Capítulo 30.

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Allan se había marchado para reunirse con el comisario en algún lugar cercano a la cabaña. Debby se sentía incómoda al notar que él aún no confiaba plenamente en ella, la excluía de sus conversaciones y quizás, la creía parte del complot que amenazaba su vida.

Y no era para menos. Fue ella quien por error le advirtió a Jimena y a esos asesinos de la posible existencia de Allan. Pero, ¿cómo había podido predecir la intención de todos ellos?

La rabia y la culpa la atormentaban. Sentada en el sillón de la sala con la cabeza anclada entre las manos pensaba cómo podría enmendar la situación.

Siempre había sido una tonta ilusa que se ocultaba tras un manto de falsa modestia para no aceptar la verdad, y terminó como la peor víctima de la historia: traicionada, utilizada y abandonada. Brian se escudó en ella para proteger a la mujer que en realidad amaba y a su hija, Jimena la uso para descubrir lo que ocurría en esa cabaña y ahora Allan la apartaba dejándola sola para resolver sus asuntos.

¿Quién era ella? ¿Qué demonios hacía allí? ¿Cuál era su función en ese juego macabro?

Alzó la cabeza al recordar un detalle importante. Miró el cuadro ubicado sobre la chimenea, que en dos ocasiones había caído al suelo de forma misteriosa.

—Zack... —dijo en susurros. Desde que había llegado a la cabaña el niño quería decirle algo.

La piel se le erizó. No le gustaba tener que comunicarse con un fantasma, pero ese podría ser el único medio para comprender lo que allí sucedía. El niño parecía cuidar de Allan, su sombra aparecía en las fotos de él y estaba segura que intervino cuando estuvieron a punto de asesinarlo, con ayuda de las palomas que dormían en el balcón del hotel. Su presencia se había mantenido en la cabaña para alejar a los invasores que se acercaban con intención de dañarlo y llamaba la atención de ella, tal vez, para comunicarle un mensaje importante. Él debía saber lo que Jimena y sus secuaces querían.

Se levantó del sillón y se dirigió al cuarto que perteneció a los niños Kerrigan. Entró con sigilo, encendió la luz y miró cada rincón con aprehensión.

—No me asustes, por favor, yo también quiero protegerlo —dijo al aire, con la piel congelada por el temor.

Lo que hacía era un absurdo, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Sin embargo, al abrirse con suavidad una de las puertas del armario, entendió que ciertos fenómenos podían ser posibles en el mundo. Solo bastaba creer en ellos con fuerza.

El ruido que emitieron las bisagras le desgarró los nervios. Del susto retrocedió y quedó pegada a la pared, con los ojos y la boca abiertos como platos. La puerta que se abrió era la misma donde estaba guardado el álbum de fotos. Algo debía estar escondido en ese lugar.

Dudó casi por un minuto, temblando de miedo. Sentía una presencia en la habitación.

—Te ayudaré, pero te lo ruego, no te aparezcas —rogó con las lágrimas agolpadas en los ojos.

Respiró hondo y se acercó con la mirada fija en el interior del armario. A simple vista, no podía hallar nada que llamara su atención. Estaba el álbum, las botas de plástico y la ropa. Pensó por un tiempo indeterminado, abrazada a su cuerpo. Sin entender lo que el niño quería decirle.

Cuando la ropa se agitó, Debby pegó un grito de terror. Retrocedió hasta caer sentada en la cama más cercana. Su cuerpo se estremecía y las lágrimas le corrían por las mejillas.

—No... no... no lo vuelvas... a hacer —masculló, con la voz casi apagada por los nervios.

Al menos, sabía que lo que debía buscar se hallaba en la ropa.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora