Capítulo 19.

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—¿Todo bien? —preguntó Zack al notarla recelosa.

—Sí... es... —Debby se giró hacia el televisor para evitar su mirada. La noticia había cambiado. Eso la ayudó a serenar los nervios—. Lo encontraron muerto. A Bradley.

Después de unos segundos de sepulcral silencio, el hombre se acercó a ella y la abrazó por la cintura.

—Estaremos bien, Deborah. Te lo prometí. —Ella solo pudo asentir con la cabeza, con las lágrimas agolpadas en los ojos—. Tengo que salir un momento— le informó, con el rostro anclado en su cuello.

—¿A dónde?

—No me iré lejos. Tengo que... buscar algo. —La giró hacia él y encerró entre sus manos su rostro ceñudo—. No me tardaré, ni siquiera perderé de vista la cabaña.

Ella asintió y se dejó besar. Se negaba a creer que Zack fuera un asesino. La sola idea le comprimía el corazón.

Él le mantuvo la mirada mientras retrocedía a la puerta. Luego se marchó en silencio. Al quedar sola recordó las palabras de Bradley: Si el tipo vive, debe estar escondido, sino, su maldito fantasma la debe tener embrujada; y la confesión de Zack cuando le hacía el amor en la cocina: Sí. Me asesinaron. Pero ni siquiera la muerte me quería.

La tarjeta que había encontrado en el ático anunciaba la muerte de un niño, o al menos, la imagen que utilizaron era la de un chico de, al menos, diez años, que tenía el mismo nombre del hombre que la acompañaba. ¿Estaba muerto? ¿Era un asesino?

Cuando estuvo segura de que Zack estaba lejos corrió al ático y buscó la caja que contenía las fotografías que había hallado el día anterior. Rebuscó entre los papeles lanzando algunos al suelo hasta encontrar la tarjeta. En el rostro del chico podía reconocer facciones de Zack. Era demasiada coincidencia. Bajo la fotografía se leía: "En recuerdo a la memoria de mi amado Zack. El amor que te profesamos quedará siempre vivo", y más abajo se hallaba una cita bíblica junto a una leyenda que decía: Zackary Kerrigan Bowman 1978-1988.

Debby se sentó sobre sus talones con el cerebro abarrotado de preguntas. Jimena le había dicho que la cabaña estaba abandonada desde hacía dos años, cuando murió el hijo de los Kerrigan, pero según la tarjeta, el chico había muerto mucho tiempo atrás. Si era el Zack que estaba con ella en la cabaña, el hombre tendría treinta años muerto.

No podía aceptar esa resolución. Era imposible. Ella misma había confirmado que él era real. Estaba vivo. Mucho más vivo que su propio esposo. Pero... ¿el asesinato no se logró? ¿Él se había escondido durante treinta años? ¿Por qué Jimena le había dicho que dos años atrás había muerto el hijo de los Kerrigan? ¿Se habría confundido?

Se levantó del suelo con la cabeza a punto de estallarle. Eso aún no explicaba las extrañas situaciones que se presentaban en la casa: las cortinas corridas, los ruidos que había escuchado Bradley...

El aleteo de un pájaro cerca de una de las ventanas le congeló la sangre. Se llevó una mano al pecho mirando con horror al animal que intentaba pararse sobre la madera del marco exterior. El vidrio estaba cerrado, no podía entrar, pero sí podía verla. Esos malditos animales siempre aparecían cuando algo estaba por suceder.

Respiró hondo, se abrazó a su cuerpo para controlar los espasmos e hizo algo que jamás pensó haría en su vida.

—¿Quién eres? —lanzó al aire. Oteaba toda la habitación con nerviosismo. Rogaba porque no apareciera ningún fantasma a pesar de estar invocándolo—. ¿Zack? ¿Eres tú?

No podía sentirse más ridícula, pero no tenía otra idea en mente.

—Dime algo. Sé que tratas de darme un mensaje, pero no entiendo...

Un ruido a su espalda la sobresaltó. Evitó un grito de espanto al taparse la boca con ambas manos. Sus ojos se ampliaron y se empañaron con lágrimas. Al girarse, divisó que de una mesa había caído un objeto. Se acercó con lentitud mientras daba una ojeada a su alrededor.

Al estar cerca pudo percatarse que se trataba de una llave plateada. La levantó y la frotó con el dedo pulgar detallando su forma. Volvió a repasar la habitación en busca de algo, o de alguien. Ni siquiera sabía qué buscaba. Le urgían explicaciones.

De pronto, su mente se abrió como por arte de magia: la tercera habitación de la cabaña, la que nunca había podido abrir y donde se detuvieron las canicas que rodaron el primer día de su estadía.

Con un nudo en la garganta bajó en carrera del ático. Ansiosa por aclarar sus dudas.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora