Capítulo 8.

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Zack se ocupaba en exprimir unas naranjas sobre la encimera mientras Debby estaba sentada en la mesa del comedor, frente a él. Aprovechó que el hombre se encontraba de espaldas a ella para admirar su cuerpo. Era delgado, pero se podía notar a la perfección la definición de los músculos. Tenía que estar en forma para dedicarse al senderismo.

Suspiró hondo, ¿desde cuándo no recibía las atenciones de un hombre? Zack era un completo desconocido, pero, quizás, eso era lo que le hacía agitar las sensaciones en el estómago: el peligro a lo desconocido.

—He notado que no tiene teléfono móvil —expuso él, sin darle la cara, y concentrado en la preparación de las bebidas.

Debby se tensó y entrelazó las manos sobre la mesa.

—Las personas que se interesan por mí saben dónde estoy. Además, vine en busca de descanso. El teléfono fue lo primero que dejé.

—¿A eso vino? ¿A descansar? —Zack se giró por un breve momento para dedicarle una mirada profunda. Debby se estremeció y se reprendió internamente por reaccionar de forma infantil—. Desde que llegó no ha parado de llorar.

La vergüenza se apoderó de ella. Había evitado por todos los medios que él notara su depresión, pero por lo visto, fracasó en sus intentos.

Zack se dirigió hacia ella con dos vasos de cristal llenos de jugo de naranja. Acercó una silla para sentarse a su lado, impregnándola con su fresco aroma a jabón mezclado con fragancia de sándalo. Colocó uno de los vasos frente a ella, de forma que sus manos rozaran las de Debby. El calor que le produjo ese contacto a ella le estalló en el vientre. Una oleada de sentimientos le subió hacia el pecho hasta invadirle el cerebro y empañarle la cordura.

—Nunca me ha gustado ver llorar a una mujer. —La voz de Zack bajó de nivel, transformándose en un susurro sensual que se internó en los tímpanos de Debby y la sacudió por dentro.

Ella se irguió para alejarse un poco de él, al tiempo que se aclaraba la garganta y le daba un trago a su bebida. El dulzor del zumo de naranja le invadió los sentidos y le produjo una sensación de bienestar.

Al dirigir su atención hacia el hombre, no pudo evitar sentirse abrumada. Lo tenía muy cerca y él la observaba con unos ojos tan negros como la noche.

Para provocarla aún más, con su dedo índice le acarició el brazo, desde el hombro hasta el codo.

—¿Te gustaría olvidar tus penas? —preguntó, acercándose más— Puedo ayudarte con eso.

Aquellas palabras las dijo junto a su oído. Debby cerró los ojos, la piel la tenía erizada.

La nariz de Zack comenzó a acariciar su cuello y la bañaba con su cálida respiración mientras su mano le frotaba el brazo. Ella sentía cómo el suplicio de sus caricias le producía un torbellino de ansiedad en el vientre. No se había percatado lo mucho que necesitaba de esas atenciones. Anhelaba sentirse mujer.

Cuando llegaron los besos, ya Debby se encontraba sumida en una niebla de deseo. En algún momento se había girado hacia él para permitirle apoderarse por completo de su boca.

Zack decidió no perder más tiempo con galanterías, la cubrió con sus brazos y hundió su lengua dentro de ella. Una erupción de necesidades lo hizo perder el control de la situación. Ambos se aferraron con tenacidad a ese beso, buscaban ansiosos una liberación. Los sonidos de gemidos y de una pesada respiración se ahogaban entre sus bocas.

Las uñas de Debby se clavaron en la espalda del hombre, al tiempo que las manos de Zack se internaron dentro de la blusa de ella. Pero un sonido sordo los sobresaltó y los obligó a separarse.

Con la respiración agitada, repasaron el lugar. Ella divisó que un cuadro, ubicado sobre la chimenea de piedra, había caído al suelo. El golpe despegó la pintura del marco.

Zack se levantó y caminó con dificultad hacia el objeto. La cojera parecía haberse intensificado. Colocó los restos sobre un sillón y se giró hacia ella. La mirada aturdida y saturada de deseo del hombre le despertó a la chica la vergüenza. Debby jamás se había comportado de esa manera. Nunca permitió que otro tipo diferente a su marido la tocara.

De forma brusca cayó en la realidad. Los recuerdos, la necesidad y la cobardía le empañaron los ojos con lágrimas.

Se levantó de la mesa y salió de la cabaña, en dirección al lago. De nuevo, le urgía esconderse.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora