Horas después, Debby se dirigió a la habitación de Zack con una bandeja en la mano, que portaba un bisteck asado, papas al horno, brócoli y café. No tuvo tiempo, ni ánimo, para preparar algo más elaborado. Aún tenía los nervios alterados por lo ocurrido y una amarga sensación de culpa por el estado en el que había quedado el sujeto.
Tocó con timidez la puerta y recibió un brusco ¿qué quieres? Como respuesta. Respiró hondo antes de contestar, sabía que él reaccionaría de esa manera.
—Tu cena —dijo y se quedó en silencio.
Segundos después, él gruñó algo. Al no entender su queja, ella se tomó la licencia de hacer lo que se le viniera en gana. Así que abrió y entró en la habitación con el rostro endurecido. Los ojos de Zack se ampliaron con sorpresa al verla.
Con el mentón en alto, colocó la bandeja sobre la mesita de noche, empujando todo lo que había encima hacia el fondo. Sacó del bolsillo de su pantalón deportivo un tubo de pomada y se sentó en la cama a los pies de Zack, que no dejaba de seguir sus movimientos con una mirada iracunda.
—¿Qué piensa hacer? —le dijo al ver que ella abría la pomada y se untaba una mano con ella.
—Le daré un masaje en el tobillo. Esta crema es antiinflamatoria, le hará bien.
—No se le ocurra... —Intentó evitar que la mujer le tocara el pie, pero Debby fue más rápida. Ubicó una almohada sobre su regazo y tomó con firmeza su pierna para moverla hacia ella. El hombre chilló por el brusco zarandeo.
—Lo siento, pero usted tiene la culpa.
Zack la fulminó con una mirada mortal y apretó la mandíbula.
—¿Fui yo el que estaba colgado de la ventana?
—Eso también sucedió por su culpa.
Con un ruidoso bufido Zack volvió a apoyar la espalda de los almohadones y cruzó las manos en el pecho. Sabía que no tenía escapatoria. Tenía la mitad de la pierna, el tobillo y todo el pie, embadurnado con una mezcla transparente y pegajosa, que le hacía arder la piel e impregnaba la habitación con un aroma a menta.
Debby observó por el rabillo del ojo al hombre. Parecía un chiquillo malcriado con ese rostro apretado. Lo veía morderse los labios para no permitir que se le brotara un puchero. Era adorable. No pudo evitar dibujar una media sonrisa mientras frotaba sus manos con delicadeza por la herida. Se concentró en su trabajo con más ánimo, no solo masajeaba la zona hinchada, lo hacía también con el pie, repasaba lo que había aprendido con intención de aplicarlo con Brian. Con él, no logró llevar a cabo esa tarea, el hombre nunca llegaba a tiempo a casa y las largas esperas le esfumaban hasta las ganas de reconquistarlo.
Se llenó las manos con más pomada y comenzó a trazar círculos pequeños en la planta de su pie. Dirigió su atención hacia Zack y captó su mirada oscura, de rostro relajado. Se había recostado en la pared y descruzó los brazos. Daba la impresión de disfrutar con las caricias.
No pudo mantener su mirada por mucho tiempo. Sus ojos, ahora negros, expelían una fuerza que le brotaba sensaciones extrañas en el vientre.
—¿De dónde sacó las llaves de la casa?
La imprevista pregunta del hombre la obligó a detener, por unos segundos, su tarea. Pero enseguida, la retomó. Friccionaba de nuevo la herida, manteniendo su atención en ella. No quería mirarlo a los ojos.
—No conozco a los Kerrigan, pero mi socia es amiga de la familia. Ella me consiguió las llaves.
—¿No alquiló la casa?
—No, pero al regresar pienso pagarle al dueño por la estadía.
—¿Quién es su socia?
En esa oportunidad, Debby lo observó. Volvía a tener el ceño fruncido, pero continuaba con su postura relajada.
—Jimena Olsen.
El rostro de Zack se endureció y los puños se le cerraron en puños.
—Creo que es suficiente, señora Adams.
La voz del hombre se llenó de reproches y amenazas. Debby sintió un estremecimiento y abandonó su tarea. Se levantó con cuidado y le acercó la pomada para dejársela y que él pudiera aplicársela en otro momento.
—Tome, puede...
—Llévese eso con usted —expresó con indignación. Ella amplió los ojos, pero quedó petrificada—. Y no vuelva a molestarme. ¿Entendió?
La postura colérica de Zack dejó a Debby muda. No entendía lo que había ocurrido. Salió de la habitación con las lágrimas agolpadas en sus ojos y la ira produciéndole temblores en el cuerpo. Siempre reaccionaba de la misma manera cuando la trataban como a un objeto insignificante. Estaba harta de esa situación, pero nunca hallaba las fuerzas necesarias para enfrentarse a su oponente.
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Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)
RomanceDeborah Adams, al huír de su casa por una traición de su marido, se refugia en una cabaña, descubriendo que no estaba tan abandonada como le habían asegurado. Adentro, encuentra a un hombre atractivo pero de muy mal caracter, que no piensa dejar su...