Capítulo 33.

2.4K 157 14
                                    

La noche cubrió con estrellas el cielo y alejó a la tormenta de Lutsen. La calma reinó en el lugar, pero no en Debby, aún se encontraba ansiosa en la cabaña, empapada hasta los huesos de agua y lodo, y cubierta por una manta. A su alrededor, decenas de policías entraban y salían de la casa. James y su acompañante, habían sido trasladados a la comisaría, y Allan, con el rostro golpeado y un brazo resentido, explicaba en la cocina una y mil veces lo ocurrido a los oficiales.

Los documentos que hallaron resultaron ser declaraciones de testigos de peso que le concedieron a Jhon Kerrigan su confesión a cambio de protección policial veinticinco años atrás. Lo que decían aquellos papeles ponía en riesgo la credibilidad y posición de algunos políticos de poder en la actualidad. Antes de entregarlos a las autoridades, Jhon se había llevado todos sus avances a la cabaña para realizar los informes pertinentes ya que su esposa le había insistido en llevar a los niños a un fin de semana de descanso al finalizar el año escolar. Él no estaba muy animado en viajar, las declaraciones serían un gran golpe que dispararía su carrera al éxito, pero contra su esposa no tenía maneras de luchar, mucho menos, contra sus hijos.

En la cabaña, se pasaba las horas en el ático que habían acondicionado como oficina mientras su esposa y los niños disfrutaban del lago y de las montañas. Pero Zack, el menor de sus hijos, siempre se las apañaba para despegarlo de los quehaceres y obligarlo a salir a jugar, al menos, un par de horas. Sin embargo, ese fin de semana había sido diferente. Nada de lo que Zack hiciera hacía efecto en su padre.

Las conclusiones de Allan fueron que el niño había aprovechado la oportunidad de que sus padres estaban de compras para esconder los documentos que tenía sobre el escritorio. De esa manera, al regresar, Jhon no los encontraría. Y como sabía que Zack tenía la costumbre de esconder sus cosas y devolvérselas después de compartir un rato con ellos, accedería a dedicarles unas horas de distracción.

Nadie imaginó lo que el niño había hecho, ni siquiera, los hombres que entraron ese día a la cabaña en busca de las declaraciones para liberar a sus jefes de culpa. No hallaron las pruebas, solo una manera segura de alejar a Jhon Kerrigan del caso: asesinando al niño que hallaron en la casa.

Jhon Kerrigan abandonó el caso por muchos años. Siempre pensaron que los sujetos que asesinaron a Zack habían encontrado las declaraciones y se las llevaron. Cuando retomaron el trabajo veinte años después, lo hicieron en honor a la memoria del niño, para acabar con la peste que se había robado la vida de muchos inocentes y corrompía la de otros. A esas alturas, la organización narcotraficante estaba fortalecida y ampliada, sin embargo, su estructura seguía intacta. Aunque no tenían las declaraciones sabían qué hacer y dónde buscar para hallar nuevas pruebas.

Pero los afectados, al enterarse de los logros alcanzados por Allan, decidieron actuar y eliminarlo. Jhon Kerrigan, al conocer la pérdida de sus dos hijos a causa del mismo problema, abandonó definitivamente el asunto y su salud se fue deteriorando por la culpa y la pena. Murió pensando que nunca se haría justicia.

La aparición de los documentos le daba un vuelco a esa situación y harían temblar los cimientos de la organización criminal hasta dejarlos vulnerables. Shepard y otros altos oficiales estaban felices con el hallazgo, Allan no. Eso desempolvaba el triste pasado de su familia, pero sabía que para darles descanso eterno a su padre y a su hermano, debía hacerse justicia.

Debby, por su parte, estaba tranquila porque la habían dejado en paz, de momento. Shepard le concedió un poco de calma, pero le advirtió que era necesaria su declaración. Se sentó en el sillón de la sala con una taza de café caliente entre las manos. Tenía la mirada perdida en el suelo. Quería darse un baño, que no solo le limpiara el cuerpo sino también, el corazón. Llevaba demasiado tiempo llorando penas y cometiendo errores. Era momento de tomar decisiones.

Suspiró hondo y se levantó en dirección a una de las ventanas delanteras de la cabaña. El lago parecía de plata. Una enorme luna, con estrellas esparcidas en su contorno y un manto de nubes grises a sus pies, adornaba el firmamento. Aquel parecía un paisaje de postal, lleno de belleza y magia. Las montañas estaban revestidas de sombras, silenciosas y sin aves.

En las piedras ubicadas en la orilla del lago vio la silueta de un chico que jugaba a saltar entre ellas. No podía verle el rostro, pero sabía muy bien quién era. El corazón se le aceleró al observarlo mirar hacia la cabaña, levantó su manito y la agitó en el aire en señal de despedida. Las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas mientras él se alejaba en dirección a un hombre que lo esperaba fuera de las piedras. Se marcharon juntos, tomados de las manos. Sus siluetas se difuminaron en la oscuridad.

Cuando unos brazos firmes la rodearon, no se sobresaltó, se amoldó a ellos y se acunó en el pecho del hombre que la acariciaba y le besaba la cabeza.

—Tranquila, corazón. Ya pasamos lo peor. Todo se va a resolver.

Su llanto no era de miedo, liberaba a su alma de pena. Allan le levantó el rostro y le secó las lágrimas con su mano.

—Ya, Deborah. Estaremos bien, te lo juro.

Besó sus labios y la abrazó con fuerza por mucho rato, hasta que los oficiales se marcharon y los dejaron solos. Después de un baño reparador, se acurrucaron en la cama. Ninguno de los dos podía dormir, se acariciaban y besaban sin premura, con el sosegado romper de las olas como fondo musical.

—A primera hora debemos viajar a Minnesota. Tenemos que descansar —dijo Allan, pero ni siquiera él quería entregarse a los brazos de Morfeo.

—No puedo dormir. No sé qué pasará mañana cuando deba enfrentarme a Jimena.

Él le dirigió una mirada iracunda.

—Nada va a pasar. Esa mujer no volverá a lastimarte.

Debby se abrazó a él y apoyó la cabeza en su pecho.

—Merezco una explicación. —Allan se quedó por un minuto en silencio. Ahogado en los recuerdos.

—Eso mismo dije dos años atrás cuando Shepard me explicó la única posibilidad que tenía para resguardar mi integridad. —Ella lo abrazó con más fuerza y frotó el rostro en su piel.

—Te comprendo, pero tú, al menos, entendías la situación porque trabajabas en el caso. Yo los conocí a ambos en una fiesta. Me enamoré de Brian apenas lo vi. Era un hombre divertido, conversador e inteligente. Jamás imaginé que los problemas que teníamos se debían a un complot. Siempre pensé que todo era mi culpa... que no era capaz de enamorarlo.

Allan emitió un gruñido e intentó levantarse de la cama, pero Debby no se lo permitió.

—No te enfades conmigo, me sentía muy sola, por eso me aferré a él y a Jimena. —Ella se incorporó y alzó el rostro para mirarlo a los ojos—. Te confieso que en varias oportunidades, vi escenas extrañas entre Brian y ella, sospeché un romance, pero si les reclamaba, ambos se irían, y yo quedaría más sola.

Se acostó sobre su pecho, con la mirada perdida y el corazón apretado en un puño.

—Todas las noches soñaba que algún día llegaría alguien que me abrazaría y me diría al oído palabras hermosas y sinceras. Que me sacaría de ese mundo asfixiante de pena y soledad.

Allan la cubrió con sus brazos y la apretó contra sí. Besó con ternura sus cabellos y le acarició la espalda.

—Eres muy importante para mí. No soy un dechado de virtudes y tengo una vida limitada, pero... puedo intentar ser esa persona con la que sueñas.

Debby volvió a alzar el rostro y lo miró con los ojos húmedos.

—Ya eres la persona con la que sueño —le confesó. Allan le acarició las mejillas y observó maravillado como le arrancaba una sonrisa.

—Aún no sé cómo llegaste, pero agradezco al cielo que hayas venido. Llenaste mi vida de luz y sacudiste todos los secretos de mi corazón. Ahora está inflado de dicha al ver esa dulce sonrisa.

Ella se incorporó y se acercó a sus labios para fundirse con su boca. Allan la abrazó y la giró en la cama para ubicarla bajo su cuerpo. Esa noche fue poco lo que pudieron descansar, pero fue mucho el amor que se entregaron. Aún tenían una espina clavada en el alma.

En Minnesota se toparían con la verdad. Esa por la que Allan esperó por tanto tiempo y de la que Debby había huido. Al fin, se verían las caras.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora