Capítulo 31.

2.2K 142 15
                                    

Se colocaron los abrigos y se dirigieron a la terraza trasera. Mientras Allan buscaba una pala, ella se abrazó a su cuerpo y miró a la montaña. Pudo notar la presencia de un grupo de aves que poblaban las ramas de los altos cedros.

—¿Qué pasará con los pájaros? Nunca he visto a tantos en este lugar.

—Eso no es lo que me preocupa —dijo Allan. Caminó hacia ella y la tomó de la mano para internarse en el bosque.

La tarde caía y la brisa comenzaba a soplar con fuerza. La frescura que la rodeó la obligó a girar el rostro hacia el lago. Nubes oscuras se acercaban por el horizonte y a lo lejos, se escuchaban aún débiles los truenos que la precedían.

Caminaron varios metros entre vías escarpadas, invadidas por vegetación.

—¿Cómo sabes por dónde debes ir? —le preguntó, al no ver un sendero trazado o algún detalle que le sirviera como guía.

—Desde niño he caminado por esta montaña. La conozco como a mi mano. Jamás me perdería en ella.

Debby lo siguió en silencio. Él nunca soltaba su mano y trataba de llevarla por las zonas menos abruptas para que no tuviera problemas en avanzar. Llegaron a los pies de un inmenso árbol, cuyas ramas se extendían hacia el cielo. En el tronco, grueso y de madera oscura, pudo observar los nombres tallados de Allan y Zack.

Él la soltó, se ubicó a un costado y entró en un espacio de tierra de forma circular que se encontraba entre las raíces brotadas. Empezó a cavar con el rostro endurecido y la mirada furiosa. Después de varios minutos, se detuvo porque la pala golpeó algo metálico.

Allan se agachó y, utilizando las manos, retiró la tierra que cubría el objeto. Con dificultad sacó una caja alargada y delgada. A pesar de la mugre se podía notar el óxido de sus tapas. La colocó sobre una de las raíces, se sacudió las manos y sacó del bolsillo del pantalón la llave que Debby había encontrado.

Ella se llenó de expectativa y se acercó a él, pero sin invadir su espacio. Sentía que aquello era un momento íntimo que no podía entorpecer.

Dentro de la caja había un par de fotografías decoloradas por la humedad, juguetes, piedras de colores, conchas de caracoles, monedas, envoltorios de dulces, canicas y tarjetas con imágenes de superhéroes y personajes de tiras cómicas; objetos que un niño consideraría «un tesoro». Pero al fondo, Allan halló un sobre amarillento, manchado de tierra y humedad. Al abrirlo, sacó un fajo de documentos que olían a moho. Los estiró y empezó a leer la primera página.

Debby notó que las facciones de su rostro se endurecían a medida que avanzaba la lectura. Los ojos se le humedecieron y presionaba los labios para controlar lo que sentía. En medio de un suspiro, ella se sentó sobre la raíz y se distrajo con la vegetación mientras él leía en privado. Un rato después, el viento aumentó y pudo sentir gotas de agua fría que caían sobre su cabeza.

—Deberíamos... regresar a la cabaña —dijo sin mirarlo a los ojos. Al escuchar que Allan doblaba los documentos, se giró hacia él. Los metió dentro del sobre y se lo guardó en un bolsillo interno del abrigo. Luego recogió las cosas que estaban dentro de la caja y la cerró para volver a enterrarla.

Su silencio la atenazaba. Estaba ansiosa por preguntarle lo que había hallado, pero se sentía una entrometida. Los problemas de su hermano le correspondían solo a él.

Al terminar se sacudió las manos en los pantalones. Salió del círculo formado por las raíces y sacó su teléfono móvil para realizar una llamada. Debby lo observaba inquieta, la curiosidad la carcomía, pero sabía que no era buen momento para interrogarlo.

—Tenemos que reunirnos, de inmediato —le ordenó a la persona con la que hablaba, sin gastar tiempo en saludos—. No. En la cabaña.

Cortó la llamada y guardó el teléfono para finalmente buscar la pala. Debby respiró hondo, la expectativa le aglomeraba las preguntas en la garganta. Cuando Allan se dirigió hacia ella para tomarle la mano y regresar, escucharon el nervioso volar de un grupo de aves. Ella miró el ramaje sobre su cabeza, el miedo la invadió.

—Debemos marcharnos. ¡Rápido! —exclamó con los ojos llenos de terror. La lluvia comenzó a caer con mayor insistencia.

Allan frunció el ceño y la tomó de la mano.

—No podemos bajar rápido, el camino es peligroso y ahora llueve.

—No importa. No me caeré —aseguró. Los pájaros revoloteaban sobre ellos. Allan alzó el rostro y observó su extraño comportamiento—. Es tu hermano. Siempre hace eso cuando algo va a suceder.

Él la traspasó con una mirada endurecida y le apretó la mano.

—Te lo juro, es Zack. ¡Algo va a pasar!

Allan dejó caer la pala al piso y le encerró el rostro entre las manos. La lluvia caía copiosa sobre ellos y los empapaba.

—Cálmate, nos iremos...

No pudo terminar la conversación, un sonido entre la vegetación atrapó su atención.

—¿A dónde piensas ir, Kerrigan?

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora