i hate you

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— ¡Hey! ¡Tú! —llamé a Gaspar y rebusqué entre mi bolsa mi cartera para pagar la cuenta; el joven se acercó—. ¿Cuánto es? —la voz que salía de mi boca me era desconocida.

— Eemm...—murmuró.

— ¿Me los vas a regalar? —pregunté y luego me reí.

— ¡Regina! ¡¿Qué demonios...?! —la melodiosa voz de Kevin llegó hasta mis oídos por encima de todo el ruido. Se acercó y me miró con los ojos abiertos de par en par.

— ¿Tú? —le miré— ¿Tú qué haces aquí? —hice ademán de levantarme de la silla con un solo movimiento sobrio, pero fracasé de inmediato y tuve que sostenerme de la barra. Kevin me sujetó de la espalda, temeroso de que me cayera.

— Usted señor, no tiene por qué tocarme —retiré su mano de mi espalda y le fruncí el ceño en un gesto mal hecho.

— Será mejor que nos vayamos, Regina. Gaspar —sacó su billetera y luego de ella, un par de billetes que aventó sobre la barra—, quédate con el cambio. Gracias por llamarme.

— ¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio el permiso? —-le miré, aún ceñuda y con voz torpe.

— Vámonos, Regina.

— Pues yo no me quiero ir —rezongué y luego me crucé de brazos.

— No seas ridícula, Regina. Vámonos —me instó a seguir caminando pero me detuve y luego me tambaleé por el esfuerzo—. Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré —me advirtió y me miró serio. Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos el uno al otro; pero fracasé por completo luego de perderme en esos bellos ojos, protagonista de mis sueños. 

— De acuerdo —farfullé—. Tú ganas. Siempre ganas —hice un mohín y luego me dí la media vuelta para dirigirme a la salida; algo que hizo que me mareara.

Pude sentir una firme y fuerte mano sujetándome por la cintura, y al reconocer aquella dulzura en el tacto, la piel se me erizó y un montón de mariposas se desataron en mi estómago. Maravilloso, incluso ebria y torpe, Kevin provocaba esas reacciones en mí. Fruncí el ceño mentalmente. Cuando llegamos afuera, después de esquivar a toda la gente y que, el aire me movió los cabellos, quité de un tirón su mano en mi cintura y le miré ceñuda.

— ¿Qué pretendes, Álvarez? —mi voz me parecía incluso más torpe.

— Sacarte de aquí sana y salva, vámonos —me apuntó el auto negro del que era dueño, animándome a que subiera.

— No —me crucé de brazos—. Ya me sacaste de allá adentro, déjame aquí —le hice un gesto con la mano para que se fuera.

— Regina, por favor, sube —me rogó, serio. Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo aún cómo el suelo bailaba bajo mis pies.

— ¡Regina! —exclamó, ordenando que parara, pero lo ignoré— No seas terca.

Seguí caminando, o al menos lo intentaba. Y de pronto sentí que mis pies se despegaron del cemento y unos fuertes y dulces brazos me elevaron.

— ¿Qué haces? ¡Suéltame! —intenté luchar— ¡Álvarez, déjame! —pero mis intentos fueron sólo fracasos.

Kevin caminó los pocos metros hasta su auto y con cada uno de sus movimientos, su perfume varonil que me llevaba a flotar en un paraíso, se metía por mi nariz. Me depositó con cuidado media parte de mi cuerpo en el suelo, mis pies volvieron a tocar el piso; pero mi cintura aun estaba fuertemente ceñida por su mano. Me tenía aprisionada. Abrió la puerta del copiloto del auto y luego volvió a cargarme como un bebé y me depositó con dulzura sobre el asiento. Se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo. Oí el chasquido del seguro al cerrar.

— No soy un bebé —mascullé. Entonces me miró, su bello rostro estaba a sólo centímetros del mío y su respiración me golpeaba el rostro. Sus ojos brillaban con la tenue luz de las lámparas que entraba por las ventanillas del auto. El puñado de mariposas de mi estómago enloqueció.

— No seas tan terca, Regina, por favor —musitó y su aliento cálido se metió por nariz, mandando al demonio todas las barreras que quise construir contra él.

Miró mis labios, pude notarlo y luego pasó saliva escandalosamente; se retiró rápidamente y su perfume se revolvió entre las partículas de aire. Cerró la puerta con cuidado y luego caminó hasta el otro asiento del auto y subió. Aquella noche había luna nueva, por lo tanto, sólo la luz amarillenta de las lámparas alumbraban la solitaria calle de Pachuca. Encendió el motor del auto, y el suave ronroneo interrumpió la tranquilidad y el silencio.

— Puedo acusarte de rapto —farfullé, aun con esa voz torpe y ronca que salía de mí dentro. Él rió por lo bajo, pero siguió conduciendo sin hablar. Crucé los brazos sobre el pecho y fruncí el ceño. — Puedo cuidarme sola, no necesito una niñera —volví a soltar.

— ¿Vas a decirme todo el camino lo que puedes hacer y no haces? —inquirió, con voz serena. Lo fulminé con la mirada mientras la luz de las lámparas caminaba sobre nuestros rostros y luego se iba. Su vista aun estaba puesta hacía el frente. — Normalmente no eres así conmigo —me dijo—, no cabe duda de que estás ebria.

— Pues vete dando cuenta, Álvarez —mascullé—; no todo debe de ser como tú deseas.

— ¿Eso qué quiere decir?

— Que te odio —dije, mi labio inferior sobresalía un poco. Pensé que se iba a reír, tomándolo como un chiste debido a mi estado etílico; pero no. Me miró con el ceño fruncido, intrigado.

— ¿Qué? ¿Por qué me odias? —preguntó.

— Ahora te haces el inocente —la voz ronca se me quebró y él me miró aun más intrigado, preocupado también. Estacionó el auto con un movimiento rápido del volante que hizo que se me revolviera el estómago. Luego me miró.

— ¿Qué? ¿Por qué dices eso? —inquirió, escrutándome con la mirada, evidentemente sorprendido y preocupado.

— Por favor, Kevin; no me digas que eres tan estúpido que no te das cuenta —la temblorosa voz se hizo un hilo y las lágrimas salieron finas y delicadas de mis ojos.

— ¿Cuenta de qué?

Lo miré con los ojos empañados de lágrimas y la respuesta en los labios; pero no dije nada. Me crucé de brazos de nuevo y giré mi cara bruscamente.

— De nada, no importa —mascullé.

— Regina, dime qué te hice —esa no era una pregunta, sino una orden. No contesté y seguí mirando hacía el frente, a través del parabrisas del auto, contemplando la inmensidad de la oscuridad y con los ojos empañados aun. —¿No vas a decirme? —insistió y lo ignoré.

¿Qué sentido tenía decirle que lo amaba si su corazón estaba atado junto al de alguien más? Era estúpido, justo como esta misma situación. Después de esperar algunos segundos y ver que mi silencio persistía, se recargó de nuevo en su asiento y luego suspiró. Encendió el auto de nuevo y lo puso en marcha. Seguro me veía estúpida, porque así me sentía. Dejé que las lágrimas cayeran en silencio, porque ninguno de los dos dijo nada. Miré por la ventanilla del auto y a pesar de que estaba ebria, podía recordar el camino de regreso al departamento de Nailea; y este no era. Pero no le tomé importancia, porque a pesar de todo, me sentía segura con Kevin a mi lado. Recargué la cabeza en el asiento y luego cerré los ojos, repentinamente cansada; quizá la rabieta de niña pequeña que había hecho minutos antes me había robado la suficiente energía como para hacerme caer en la inconsciencia.

𝐌𝐀𝐍𝐔𝐀𝐋 𝐃𝐄 𝐋𝐎 𝐏𝐑𝐎𝐇𝐈𝐁𝐈𝐃𝐎 - kevin álvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora