cuando el autobús se estacionó, y bajé de éste, supe que ya no había vuelta atrás, todo había acabado; aunque hubiera acabado mal. Fui por mis maletas y vi la hora en el reloj de la central de autobuses. El viaje había durado un poco menos de seis horas. Salí al exterior, en donde el frío invernal arrasaba de una manera abrasadora y la lluvia caía furiosa sobre la ciudad, obligándome a abotonarme la chaqueta. Tomé el primer taxi a mi alcance, chorreando por completo cuando la lluvia me alcanzó.

𝐌𝐀𝐍𝐔𝐀𝐋 𝐃𝐄 𝐋𝐎 𝐏𝐑𝐎𝐇𝐈𝐁𝐈𝐃𝐎 - kevin álvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora