Habían pasado toda la tarde en la cama. Se alimentaban de sobras y besos.
Debby descansaba con el rostro en dirección a la pared mientras Zack, detrás de ella, la abrazaba por la cintura con una pierna metida entre las suyas y el rostro hundido en sus cabellos. Llevaban minutos, o quizás horas, en esa posición. Disfrutaban de la presencia del otro. De la compañía que tanto tiempo les había sido negada.
—¿Tomas la píldora? —preguntó él sin moverse. Un ramalazo de sensatez parecía tocarle las neuronas.
—No puedo tener hijos —confesó ella con la voz apagada. Zack apretó su agarre, pero no hizo ningún comentario—. Tuve un accidente hace tres años. Tenía siete meses de embarazo. Perdí al niño y la posibilidad de tener otro.
No sabía por qué sentía la necesidad de explicarse, de abrir su alma a él. Aunque también le urgía liberarse, apartar los recuerdos dolorosos de su vida. Aquellos que la llevaron a ser una mujer conformista y acomplejada.
—Brian se alegró del embarazo y hasta me pidió matrimonio —continuó—. Pensé que ese hecho lo cambiaría y con el niño lograría que me amara. Y casi lo logré. Luego vino el accidente, la pérdida y las consecuencias. Se volvió más frío y distante, pero ya estábamos casados. Se enredó con amantes. Quizás buscaba en otras lo que yo no podía darle.
Zack se giró en la cama para ubicarse de cara al techo, con el ceño fruncido.
—¿Te he dicho que tu esposo es un anormal?
Ella sonrió sin ganas y suspiró hondo.
—Necesito llamar a Jimena.
Zack se levantó y tomó los pantalones del suelo. Ella se giró hacia él y lo observó vestirse con el rostro endurecido. Su actitud amorosa se perdió por completo.
—Usa mi teléfono —le dijo sin dirigirle la mirada. Sacó el aparato del bolsillo del pantalón y lo lanzó en la cama mientras se subía la cremallera y salía de la habitación.
—Zack.
—Iré a preparar la cena.
Y se marchó, sin darle la cara. Debby se quedó por un rato allí, con la mirada pedida en el techo. Estaba desorientada y cansada, los constantes cambios de ánimo de ese hombre la hacían perder el juicio.
Minutos después se levantó, tomó el teléfono y se dirigió desnuda a su habitación para darse un baño. Miró a Zack en la cocina, picaba algo sobre la encimera, pensativo. Daría lo que fuera por conocer lo que su mente rumiaba, pero lo dejó en paz. Primero tendría que cerrar algunos asuntos antes de ocuparse de él.
Después de una larga ducha —en la que intentó no pensar en nada—, salió y se secó con una toalla. Se la enrolló por encima de los senos y se ocupó en peinarse frente al espejo mientras llamaba a su amiga.
—¿Sí?
—Jimena, es Debby.
—Por todos los Santos, Deborah, ¡¿por qué no me habías llamado?! —le recriminó.
—No había tenido tiempo de venir al pueblo.
—¿No habías tenido tiempo? ¿Qué demonios haces en una cabaña abandonada?
—Yo... la estoy limpiando —dijo, enfadada consigo misma por tener que engañar a la única persona que le había tendido la mano en su tiempo de angustia.
—¿Limpiando? Por Dios, mujer, ¿supiste que asesinaron a un hombre cerca de donde estás?
Debby se estremeció al recordar a Bradley y la extraña manera en la que había fallecido.
—Sí... lo vi en las noticias... Te llamo para saber cómo están las cosas por allá. —Quería cambiar de tema rápidamente. Jimena podía ser muy persuasiva cuando se le antojaba, lo mejor era alejarla de las tramas escabrosas.
—Qué te puedo decir. Brian se reunió con el abogado, mandó a elaborar los documentos del divorcio.
Ella sintió un nudo en la garganta. Ese proceso la obligaría a regresar a Minnesota para enfrentarlo.
—Bien. —Fue lo único que se le ocurrió manifestar. A su amiga, si no le daban una respuesta, se volvía persistente.
—¿Bien?
—Sí. Bien.
—¿Es todo? ¿Vas a divorciarte sin poner resistencia, sin pedir explicaciones o reclamar algo?
—No. No quiero nada de Brian.
El silencio fluyó por un minuto entre ambas. Debby se sentía insegura e inquieta.
—Pensé que harías un escándalo, como siempre lo has hecho. Que pondrías en práctica alguna de tus estúpidas artimañas para intentar salvar un matrimonio fracasado.
—Me cansé de luchar contra la corriente —confesó Debby en medio de un suspiro. Se balanceaba de un lado a otro percibiendo un inusual cosquilleo en las manos.
—Eso lo pone más fácil, aunque no es normal en ti. ¿Qué sucedió? No pensé que una casa sucia te hiciera cambiar de personalidad. De haberlo sabido, te hubiera enviado a ese lugar desde hace mucho tiempo.
—No es nada, no seas tonta. Todo está bien.
La llegada de un pájaro que se detuvo en el marco exterior de la ventana del baño la sobresaltó. Miró al animal con los ojos muy abiertos mientras él observaba nervioso el interior del cuarto.
—Por cierto, quería preguntarte por el hombre que me dijiste que vivía en la cabaña, el cuidador. ¿Sigue ahí?
—No —expresó Debby alzando la voz. Se sentó en la tapa del retrete para calmarse. No quería que su amiga notara sus nervios y descubriera sus mentiras—. Él... se fue. El día después que te llamé. Decidió... darme privacidad.
—¿Y a dónde se fue?
—No sé. Quizás vino al pueblo. No he vuelto a verlo.
—Qué extraño. Cuida la cabaña, pero la abandona sin confirmar quién es la persona que deja en ella.
—Lo hizo.
—¿Qué hizo?
—Llamar a los Kerrigan para saber si la habían alquilado —justificó de manera imprevista. El pájaro se agitó y batió las alas para llamar su atención. Debby comenzó a inquietarse. La ventana estaba cerrada, no había manera de que entrara. Eso le daba un poco de confianza.
—¿Los llamó? Vaya... —dijo Jimena. Debby cerró los ojos y se tragó una maldición—. Una vez me dijeron que en esa casa se escuchan ruidos extraños y hasta dicen, que está embrujada. ¿Has notado algo especial desde que estas ahí?
—¿Algo, cómo qué?
El ave empezó a dar picotazos al vidrio, y aunque era imposible que lo rompiera, su extraño comportamiento la irritaba. Por otro lado, Jimena comenzaba a tocar temas espinosos. Tenía muchas ganas de contarle sobre sus experiencias sobrenaturales.
—Yo... —El pájaro se alteró batiendo las alas con insistencia. Debby se levantó con el corazón en la boca y emitió un grito ahogado.
—¿Debby? ¿Qué sucede? ¿Estás bien? —preguntó Jimena al otro lado de la línea. Se había percatado del estado de su amiga.
El pájaro emprendió vuelo, lo que le produjo un oleaje de alivio. Se puso una mano en el pecho y respiró hondo para recuperar la cordura, pero cuando iba a continuar la conversación, escuchó un golpe estruendoso en la ventana que disparó el pestillo que la mantenía cerrada. El vidrio se abrió un poco y el ave voló en círculo. Ella pudo notar su intención de estrellarse de nuevo en el cristal.
Se aterró, soltó el teléfono y salió en carrera.
—¡Zackkkkkk! —gritó.
Sin preocuparse por la toalla, que había caído al suelo.
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Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)
RomanceDeborah Adams, al huír de su casa por una traición de su marido, se refugia en una cabaña, descubriendo que no estaba tan abandonada como le habían asegurado. Adentro, encuentra a un hombre atractivo pero de muy mal caracter, que no piensa dejar su...